Monday, July 24, 2006

¿Colombia 2014?

Álvaro Uribe sorprendió a al país durante la inauguración de los Juegos Centroamericanos y del Caribe, al anunciar oficialmente la aspiración de organizar la Copa del Mundo en el 2014.

“No se trata de un globo”, ha explicado Francisco Santos en los medios, cuestionado sobre la posibilidad de que la carga mediática del caudillo fuera un estratagema para divertir la atención pública del reciente bochorno diplomático; “el presidente tiene ideas y las lleva cabo”. Santos estaba advertido de que se venía el anuncio. Según el vicepresidente, Uribe lleva “dos o tres semanas” analizando la posibilidad de que Colombia emprenda la aventura de optar por la sede del Mundial. La cosa es seria, dice; falta enamorar a los colombianos, dice.

Si las cifras concuerdan, el amor está. ¿Qué presidente tuvo el arrastre de Uribe, cumplidos cuatro años de gobierno? Doy por hecho que la gente le copia, que los cacaos estarán dispuestos (cómo no) a financiar su parte del pastel, y que el país se dejará arrastrar por el sueño. Sería lindo creerle al vicepresidente, designado para la diligencia, cuando habla de un proyecto integral, a mediano plazo, en el que la sede del certamen sería la última etapa de una transformación de nuestro fútbol , desde las federaciones hasta las bases, incluyendo la propiedad de los clubes. Un objetivo nacional, que tuviera el beneficio adicional de movilizar a la patria y cambiarle la cara ante el mundo.

La idea tiene sentido. Un Mundial, además de un negocio redondo, es una oportunidad única para posicionar la marca país, como acaba de demostrar Alemania. Este año, por primera vez, se estimuló la presencia de turistas, independientemente de que tuvieran o no entradas a los estadios. En ediciones anteriores, la idea era que solo viajaran quienes tuvieran boletas, para prevenir las aglomeraciones de aficionados, potencialmente peligrosas. Era la manera en que la FIFA enfrentaban la amenaza de la violencia. Alemania cambió de enfoque. Los organizadores dispusieron decenas de ‘FanFest’ en las ciudades sede, pabellones para los hinchas en los que se proyectaban los partidos en pantallas gigantes, se presentaban grupos musicales y de danza de los países participantes y, por supuesto, se vendía alcohol como si no hubiera mañana.

Cerca de cinco millones de personas visitaron el país, una movilización sin precedentes en la historia de la Copa Mundo. El comportamiento de la gente fue casi irreprochable. El fútbol es una fiesta en cualquier parte del planeta, no solamente dentro de las canchas, sino en las tiendas, en los bares, en las casas, entre la gente. En lugar de sospechar del hincha, este torneo lo celebró.

El experimento fue un éxito absoluto, estadios y calles a reventar de consumidores ociosos, potenciando la convocatoria del Mundial. La otra vuelta de tuerca multiplica la audiencia cautiva y garantiza la continuidad de los millones, entre patrocinios corporativos, derechos de transmisión y el resto de la parafernalia mercadotécnica. Como guardianes del juego no pasa nada, pero como gerentes de la empresa los ejecutivos FIFA son unas fieras.

Una nueva Alemania. Entre los millones de visitantes y las decenas de miles de periodistas, el mundo entero reconfiguró su imaginario del presente teutón. El país puede contar con un considerable incremento del turismo, amén de las colosales inversiones en infraestructura (8.000 millones de dólares; más de 1.000 millones en estadios), y las adecuaciones en el sistema de transporte.

Por dentro, el país también se conmovió. La bandera alemana, un objeto tabú, secuela de una historia tormentosa, empezó a ondear en las casas y en los carros de los lugareños. Los alemanes descubrieron una manera de sentirse orgullosos que no resultara ofensiva para los demás, que no estuviera estigmatizada por el pasado. Muchos factores confluyeron para que el país saliera del cascarón y se mostrara completamente diferente ante los ojos del mundo.

Siempre hay un pero. “Se me hace agua la boca”, confesó Francisco Santos, visualizando una experiencia similar para Colombia. Vi a Santos participar en un programa de opinión televisivo, donde intentó explicar el alcance del mega proyecto. En un momento dado, le preguntó a Jorge Barraza, el periodista deportivo uruguayo, cómo era el asunto con la Confederación. “Usted que sabe del tema, ¿será que sí están abiertos a otras candidaturas?”. La candidez dejó en evidencia al vice. Si la propuesta fuera seria, su arquitecto no tendría por qué estar haciendo la tarea al aire en Hablando con la Prensa.

Eventualmente, un elemento vital dentro del equipo organizador sería Luis Bedoya, el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol. Sin embargo, el directivo ha declarado que “las posibilidades reales son mínimas”. Por una vez, habría que coincidir con Bedoya. Es cierto que en 2014, por arreglos de organización, la sede le corresponde a un país de la Conmebol pero, como se sabe, Brasil gestionó un acuerdo entre sus miembros para presentar su candidatura. Aunque fuera posible incluir a Colombia en la baraja, algo sobre lo que no existe certeza, habría que arrebatarle la sede a los pentacampeones del mundo, que sí se han preparado para conseguir su objetivo.

Aquí no, aquí pasamos directamente a los anuncios, a la fanfarria. ¿Los grandes cambios? Están por verse. Hasta ahora, solamente los titulares, las palabras en el aire. Nuestro fútbol sigue igual. Solo que ahora Uribe lo incluyó dentro de sus promesas vacuas. No importa que su pueblo esté en guerra, agobiado por las urgencias. El Ubérrimo sigue en campaña, su método personal de gobernar.

Palomo

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