Friday, May 27, 2011

Back to Wembley


Casi 20 años después, el Barça regresa a Wembley, el escenario donde el club se sacudió el maleficio que le tuvo paralizado en una especie de adolescencia institucional – pleno de inseguridades, exageradamente emocional, ciclotímico– durante buena parte de su historia. Aquel bombazo de Ronald Koeman ante la Sampdoria no sólo colgó la primera estrella europea en el firmamento culé, sino que marcó el paso a la adultez del club catalán.

Esa final de la Champions también fue un rito de iniciación para Josep Guardiola, uno de los integrantes más jóvenes de aquel plantel. Como canterano, el volante del Barça intuía mejor que nadie el tremendo significado de ese momento en la historia del club. “Notabas la tensión”, recuerda Guardiola, en un relato recogido por una revista holandesa y que reprodujo recientemente El Periódico, “y con todos esos jugadores tan experimentados que se cagaban, ¿cómo piensas que estaba yo? Era un chaval y estaba a punto de jugar la final. ¡En Wembley! Pura historia, el templo del fútbol, con un césped increíble. Y yo estaba ahí, con 21 añitos.”



El tiempo reglamentario del partido se esfumó sin que se rompiera el empate a cero y, a medida que se acercaba la posibilidad de definir el campeón en la tanda de penales, el terror se apoderaba de Guardiola. “Les tenía pánico. Pensaba: 'otra vez no, por favor'. Como chaval en La Masia había vivido lo del 86. Fue un drama para el equipo, para el club, para toda Barcelona y también para nosotros, los chicos del fútbol base.”

Pep se refiere a la final de la Copa de Europa disputada en Sevilla entre el Barcelona y el Steaua de Bucarest, a la que el conjunto blaugrana llegó como claro favorito. El empate se dirimió con una serie de penales dramática que erigió en héroe al arquero del equipo rumano y sumió al Barça en la depresión.

Es fácil imaginarse cómo estos antecedentes lastraban el ánimo blaugrana en la previa del partido de 1992. Guardiola lo recuerda vívidamente. “En Wembley todos pensamos en ello, en aquel fatídico 86, por supuesto. ¡Un club tan grande y nunca había ganado la Copa de Europa! Podíamos ser los primeros y no podíamos fallar. Otra vez, no.”

De ahí que el ahora técnico del Barça rechace de plano las comparaciones de su equipo con el Dream Team, un precursor de la historia culé. La victoria del 20 de mayo de 1992, con un gol caído a escasos minutos de que se cumpliera el tiempo complementario, fue una gesta sin precedentes. Un hito que sirvió como fundamento para todo lo que estaba por venir, para esto.

Entre los titanes que participaron en esa batalla, emerge por encima de todos la figura de Johan Cruyff, el patriarca del Dream Team. Según la leyenda, el holandés despidió a sus jugadores con una sola consigna antes de que saltaran al césped de Wembley: “salid y disfrutad”.

La idea fascina por irresponsable, por atrevida, por purista. Porque evoca la esencia lúdica del fútbol –que fue el principal activo del juego en su etapa ‘amateur’ y lo primero que se sacrificó con el avenimiento del profesionalismo–, y porque desplaza a un segundo plano a la victoria, objeto de tantas obsesiones, fin que se disfraza de motivo.
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“La propuesta del Barcelona es contracultural”, aseguraba el periodista Santiago Segurola en una conversación con su colega catalán Martí Perarnau, orquestada por el canal Barça TV. Y sí. Suena rimbombante, presuntuoso, pero no por ello es menos cierto. Mientras la tendencia mundial era que los futbolistas fueran cada vez más atléticos, en La Masía –el sistema de divisiones inferiores del Barcelona– se forjaban a fuego lento y con esmero artesanal jugadores como Xavi o Iniesta, cuyos atributos nada tenían que ver con el despliegue físico, la estatura o la velocidad. Jugones, les dicen en España: futbolistas que se llevan de maravilla con la pelota aunque no sean portentos de la naturaleza como Cristiano Ronaldo.

Tampoco se compadece con la lógica prevaleciente que el Barcelona le haya dedicado tanto tiempo, energías y recursos a su cantera. Que a pesar de los vaivenes deportivos e institucionales, las personas que estuvieron a cargo de tomar las decisiones en el club mantuvieran la estabilidad y la coherencia del fútbol base durante todos esos años (cerca de treinta). Que construyeran sobre lo construido, que mejoraran lo encontrado, que desarrollaran los principios rectores del proyecto. Y no se compadece con la lógica prevaleciente, porque los resultados de una inversión de ese tipo no son instantáneos, y porque en el fútbol –como en muchas otras actividades humanas– lo habitual es que se prefiera borrar y empezar de nuevo, que se sucumba al 'yo sé más que el que me precedió', eso que Jesús Antonio Bejarano llamaba el ‘síndrome del génesis’.

Quizás la máxima expresión de esa rebeldía con causa del Barcelona sea la fidelidad al concepto, la devoción a la forma, a costa incluso de los resultados. “Salid y disfrutad”. Es que eso es brutal, ¡es lo más! Es de un fundamentalismo, de una puridad extrema que fácilmente puede adquirir visos de cruzada moral.

Yo entiendo que cuando Xavi dice “ganó el fútbol” al final del clásico con el Madrid, se refiere a eso. A que el rival sólo quiere ganar y el Barcelona, en cambio, lucha por una idea. También es comprensible que una aseveración de ese tipo cause resquemores. Al fin y al cabo, hay muchas maneras de jugar, muchas acepciones de belleza, muchos principios por los que vale la pena batirse a duelo. Además, las cosas no son tan simples. Al contacto con la realidad, todo se ensucia. Nadie puede tirar la primera piedra.

El caso es que mañana, el Barça juega de nuevo la final de la Champions. Dos décadas después de la noche en que se hizo adulto. Ha cambiado, por supuesto, pero sigue creyendo en lo mismo. No reniega de su idealismo juvenil, ni se ha acomodado en una vida de transacciones. Todo lo contrario: ahora es más radical. Del once titular que saltará al campo de esa catedral del fútbol, entre siete y ocho serán jugadores formados en las categorías inferiores del club catalán. Tres de ellos –Messi, Xavi e Iniesta– fueron elegidos en enero los mejores del mundo. Ninguno mide más de 170 centímetros pero se podría recorrer el planeta sin encontrar un futbolista más grande.

En medio de esos titanes modernos, emerge la figura de su entrenador, el hilo conductor, el vaso comunicante entre aquella primera noche de gloria y esta etapa fulgurante. Josep Guardiola regresa a Wembley. Con historias así, lo de menos es el resultado.

Wednesday, April 27, 2011

Teoremas, realidades

Son tan significativos estos encuentros Barcelona–Madrid que han bastado dos para que los especialistas identifiquen el final de una era (Barça) y la consolidación de una dinastía (Madrid). Conviene que no se crucen tan seguido las órbitas de estos dos enormes planetas, porque se desbarajusta el equilibrio sideral, y terminan agotándose en segundos las historias que estaban predestinadas a perdurar. Con esta seguidilla de clásicos estamos presenciando un experimento sin precedentes, en el que se pone a prueba de una vez por todas la teoría de los vasos comunicantes, muchas veces repetida pero nunca comprobada del todo, según la cual madridistas y catalanes están entrelazados en un juego de suma cero, en el que el éxito del uno es inversamente proporcional al fracaso del otro.

Así, aunque Barça y Madrid se han repartido el botín de sus dos primeros encuentros (la liga para el uno*, la Copa para el otro), y por lo tanto ambos tienen razones concretas para darse por bien servidos, la percepción es que el equipo de Mourinho llega a las puertas de las semifinales de la Champions League contra el FC Barcelona –el momento cumbre de la temporada– en estado de gracia, mientras que su contrincante lo hace diezmado, temeroso, inseguro.



Resultados aparte, la confianza que se tienen los merengues está relacionada con una de las mayores virtudes de José Mourinho, quizá la razón por la que se autodenominó ‘The Special One’. Y es que el portugués domina el arte de la sugestión. En menos de un año, ha logrado convencer a sus jugadores, a su otrora todopoderoso presidente y a la ‘masa social’ del Real Madrid, de que se encomienden a él sin hacer preguntas, incluso al costo de sacrificar sus principios.

“Hay que reconocerle un mérito a Mourinho y es que ha conseguido hacer jugar a un equipo grande como uno menor y que además lo haga convencido”, comentaba recientemente Miguel Ángel Lotina, entrenador del Deportivo de La Coruña, en una entrevista para El País. “Yo fui con el Celta al Bernabéu e hice lo mismo que el Madrid contra el Barça en Liga, empatamos y me cayeron palos por todos lados. ¡Y era el Celta!”

Lotina se refería al partido del liga del pasado 16 de abril, el primero del ‘Póker de Clásicos’, en el cual el Real Madrid renunció al balón y a la iniciativa en su propio estadio, ante su público, a pesar de tener la necesidad de ganar so pena de darse de baja en la pelea por el título liguero. La posesión del balón del equipo local fue del 23%, la más baja en las últimas cinco temporadas, y el partido terminó en un empate a un gol. “El Barça hace fútbol, el Madrid va y viene”, se lamentó Aldredo Di Stéfano, presidente honorario del club blanco. Para la Saeta Rubia, legendario ganador de cinco Copas de Europa enfundado en el uniforme blanco, “el Barça era el león y el Madrid el ratón”.

El público del Bernabéu, por su parte, despidió a su equipo al final del partido con un atronador aplauso, aunque el resultado dejaba casi sentenciado el título liguero del Barcelona. “Nunca he visto al Real Madrid jugar así con el consentimiento de su público”, comentó un aturdido Santiago Segurola. Para el periodista deportivo la única explicación era la convicción absoluta de la afición blanca en que Mourinho saldría victorioso de los siguientes lances contra el Barcelona en la final de la Copa y luego en las semifinales de la Champions League.

El estado de ánimo del madridismo también evidenciaba un sentimiento de inferioridad ante el gran enemigo, que con Pep Guardiola ha conocido sus mejores años, ganándolo todo. Este sentimiento se cristalizó en noviembre pasado, cuando el Madrid recibió una goleada por 5 a 0 en su visita al Camp Nou. Aquella fue la quinta derrota consecutiva del equipo ante su rival catalán. Paradójicamente, parte del trabajo de mentalización de Mourinho ha consistido en convencer a sus dirigidos, y a todos los que rodean al equipo, de la superioridad futbolística del Barcelona. Un duro ejercicio, teniendo en cuenta la leyenda triunfal de un club que se precia de haber sido el mejor del siglo XX, el más poderoso del mundo.

Así, la institución que en su momento despidió a Fabio Capello porque ganaba sin encandilar, ahora ha entronizado a José Mourinho, que gana a como dé lugar. El entrenador ha construido un equipo que se defiende en bloque, macizo, y que sabe explotar las virtudes de sus mejores jugadores para lanzar contragolpes mortales. Un equipo reactivo, que se encuentra incómodo cuando ha de llevar la iniciativa pero que no se compara con ninguno a la hora de desactivar a su rival, hurgar en sus puntos débiles, pillarlo con la guardia baja y noquearlo. Un equipo que también domina registros extradeportivos, desde el recurso del juego fuerte hasta el manejo mediático, pasando por la presión a los árbitros y los juegos psicológicos con el contrincante.

Y, sí, un equipo capaz de derrotar al Barça, como quedó demostrado el miércoles pasado en la final de la Copa del Rey, uno de los partidos más memorables de los últimos años. Tanto el Madrid como el Barcelona tuvieron la oportunidad de mostrar sus mejores argumentos en un empate a cero que desbordó los noventa minutos reglamentarios y se decidió con un gol ‘vintage’, pleno de potencia, estética y épica: desborde y centro templado desde la izquierda de Di María para que Cristiano Ronaldo definiera con un cabezazo perfecto.

La primera victoria del Madrid en los últimos seis clásicos, el primer título luego de tres años en blanco y, para muchos, el punto de inflexión que, según la ley de los vasos comunicantes, oficializaba el cambio de ciclo. Se cruzaban las trayectorias inversas del Barcelona y del Madrid, para comenzar a alejarse sin remedio.

Según esta visión casi determinista, la suerte está echada. Mourinho se confirma como el antídoto perfecto y las piezas empiezan a encajar en su lugar. Por mucho que se retuerza o pelee el rival, no hay nada que hacer. Algo parecido a lo que describió el periodista Martí Perarnau en su blog antes de que comenzara la serie de clásicos: “existe una situación en el ajedrez denominada 'zugzwang', en la que cualquier movimiento que realice el jugador significará empeorar su situación. Haga lo que haga, su siguiente movimiento equivaldrá a un paso atrás”.



El momento culminante del ‘Zugzwang’ del Madrid llega, por supuesto, con las semifinales que comienzan hoy. Sólo el Barcelona se interpone entre el equipo blanco y una nueva final de la Copa de Europa, que podría ser la anhelada ‘Décima’. La explosiva conferencia de prensa que dio ayer Pep Guardiola parecería confirmar las sospechas de la afición merengue: el pánico cunde en el campamento blaugrana. Por primera vez en tres años, Guardiola se ha quitado el corsé de prudencia y sensatez que se había autoimpuesto cuando asumió como técnico. Finalmente, el santo varón del barcelonismo se bajó de su pedestal para enfangarse y responder a las provocaciones del técnico del Madrid. “José, te regalo la Champions de la sala de prensa. Aquí eres el jefe, el puto amo. Nosotros, a las 20:45, saldremos a intentar ganar jugando al fútbol”.



En una cosa Guardiola tiene toda la razón: las teorías están muy bien, pero la que manda es la realidad. Y la realidad es que apenas estamos a mitad de camino. El fútbol todavía no se ha pronunciado.

Saturday, April 16, 2011

El Barça se juega los títulos; el Madrid, la vida

A finales de julio de 2008, el FC Barcelona aterrizaba en Estados Unidos con más dudas que certezas. Se había agotado el ciclo de Ronaldinho, el Crack Feliz, el jugador que lideró al club en la conquista de su segunda Copa de Europa, además de dos títulos de liga consecutivos. Luego de tres temporadas brillantes, inolvidables, el ídolo brasilero se fue marchitando, y el equipo entero junto con él. La saudade parecía instalarse sobre el horizonte blaugrana. En medio de una incertidumbre considerable, y ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo con otros entrenadores (José Mourinho estaba en el sonajero), el presidente del club Joan Laporta –a instancias, según dicen, de su secretario técnico Txiki Begiristain– decidió apostar por un hombre de las entrañas barcelonistas, que venía de sacar al Barça B campeón de la Tercera División, pero que nunca había dirigido en primera. Comenzaba la era Guardiola.



Pep tenía 37 años, menos canas y algo más de pelo. En cuanto se hizo oficial su nombramiento, dejó saber en una rueda de prensa que no contaría con Deco, Ronaldinho, ni Samuel Eto’o, integrantes de la columna vertebral del equipo durante el ciclo anterior. Los jugadores brasileros se buscaron nuevos rumbos, pero mientras el Barça enfilaba la parte final de su pretemporada en tierras americanas, la suerte del delantero camerunés seguía siendo incierta. Aquel verano, tuve la oportunidad de acompañar al club en su periplo estadounidense, y recuerdo vívidamente la anhelante inquietud que se proyectaba sobre el futuro del equipo, el apetito con el que los periodistas desmenuzaban cada detalle de las prácticas, de las comparecencias ante la prensa, de los amistosos. ¿Cómo sería el Barça de Pep? ¿Cuál iba a ser el papel de Eto’o en el equipo, si finalmente se quedaba? ¿Qué iba a hacer con Henry, cuyo primer año en el club había sido lamentable? ¿Cómo encajaría Messi la ausencia de Ronaldinho, hasta entonces la gran figura culé, y quien había sido una especie de tutor del crack argentino?

“Quiero que entiendan que pueden ser mucho mejores como equipo”, explicó Guardiola en Chicago, en la antesala de un amistoso contra las Chivas Rayadas de Guadalajara. Lo que en su momento sonó a frase de cajón resultó ser un dogma de la nueva fe barcelonista. Si existe una posibilidad de que su equipo salga victorioso de la seguidilla de clásicos de los próximos 18 días es porque Guardiola consiguió lo que se proponía. El Barça es como el amor: mucho más que la suma de sus componentes. El equipo ha alcanzado un equilibrio único entre sistema e individuo, talento y disciplina, y entrega y placer. Es el equilibrio de Pep: simbiosis perfecta, nirvana futbolístico. Quizás la prueba irrefutable de ello sea Lionel Messi y la manera como el ecosistema culé amplifica su inmensa calidad, en contraste con lo que le sucede en la selección de su país.

Esto no es todo obra de Guardiola. Lo que ha hecho el catalán es darle otra vuelta de tuerca a un proyecto que se estira en el tiempo más de veinte años y que se materializó en La Masía, semillero de futboleros donde se formaron Messi, Xavi, Iniesta, Puyol, Valdés, Thiago y tantos otros, comenzando por el mismo Pep. El equipo que ha jugado el fútbol más hermoso que se ha visto jamás no sería posible sin la contribución de Cruyff, Van Gaal y los demás participantes de este increíble esfuerzo colectivo. El Barcelona es, en palabras de Santiago Segurola, “la expresión acabada de un genio radical”.

De no ser por esa delicada alquimia, el gran favorito para los duelos que se avecinan sería el Real Madrid. Desde que regresó a la Casa Blanca, hace dos años, el presidente del Real Madrid Florentino Pérez ha invertido más de 400 millones de euros en refuerzos para su equipo. El plantel merengue es, sin lugar a dudas, el más poderoso del mundo. Entre los suplentes de mañana habrá balones de oro como Kaka, campeones del mundo como Albiol y delanteros como Higuaín. Nadie se puede dar ese lujo. Encabezando el proyecto, además, está José Mourinho, un técnico con dos Copas de Europa en su haber, amén de títulos de liga en Italia, Inglaterra y Portugal. Pero, más allá de los títulos, la verdadera razón por la cual Mourinho ha llegado al Madrid es que el entrenador portugués se ha perfilado como el anti–Barça. Hace un año eliminó al equipo catalán en las semifinales de la Champions, y ya lo había hecho antes con el Chelsea, en 2005, en octavos de final. El entrenador que los ingleses llamaron ‘The Special One’ y al que los catalanes se refieren como ‘El Traductor’ llegó a Madrid con la misión de conducir a su equipo precisamente a este lugar: a un choque de poderes en las instancias decisivas de la temporada. En cuatro partidos, Mourinho puede dar un golpe de efecto que contrarreste la percepción de un Barcelona hegemónico.

Pase lo que pase, es importante tener claro que lo que está en juego para el Barça son unos resultados puntuales, unos títulos y unas percepciones, y no las convicciones que lo han conducido hasta donde está. Para el Madrid, en cambio, sí se trata de una cuestión de vida o muerte. Al fin y al cabo, este equipo se construyó para derrotar al Barça. Es su propósito, su razón de ser.

Friday, April 15, 2011

¿Póker de clásicos? Ojo con el ruido

Lo primero, antes que nada: ignorar el ruido. Estamos ante un acontecimiento de tal magnitud que sobran, más que nunca, los esfuerzos por insuflar las emociones. El ruido, cabe recordarlo, se inventó para llenar las horas apacibles, para reemplazar la monotonía con artificios engañosos. En definitiva, para vender. La normalidad no le interesa a nadie. No es una primicia, ni una noticia en desarrollo. La normalidad no se reporta. Ni las primeras páginas ni los titulares se alimentan de normalidad. Así, a falta de incendios de carne y hueso, sobran los pirómanos. Agitadores profesionales pendientes de arrojar sustancias inflamables en cuanto adivinan un roce, al primer chispazo que se les atraviesa. ¿Por qué sentarse a esperar que ocurran tragedias si se pueden caldear los ánimos y generar conflagraciones?

De esta manera, lo que comenzó como un recurso para animar los días romos se ha convertido en una tendencia hegemónica. Todos lo hacen, siempre. El Marca y el As desde Madrid, el Sport y el Mundo Deportivo desde Barcelona. Incluso cuando la realidad toma rumbos fascinantes, cuando parecería suficiente con limitarse a reportarla con cierta precisión y destreza para atrapar al público, nos terminamos encontrando con páginas enteras dedicadas al ruido, al humo de incendios prefabricados en nuestro nombre. Como si no supieran hacer nada más.

Es lo que el escritor catalán Sergi Pàmies bautizó ‘industria de la hostilidad’. El 15 de noviembre del año pasado, luego de un partido Barcelona–Villarreal, Pamiès definía esta especie en su columna de La Vanguardia: “Existe una industria de la hostilidad que, a partir de las tradiciones de rivalidad y de los excesos verbales del fútbol, elabora discursos que, en lugar de compensar agravios artificiales y toxicidades reactivas, los fomenta y los aplaude. A partir de argumentaciones racionales (de las que podemos discrepar o no), se construyen avisperos emocionales que se convierten en trampas. Y los que no caen en ellas (Rijkaard, Pellegrini, Guardiola) acaban siendo mal vistos.”

La práctica es tan extendida que existe un blog, La libreta de Van Gaal, dedicado exclusivamente a compilar los ejemplos más patéticos de ‘forofismo’ o agitación periodística. Ahí se pueden encontrar gemas como esta portada (19 de noviembre de 2010) del diario Marca, el periódico deportivo de mayor circulación (real y virtual) en España, en la que José Mourinho, técnico del Real Madrid, es representado como el protagonista del cuadro de Goya, Fusilamientos del 3 de Mayo. ¿El motivo? La determinación de un comité deportivo de reconvenir al entrenador portugués por haber sugerido que su homólogo del Sporting de Gijón había regalado el partido contra el Barcelona. El director editorial del rotativo español estimó adecuado equiparar la heróica resistencia española contra la invasión de los ejércitos napoleónicos con una polémica de despachos burocráticos de tercer orden, a fin de darle oxígeno a la teoría de conspiración según la cual el Real Madrid (¡nada más y nada menos que el Real Madrid!) era víctima de una persecución por parte de los organismos rectores del fútbol español.



La historia viene a cuento porque esa narrativa victimista se ha transformado en el grito de batalla (¡Villarato!) de muchos personajes relevantes del tinglado mediático de la capital del reino. De un tiempo acá –más precisamente, desde que empezó a hacerse evidente la hegemonía deportiva del Barcelona– el Real Madrid ha pasado de ser la referencia obligada, el objeto del deseo, el representante de los poderes establecidos, el albacea del señorío extraviado de la madre España, a transformarse en el aspirante eterno, el segundón con delirios de persecución, el perdedor irredento que en lugar de ganar encuentra excusas.

No pasa una sola fecha sin que los especialistas diseccionen cada una de las decisiones arbitrales en procura de engordar el acervo probatorio que demuestre que hay fuerzas oscuras conspirando contra el club más poderoso del planeta. ¿Fue esta tarjeta amarilla merecida? ¿Hubo falta en aquella acción? ¿Estaba fulanito en fuera de lugar? ¿Cuántos penales le han cobrado a determinado equipo, cuántos al otro, y al de más allá? Poco importa si la realidad se atraviesa en el camino de las sospechas, como ocurrió el 21 de febrero pasado, con una presunta acción en off–side previa a un gol del Barcelona frente el Athletic de Bilbao: el jugador bilbaíno que habilitaba la jugada fue eliminado (photoshop mediante) de la foto que apareció en el diario As del día siguiente, al mejor estilo del revisionismo histórico estalinista.

La paranoia se ha apoderado incluso de una de las voces más valoradas del medio, la de Alfredo Relaño, quien le ha dado forma concreta a las teoría de conspiración, acuñando el término ‘villarato’. La palabreja hace referencia a José María Villar, presidente de la Real Federación Española de Fútbol, y a la supuesta tiranía que ejerce este personaje en el fútbol peninsular, gracias al apoyo del Fútbol Club Barcelona. En su delirio, Relaño ha traslapado al ámbito europeo los patrones de la supuesta confabulación, un injerto que él ha llamado el ‘platinato’ (por Michel Platini, director de la Uefa).

Todo aquello no deja de tener gracia, puesto que durante décadas se tejieron maquinaciones semejantes alrededor del Real Madrid y los favores que recibía por parte de árbitros y autoridades deportivas en su condición de equipo de la capital y agente del ‘régimen’. De ahí viene el clamor ‘¡Así gana el Madrid’, que todavía se escucha en los estadios españoles cuando se percibe que las decisiones de los jueces benefician al club merengue. En su momento, valga recordarlo, los mismos periodistas que hoy se sienten perseguidos hasta por su propia sombra, desacreditaban esas teorías por desesperadas e insensatas.

Los periodistas catalanes, por su parte, no se quedan atrás. Abundan en el gremio regional los agitadores de turno que, aun cuando el Barcelona lleva años mandando la liga española, persisten con sus peroratas ajadas, se prodigan en su verbo ponzoñoso. Medraron tanto tiempo en el inframundo de los perseguidos, trasegando los cadalsos de la derrota, que no se reconocen de otra manera: hasta en la victoria son perdedores. Lo suyo es un discurso de los ‘buenos’ contra los ‘malos’, anclado en las heridas abiertas de la guerra civil. Igual que sus colegas de Madrid, pasan más tiempo reproduciendo su visión del mundo que describiendo las cosas como son. No importa si la mayoría de las veces la realidad contradice lo que pretenden expresar.

Dentro de este contexto, José Mourinho, entrenador del Real Madrid, juega un papel protagónico, que él mismo se ha fabricado: el del villano perfecto. Mientras el técnico del Barcelona apuesta por un discurso respetuoso y se amarra a la prudencia (que algunos tildan de falsa humildad), el portugués es pendenciero y ejerce una honestidad indiscriminada. Como hizo en su paso por Inglaterra e Italia, Mourinho comienza a jugar los partidos desde las ruedas de prensa, y los termina en su comparecencia ante los medios, dejando a su paso una letanía de quejas, acusaciones, críticas, un reguero de titulares que son el deleite de periodistas y aficionados por igual. Para los provocadores, el director técnico merengue ha venido a ser un pivote perfecto. Muchas de las teoría de conspiración que ellos pedalean desde sus trincheras son alimentadas desde la tribuna privilegiada del vocero oficial de la Casa Blanca.

Habrá quienes consideren que, como espectáculo, el fútbol se beneficia de personajes como José Mourinho. El ‘Special One’ es un animal mediático y no cabe duda de que ha exacerbado el interés en el día a día del Madrid, y en el contrapunteo deportivo entre su club y el Barça. Pero en más de una ocasión la pirotecnia verbal del portugués, y la caja de resonancia que facilitan los medios de comunicación, han conseguido eclipsar la verdadera historia detrás de todo. El que no haya podido ver los partidos de esta temporada y se haya tenido que fiar de los medios para estar al tanto de lo que ocurrió, se habrá quedado con la impresión de que lo más rescatable fue el ruido. Que fue una sucesión de rencillas miserables, sucesos extradeportivos y polémicas arbitrales. Peor aún, que entre el ‘villarato’ y la reciente insinuación por parte de un periodista de la COPE en el sentido de que en el Barça se dopaban, la naturaleza misma de la competencia está en entredicho. Como reza el adagio, difama que algo quedará.



Pero el verdadero peligro reside más allá de los campos de juego. Y es que la munición que sirve de combustible para propagar las querellas interminables, las discusiones fuera de tono, los memoriales de agravios, el ruido que llena las páginas de la prensa, proviene de la política. Deporte y política comparten varios genes, pero su combinación suele ser explosiva. Especialmente durante períodos de crisis económica y malestar social, y muy especialmente en un país como España, que todavía lleva a flor de piel las heridas mal curadas de una guerra fratricida. Arrojar pólvora sobre esas heridas quizás sea una estrategia de mercadeo inteligente, pero también puede constituir una empresa criminal.

Así que ya está advertido: ojo con el ruido. Lo que se viene no necesita de hipérboles o aderezos o instigadores. No permita que lo distraigan, que esto no se vuelve a repetir. Sólo importan el rectángulo verde, la pelota y los jugadores. Fútbol en estado puro. Y, téngalo por seguro, no hay nada igual.

Wednesday, February 16, 2011

Adiós, Fenómeno

Para Ronaldo Luís Nazário de Lima, el Fenómeno, no existían cosas imposibles. Su talento y su potencia física sólo eran comparables a su voluntad inquebrantable, mejor dicho su fe, de esas que mueven montañas o resucitan a los muertos. Por eso lo vimos caer tantas veces, morder el pasto, roto su cuerpo, colapsado ante las exigencias brutales de su fútbol sideral, para volver a levantarse después, y seguir metiendo goles, inclinando la balanza una y otra vez, batalla tras batalla, como si fuera un héroe griego y, la victoria, el único final posible. Pero la vida, a diferencia del fútbol, es una tragedia. Incluso para el Fenómeno. Al final siempre se pierde, y ayer le tocó al carioca. “Es muy duro abandonar algo que me hizo tan feliz”, confesó entre sollozos en su despedida oficial; “podría seguir porque mentalmente estoy preparado, pero tengo que asumir una derrota. He perdido por mi cuerpo”.

Ni siquiera en aquel momento de capitulación definitiva dejó de centellear el espíritu indomable del guerrero. Quería dejar claro que si fuera por él, seguía. Pero, a los 34 años, el cuerpo lo había abandonado definitivamente, sin lugar a dudas, de una vez por todas. “En los dos últimos años mis lesiones se reproducen de una pierna a otra, no soporto los dolores”, dijo el delantero centro del Corinthians. Las palabras casi no le podían salir de la boca. Sólo había lugar para la tristeza. “Siento que muero por primera vez”, sentenció.

Ronaldo nació en Bento Riveiro, un suburbio miserable de Río de Janeiro. Como muchos de sus compatriotas, aprendió a jugar fútbol en las calles de su barrio. La leyenda cuenta que su amor por el juego era tal que dormía abrazado a su pelota. Y que el fútbol también lo quería a él. Apenas tenía 14 años cuando empezó a jugar para el Sao Cristovao, un club de segunda división entrenado por Jairzinho, integrante del legendario seleccionado de Brasil, campeón mundial en México 70. Su fama se propagó tan rápido como entraban sus goles, y dos años después, el Cruzeiro de Belo Horizonte le ofrecía su primer contrato profesional. Ronaldó jugó una temporada con el equipo brasilero, suficiente para demostrar que su voracidad frente al arco contrario era material de exportación. Marcó 54 goles en 54 partidos, un promedio endemoniado que habría de ser el sello distintivo en sus estadísticas.

En 1994, Ronaldo se convertía en el integrante más joven de una selección brasilera, después de Pelé. El delantero de 17 años pasó el verano sentado en la banca de suplentes mientras la ‘Seleçao’ conseguía su cuarto título mundial en Estados Unidos. Al finalizar el torneo, el chico cruzaba el océano rumbo a Holanda, para integrarse al PSV Eindhoven. 50 partidos y 45 goles después, el Barcelona pagaría una suma inédita en la época, 20 millones de dólares, para hacerse con los servicios de la joven promesa. Al finalizar 1996, con 20 años, había sido goleador de las ligas brasilera y holandesa, tenía una copa holandesa y una copa de Brasil bajo el brazo, había sido nombrado FIFA World Player, y era la estrella del Barcelona español.

Aunque sólo jugó una temporada en el equipo catalán, existe la percepción de que aquel fue el cenit futbolístico del Fenómeno. Más allá de los 47 goles que convirtió (en 49 partidos), la mención de ese año fulgurante en la carrera de Ronaldo de inmediato trae a la mente el recuerdo de su gol ante el Compostela, en octubre de 1996: una embestida desde la mitad del campo, arrollando rivales (uno, dos, tres, cuatro, cinco) y finalmente embocándola en el arco contrario, once segundos que contienen la improbable combinación de técnica, potencia y precisión, el aire de inevitabilidad, que caracterizó el juego del astro brasilero.

En palabras del tótem del periodismo deportivo español, Santiago Segurola: “Que se sepa, Ronaldo ha sido el único delantero centro capaz de generar una tangible sensación de peligro allá donde tuviera el balón. En el área, en sus proximidades, en las bandas, de espaldas a la portería, en su propio campo, existía la posibilidad de la proeza. Es decir, del gol. Goles tremendos que requerían de esfuerzos intensísimos, de unas piernas de velocista capaces de esquivar patadas, de ganar un metro, de girar violentamente, de dirigirle a la portería frente a cualquier obstáculo. Goles que exigían rodillas de acero.”

Mientras su cuerpo fue capaz de soportarlo, el derroche futbolístico del delantero carioca encandiló al mundo. En el verano de 1998, sin embargo, llegaría la primera señal de alarma. En el hotel de la concentración de la selección brasilera, a pocas horas de la final de la Copa del Mundo ante el anfitrión, Francia, el crack de 21 años sufría una convulsión inexplicable. En uno de los episodios más confusos en la historia de los mundiales, Ronaldo fue llevado a un hospital para que se le hicieran revisiones médicas y luego participó en el partido que Brasil terminaría perdiendo por 3 a 0. Se supone que la presión combinada de la multinacional Nike, que ya lo tenía en la nómina, y de la Confederación Brasilera de Fútbol, que se jugaba nada menos que un título orbital, fue determinante en la presencia del goleador en el césped del Stade de France.

Para entonces, Ronaldo ya militaba en las filas del Inter de Milán, que lo había comprado al Barcelona por una cifra estratosférica, cercana a los 40 millones de dólares. Aunque fue en este club donde estuvo el mayor número de temporadas, cinco en total (de 1997 a 2002), su paso por Italia quedó signado por las gravísimas lesiones que sufrió en las rodillas. El 21 de noviembre de 1999, ante el Lecce, se destrozaría la rodilla izquierda, y 17 meses después, recién recuperado de aquella lesión, se rompería el tendón de su rodilla derecha. En total, el delantero pasó cerca de dos años fuera de las canchas. Se llegó a pensar, incluso, que su carrera como futbolista había terminado.

Pero ahí donde la realidad ponía límites, el carioca se empeñaba en superarlos, haciendo gala de una tozudez a prueba de todo. Aunque sus mejores años habían quedado atrás, el Fenómeno consiguió recuperarse y liderar a Brasil a la consecución de su quinto título mundial en el campeonato de Corea y Japón celebrado en 2002. En aquel verano pasaría del Inter al Real Madrid, donde hizo parte de un equipo inolvidable, junto con Zinedine Zidane, Luis Figo y Raúl, entre otros. Jugó cuatro temporadas de blanco, ganando dos ligas y convirtiendo 104 goles en 177 partidos. También se hizo merecedor de su segundo Balón de Oro y su tercer Fifa World Player.

A medida que su rendimiento fue sufriendo las consecuencias del paso de los años, y las limitaciones de sus averiadas rodillas se hacían más evidentes, la vida personal de Ronaldo empezó a cobrar un protagonismo desmedido. Sus aventuras amorosas, sus salidas nocturnas, su evidente sobrepeso. En 2006, luego de participar en su último mundial, Alemania 2006, y habiéndose convertido en el máximo artillero en la historia esta competición (15 anotaciones), Ronaldo regresó a Italia, esta vez para unirse al AC Milán. Vestido de ‘rossonero’ sólo disputó 20 partidos, marcando 9 goles. El 13 de febrero de 2008, su rodilla izquierda le volvía a decir no más.

Ronaldo luchó para regresar a las canchas, y lo consiguió a finales de ese año, integrándose a las filas del Corinthians de Sao Paulo. Aspiraba a conseguir uno de los dos títulos que le hacían falta a su palmarés, la Copa Libertadores de América (el otro es la Champions League europea), pero el torneo más antiguo del mundo se le siguió resistiendo.

Finalmente, ayer, el Fenómeno se daba por vencido. Habiendo resucitado cuatro veces, volvía a sentirse morir. Otro astro legendario de la ‘Seleçao’, Zico, resumía de la siguiente manera su desafío: “Tiene que ser consciente de que ya ha conseguido todo. Ahora tendrá que pensar en algo con lo que ocupar el tiempo”. Para el mejor centro delantero de la historia, queda atrás una época intensa, de plenitud absoluta. 423 goles en 624 partidos (vía @2010misterchip). Le espera el resto de la vida.



Palmarés (fuente: El País)

Clubes
Con el Cruzeiro: 1 Campeonato Mineiro (1993) y 1 Copa de Brasil (1993)
Con el PSV: 1 Copa de los Países Bajos (1996)
Con el Barcelona: 1Supercopa de España (1996), 1 Copa del Rey (1997) y 1 Recopa (1997)
Con el Inter: 1 Copa de la UEFA (1998)
Con el Madrid: 2 Ligas (2003 y 2007), 1 Supercopa de España (2003), 1 Supercopa de Europa (2002) y 1 Copa Intercontinental (2002)
Con el Milan: 1 Supercopa de Europa (2007) y 1 Mundialito de Clubes (2007)
Con el Corinthians: 1 Campeonato Paulista (2009) y 1 Copa de Brasil (2009)

Selección
2 Copas del Mundo (1994 y 2002)
2 Copas de América (1997 y 1999)

Trofeos individuales
2 Balones de Oro (1997 y 2002)
3 FIFA World Player (1996, 1997 y 2002)
1 Bota de Oro (1997)


(* Una versión editada de este texto fue publicada originalmente en KyenyKe)