Sunday, March 30, 2008

Esta canción, se suponía, fuera de alegría

Este fue el domingo en que los fantasmas se tomaron la casa. Todo aquello cuanto parecía irreal, leyenda de mentideros, calumnia, puede volverse cierto. El Barcelona ha bajado los brazos otra vez. Y se ha llevado un golpe a la mandíbula, ha besado la lona. Pasar de ganar dos cero a perder tiene esas cosas. Perder los partidos que hay que ganar tiene esas cosas. Llenarse de razones para no cambiar tiene esas cosas. Ronaldinho se parece cada vez más a Ronaldo, el Barcelona se galactizó. Los egos, la relajación, las peores mañas del grupo se terminaron devorando una oportunidad dorada, un resquicio hacia la historia, el ajuste definitivo de cuentas con el Madrid. Casi que sin disfrutar del todo los tres primeros años de Frank Rijkaard y Ronaldinho en el Barsa. Un equipo maravilloso que juntó todas las cosas buenas de la escuela culé. Cuesta creer que son ellos mismos, los de ahora, los que llenaron de gloria al equipo. Pero son ellos. Son ellos. Todavía no ha llegado la hora de la verdad, no del todo, así que mientras se pone ese último sol, el equipo se debe, nos debe, un arreón postrero, una patada de ahogado, la voluntad de imponerse a las circunstancias, de estar vivo. La derrota de Frank es la derrota de nuestros mejores ángeles, en una batalla épica que se llevó a cabo en los campos europeos, y que durante algunos instantes estuvo ganada. Como el sábado pasado.

Thursday, March 27, 2008

Heysel y ahora

Hace más de veinte años, el 19 de mayo de 1985, Liverpool y Juventus se encontraron en el estadio de Heysel, Bélgica, para definir la Copa de Europa. El partido se había promocionado como un espectáculo de fútbol ofensivo entre las escuadras más poderosas del continente. En el equipo italiano jugaba Michel Platini, el Balón de Oro reinante, mientras que el legendario Ian Rush comandaba el ataque de los Reds. Sin embargo, al día siguiente no eran las jugadas maestras de los cracks las que copaban los titulares de los periódicos, ni retumbaban en la memoria las emociones de la final más apetecida del viejo mundo. En su lugar, la violencia se adueñó del escenario y la noche de gala se trocó en carnicería. El recuerdo de la tragedia de Heysel se convirtió en el símbolo de la era más oscura del fútbol inglés: el ‘hooliganismo’.

En ese entonces, Inglaterra era sinónimo de liberalismo salvaje, recesión económica, huelgas interminables, y hordas de fanáticos buscando pleitos en los estadios. Las hazañas del Liverpool, que dominaba en el continente y en las islas, pasaban a un segundo plano ante la avalancha de relatos sobre sangrientas broncas durante los partidos, extremismos de todos los colores, muertos y malheridos. Las Firms, las barras bravas, llegaron a ser más conocidas que sus clubes. Chelsea no tenía un equipo competitivo pero el National Front, su Firm, estaba entre los más virulentos. Los partidos de la liga inglesa eran sucesos de orden público. El Beautiful Game se estaba quedando con lo peor de sus tiempos.

En Heysel murieron 39 personas, y resultaron heridas más de seiscientas. Todos los muertos eran italianos. La mayoría se fue de este mundo aplastada por una estampida humana. Un error en la organización permitió que en el Bloque Z, una malograda reja separara a un grupo de aficionados incidentales de la Juve, de la barra brava del Liverpool. En ese entonces las tribunas populares no tenían asientos, sino que eran gigantescas terrazas en las que los espectadores observaban los partidos de pie. Noventa minutos antes de que comenzara el partido, era evidente que una catástrofe estaba cociéndose. Los fanáticos del Liverpool habían comenzado lanzando rocas, latas de cerveza e incluso ladrillos hacia los italianos. Para sorpresa de los hooligans, la reja cedió ante sus primerar cargas de infantería. Los hinchas de la Juve huyeron despavoridos pero se entramparon en los cuellos de botella de las salidas. No había policías por ninguna parte. Cuando el partido comenzó, los cuerpos de los muertos estaban apilados en la pista atlética. La orden era jugar.

Los ingleses tendrán que cargar por siempre con el horror de Heysel, y otras matanzas similares producto del hooliganismo. Pero las imágenes dantescas de aquella noche de mayo provocaron una reacción que, después de dos décadas, ha conducido a la recuperación del fútbol inglés, hoy por hoy la liga más poderosa, más seguida, del planeta. Entre las medidas que se tomaron para enderezar el cauce, se han considerado de primera importancia la implementación de estadios con silletería numerada en todas sus tribunas y circuito cerrado de televisión, y, por parte de los que organizan el juego, el endurecimiento de la legislación penal asociada a la violencia en el fútbol, así como de las normas internas de los clubes: cero tolerancia, identificación y penas para los agresores, expulsión vitalicia de los estadios. Dice mucho de ese pueblo que veinte años después hayan encontrado las salidas a su encrucijada. Podría afirmarse con cierta certeza que los ingleses han extirpado el hooliganismo, por lo menos sus expresiones más radicales, de su fútbol.

Ahora es el momento de que la gente en Colombia se le mida a ese mismo desafío, sin necesidad de que lleguemos al extremo de tener que contar centenares de muertos en la mitad de un partido. Ya llegamos al extremo del clásico del otro día, en el que una pelea interna del Barón Rojo se saldó con ochenta heridos. Por lo que sé, Umaña atizó la crispación con su comportamiento temerario y sus salidas en falso. Desde el técnico del América hasta el Pibe, todos los que tienen que ver con la pelota criolla tienen la obligación de ponerle el pecho a la situación, estar a la altura y defender los valores deportivos del fútbol. Muy especialmente los señores de Coldeportes, que han cohonestado el desgobierno de la Federación y la Dimayor. No estoy seguro de si existe un fútbol más pirata en el océano de filibusteros que es la FIFA, pero estamos con los punteros. Desde la época de El Dorado hasta hoy hemos mantenido izada la calavera.

Que el castigo para el América por lo del clásico sea ejemplar, pero que las soluciones del problema de fondo no se queden enredadas por el camino. De otra manera, estamos condenados a seguir azotándonos contra las paredes cuando quiera que tratamos de huir de la realidad que carga en contra nuestra.

Thursday, March 13, 2008

Íker, el único

Del Madrid no me gusta nada. Ni su pasado franquista, ni su presunción de superioridad, ni la autocomplacencia de sus hinchas, ni su obsesión con las apariencias. Cuentan que Kaka' jugó un amistoso en el Bernabeu cuando era jugador del Sao Paulo, y se lo ofrecieron a Florentino Pérez, a la postre presidente merengue. El mandamás no lo quiso porque su nombre podía prestarse para confusiones. "Si en verdad es tan bueno, lo fichamos después por sesenta kilos", le aconsejaron al presidente. Comprar estrellas a golpe de talonario no tiene ninguna gracia, eso lo puede hacer el Chelsea. La gracia es forjarlas en tus propios hornos.

En la Casa Blanca dieron tanta lora con el tema de los Galácticos que terminaron ahogándose en el discurso. El despiste llegó al punto de que echaron como un perro al único técnico que los hacía ganar, Vicente del Bosque, dizque porque le faltaba clase: el Bigotón a duras penas hablaba español, y no usaba corbatas de diseñador. Su reemplazo, Queiroz, era fluido en varios idiomas pero ignoraba el único lenguaje importante: el de la pelota.

Se supone que en el Madrid jugar bien es fundamental y sin embargo llevan más de cinco años dando tumbos, aferrados a una idea que hace rato dejó de ser verdad. El club cambia de entrenador por lo menos una vez al año, y cada verano revienta el mercado comprando figuras. En Europa, el Real es un fantasma que solo asusta a los niños pequeños, se ha convertido en un equipo perdedor. Si ganó la última liga fue por gracia divina (dios todavía está de su lado), y con la invaluable colaboración del Barcelona.

Quizá lo más desconcertante de la decadencia merengue es la manera como se la han tomado al interior del club. En lugar de rectificar, disfrazarse de humildad y comer callados, siguen dele que dele con la cantinela habitual. En diciembre, a mitad de temporada, embalado por el triunfo de su equipo en Barcelona, el presidente Ramón Calderón ensilló sin traer las bestias, prometiendo prima extra por ganar el triplete (Liga, Copa del Rey y Champions). Tres meses después, el Madrid solo aspira al título de liga, mientras que Bernd Schuster, su técnico, califica de ridícula la aspiración al trébol. Pero el alemán también mete la pata. El otro día sugirió que el origen catalán del árbitro explicaba la derrota de su equipo. Varias fechas después, cuando los errores del central le dieron una victoria inmerecida, los periodistas le preguntaron dónde creía que había nacido el juez. Schuster encontró intolerable el atrevimiento, se levantó y se fue. Lo que se dice un patán.

La figura más prometedora del club, el heredero de las llaves de la Casa Blanca, es Sergio Ramos, un defensa que pega como el Chaka Palacios (17 tarjetas amarillas y 2 rojas en la temporada) pero que pretende ser el sucesor de Paolo Maldini. ¡Maldini! No se puede negar que Ramos tiene sus virtudes, pero si de verdad aspira a emular al gran Paolo, le recomendaría que comenzara por cambiar de actitud. Los tabloides de Madrid suelen hacerle fotos saliendo de las discos a la madrugada, meando en las paredes, botando a la calle los sobrados de las hamburguesas que se traga para pasar la peda. Maldini es un señor. Ramos se parece cada vez más a un niño malcriado.

¿Y dónde me dejan a Raúl? ¿Cuál es su raye, señalándose el número de la camiseta cada vez que marca? ¿Está tratando de demostrar algo? ¿Le da rabia el sueldazo que le pagan? ¿Lo bien que lo tratan? Aparte de sus números –impresionantes, qué duda cabe–, basta verlo jugar para saber que el delantero ya no tiene nivel. Es un sofá, el símbolo de lo mal que anda el Madrid. Hasta el seleccionador nacional le cerró la puerta. Los únicos que lo piden son los hinchas merengues, atrapados como están en una realidad paralela.

Del Madrid no me gusta nada, o casi. Se salva Casillas. Es uno de los mejores arqueros del mundo, pero no necesita restregárselo a nadie en la cara. Íker es una persona cabal, un tipo sensato, con los pies en el piso. Nunca le van a oír declaraciones para la galería, cegado por su propia vanidad, o atizando los fuegos de las guerra tribales que dividen al fútbol ibérico. Y eso que lleva toda la vida en el Madrid. Esa es su mayor virtud: ha crecido en un medio malsano, donde todos andan de pipí cogido, excusándose en los demás, tan contentos siendo ellos y, contra todo pronóstico, ha salido normal. Ayer, por ejemplo, dijo, ante el estupor de la prensa oficialista, que cambiaría su situación por la del Barcelona. Cierren la boca señores, ¿cuál es la sorpresa? A estas alturas, los culés están vivos en todas las competiciones, mientras que al Madrid solo le queda La Liga. Solo un idiota preferiría fracasar a aspirar a la gloria.

Thursday, March 06, 2008

Los inventores reclaman el trono

Uno de los debates interminables entre los aficionados al fútbol consiste en establecer cuál de las ligas europeas es la mejor. Los criterios son variopintos ¿A dónde se van las estrellas? ¿Qué clubes ejecutan el fútbol más vistoso? ¿Cuáles son los equipos más ricos? ¿Dónde juegan los balones de oro? ¿Los Fifa World Player? ¿Qué ligas registran los mejores promedios de asistencia a los estadios?

Casi siempre hay argumentos para sustentar diferentes posiciones, pero en mi opinión hay un sistema de medición infalible: la Liga de Campeones. La vieja Copa de Europa es, sin duda, el escenario donde se practica el mejor fútbol del mundo. Por tradición, por los recursos en disputa, por nivel, no existe ninguna competición equiparable. Basta con repasar las nacionalidades de los clubes que se clasifican a las fases finales de la Champions para saber qué lugar ocupan sus respectivas ligas en el escalafón.

Hace poco, la hegemonía era para la liga española. En la temporada 1999-2000, Madrid disputó la final ante el Valencia. Aquel año, tres de los semifinalistas fueron clubes españoles. En cada una las tres temporadas siguientes, La Liga contó con tres representantes entre los ocho mejores. Hace dos años, Villarreal y Barcelona se clasificaron a las semifinales. De los últimos diez ganadores, cuatro han sido españoles (tres veces el Madrid, solo una el Barsa), dos italianos (siempre el Milán), dos ingleses (Liverpool y Manchester), un alemán (Bayern Munich) y un portugués (Porto).

Sin embargo, el dominio ibérico se ha ido marchitando progresivamente. La vocación capitalista de la Premier League, y una organización mucho más eficiente, le han permitido exprimir recursos cuantiosos para sus integrantes, en particular gracias a los derechos televisivos, por cuya exclusividad Sky paga sumas exorbitantes. Clubes como el Manchester han sido pioneros en la aplicación de la parafernalia mercadotécnica para aumentar sus ingresos. Mientras en España, Francia o Italia, los equipos son sociedades sin ánimo de lucro, en Inglaterra son sociedades anónimas manejadas con criterios empresariales. Las escuadras de la Premier League pagan mejores contratos porque cuentan con mayores recursos, y eso indefectiblemente se traduce en mejores jugadores.

La verdad es que, hasta 1985, Inglaterra dominaba cómodamente las competencias del fútbol europeo. Pero la tragedia de Heysel, ocurrida durante la final de la Liga de Campeones entre Liverpool y Juventus, y en la que fallecieron 39 personas, condujo a una sanción de la Uefa contra los equipos ingleses. La violencia del ‘hooliganismo’ había llegado a su punto máximo, y durante cinco años Inglaterra fue excluida de los torneos europeos. El ostracismo terminó incidiendo en la calidad de las escuadras de las islas, aisladas de la evolución táctica y técnica del fútbol continental.

A finales del siglo pasado, una vez finalizado el ‘embargo’, la Premier League se concentró en recuperar el terreno perdido. No solamente se benefició de la competencia con los mejores clubes europeos, sino que empezó a importar estilos de juego del continente, y a enriquecerse con aproximaciones diferentes a su fútbol físico e ingenuidad táctica. Equipos como el Manchester, el Liverpool, o más recientemente el Liverpool o el Chelsea, ya no dependen de los pases largos, de los centros a la olla, ni del ímpetu y despliegue de sus jugadores.

Los resultados no se hicieron esperar. En 1999, nueve años después de finalizada la sanción de la Uefa, Manchester se hacía con la Liga de Campeones. En 2005, el turno fue para el Liverpool. Dos años después, los Reds volvían a ser finalistas. En la presente temporada, el repunte de los equipos ingleses se ha convertido en dominio absoluto. Por lo menos tres clubes de la Premier se han clasificado para los cuartos de final de la Champions. El jovencísimo Ársenal de Arsene Wenger ha eliminado al AC Milán, campeón reinante, mientras que el Chelsea y el Manchester se han impuesto sin problemas a sus respectivos rivales. Luego de vencer al Ínter de Milán por dos goles de diferencia en Anfield, y a la espera del desenlace del partido de vuelta el 11 de marzo, lo más probable es que el Liverpool se les sume. En ese caso, la mitad de los equipos en las instancias definitivas de la Champions serán ingleses, mientras que cada uno de los otros cuatro serán representantes de ligas diferentes (Portugal, Turquía, Italia y España).

Incluso si el Barcelona termina coronándose campeón, como todos esperamos, nada podrá disimular el hecho de que los ingleses han reclamado de nuevo el trono de su Beautiful Game.