Sunday, July 09, 2006

La cabeza de Dios

A los 110 minutos de la final, el mundo dejó de girar. Alguien le advirtió al árbitro Horacio Helizondo lo que el resto de los mortales estábamos observando en las repeticiones televisivas. El cisne embistió el pecho del mastín con la furia de un carnero (palabras del director del As), y una expulsión le forzó a abandonar el sueño antes del final feliz. Los románticos perdieron un héroe, Francia su final, y yo sumé un icono más a mi panteón de ídolos caídos.

El dios pecador, el titán melancólico, ocupan un lugar considerable dentro de mis obsesiones, y Zinedine Zidane, con su paseo hacia la ignominia el domingo pasado, dándole la espalda para siempre a una Copa que parecía tener su nombre grabado, es el último de mis cristos. El mundo, insolente, lo acusa de parecer humano, y él se ha hecho aún más grande.

La FIFA y los ingleses encabezan una cruzada contra las malas artes dentro de las canchas, pero el fútbol se hizo adulto, igual que todos nosotros, en las calles. El Fair Play puede ser políticamente correcto pero no tiene nada que ver con el juego que conocemos. El mismo Joseph Blatter, delantero aficionado durante sus años mozos, reconoció que se tiraba al mínimo contacto apenas ponía un pie en el área. Cualquiera que haya jugado un picado se encontró con una patada descalificadora, con la puteada psicológica de un rival, con las broncas, si es que no las protagonizó. El repertorio infinito de artimañas que hacen parte fundamental del fútbol, pero que su versión corporativa no encuentra admisibles.

El domingo la calle burló la seguridad del certamen y se tomó el Olympiastadion. La agresión de Zidane, y los insultos que la precedieron, fueron los dos hechos que definieron la final ¿Qué le dijo Materazzi a Zidane? Un lector de labios de la BBC dedujo que el defensor italiano le había deseado una mala muerte a él y a su familia, y luego lo había mandado al cuerno. La delicada situación de salud de su madre explicaría el trance criminal del Monje Blanco. Los especialistas de la cadena brasilera O Globo, por su parte, concluyeron que las palabras aludían a la actividad sexual de su hermana y a la nacionalidad de sus ancestros.

Los padres del capitán francés nacieron el Argelia, y son descendientes de una tribu nómada del norte de África. Zizou se describe como un musulmán no practicante, y es un hombre conciente, orgulloso de sus orígenes. La ONG No al Racismo, con base en París, acusa a Materazzi de llamar “sucio terrorista” a Zidane (sus fuentes son solventes, dice), y pidió una investigación inmediata de la FIFA. La prensa inglesa suscribió la teoría de que el comentario fue de índole racista, apoyada en el antecedente de la expulsión del francés en el partido ante Arabia Saudita, en la primera ronda de la Mundial de 1998. Zidane vio la roja tras una entrada violenta a un contrario, supuestamente en retaliación por insultos de ese talante.

Materazzi descartó la posibilidad de haber cruzado esa raya, y enarboló su ignorancia como defensa: “ni siquiera sé qué significa la palabra terrorista”. Una bien ganada fama de pendenciero precede al defensor italiano, y no cabe duda de que sus comentarios buscaban desequilibrar al oponente (lo comparó con un jugador del Cali, tiró un amigo). La intención del defensor es tan ruin como la de Zizou al enterrarle la cabeza en el pecho. Ambos gestos representan las entrañas barriobajeras del fútbol.

Italia ganó de calle y me parece válido, porque la calle hace parte del fútbol. Pero sería injusto lapidar al francés por algo tan natural como perder el control. Tras una década larga paseándose con elegancia y humildad por las canchas del mundo, Zinedine Zidane se permitió ser humano durante unos segundos, quizá lo único que le quedaba por demostrar al maestro (a diferencia de Henry, que sumó otra final sin marcar). Qué duda cabe de que el francés fue la figura del torneo, aunque Carlo Ancelotti haya sido el hombre más importante para el campeón. El rey ha caído, que viva el rey.

Palomo

(casi como en el blog de Eltiempo.com)

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