Friday, April 29, 2011
Wednesday, April 27, 2011
Teoremas, realidades
Son tan significativos estos encuentros Barcelona–Madrid que han bastado dos para que los especialistas identifiquen el final de una era (Barça) y la consolidación de una dinastía (Madrid). Conviene que no se crucen tan seguido las órbitas de estos dos enormes planetas, porque se desbarajusta el equilibrio sideral, y terminan agotándose en segundos las historias que estaban predestinadas a perdurar. Con esta seguidilla de clásicos estamos presenciando un experimento sin precedentes, en el que se pone a prueba de una vez por todas la teoría de los vasos comunicantes, muchas veces repetida pero nunca comprobada del todo, según la cual madridistas y catalanes están entrelazados en un juego de suma cero, en el que el éxito del uno es inversamente proporcional al fracaso del otro.
Así, aunque Barça y Madrid se han repartido el botín de sus dos primeros encuentros (la liga para el uno*, la Copa para el otro), y por lo tanto ambos tienen razones concretas para darse por bien servidos, la percepción es que el equipo de Mourinho llega a las puertas de las semifinales de la Champions League contra el FC Barcelona –el momento cumbre de la temporada– en estado de gracia, mientras que su contrincante lo hace diezmado, temeroso, inseguro.

Resultados aparte, la confianza que se tienen los merengues está relacionada con una de las mayores virtudes de José Mourinho, quizá la razón por la que se autodenominó ‘The Special One’. Y es que el portugués domina el arte de la sugestión. En menos de un año, ha logrado convencer a sus jugadores, a su otrora todopoderoso presidente y a la ‘masa social’ del Real Madrid, de que se encomienden a él sin hacer preguntas, incluso al costo de sacrificar sus principios.
“Hay que reconocerle un mérito a Mourinho y es que ha conseguido hacer jugar a un equipo grande como uno menor y que además lo haga convencido”, comentaba recientemente Miguel Ángel Lotina, entrenador del Deportivo de La Coruña, en una entrevista para El País. “Yo fui con el Celta al Bernabéu e hice lo mismo que el Madrid contra el Barça en Liga, empatamos y me cayeron palos por todos lados. ¡Y era el Celta!”
Lotina se refería al partido del liga del pasado 16 de abril, el primero del ‘Póker de Clásicos’, en el cual el Real Madrid renunció al balón y a la iniciativa en su propio estadio, ante su público, a pesar de tener la necesidad de ganar so pena de darse de baja en la pelea por el título liguero. La posesión del balón del equipo local fue del 23%, la más baja en las últimas cinco temporadas, y el partido terminó en un empate a un gol. “El Barça hace fútbol, el Madrid va y viene”, se lamentó Aldredo Di Stéfano, presidente honorario del club blanco. Para la Saeta Rubia, legendario ganador de cinco Copas de Europa enfundado en el uniforme blanco, “el Barça era el león y el Madrid el ratón”.
El público del Bernabéu, por su parte, despidió a su equipo al final del partido con un atronador aplauso, aunque el resultado dejaba casi sentenciado el título liguero del Barcelona. “Nunca he visto al Real Madrid jugar así con el consentimiento de su público”, comentó un aturdido Santiago Segurola. Para el periodista deportivo la única explicación era la convicción absoluta de la afición blanca en que Mourinho saldría victorioso de los siguientes lances contra el Barcelona en la final de la Copa y luego en las semifinales de la Champions League.
El estado de ánimo del madridismo también evidenciaba un sentimiento de inferioridad ante el gran enemigo, que con Pep Guardiola ha conocido sus mejores años, ganándolo todo. Este sentimiento se cristalizó en noviembre pasado, cuando el Madrid recibió una goleada por 5 a 0 en su visita al Camp Nou. Aquella fue la quinta derrota consecutiva del equipo ante su rival catalán. Paradójicamente, parte del trabajo de mentalización de Mourinho ha consistido en convencer a sus dirigidos, y a todos los que rodean al equipo, de la superioridad futbolística del Barcelona. Un duro ejercicio, teniendo en cuenta la leyenda triunfal de un club que se precia de haber sido el mejor del siglo XX, el más poderoso del mundo.
Así, la institución que en su momento despidió a Fabio Capello porque ganaba sin encandilar, ahora ha entronizado a José Mourinho, que gana a como dé lugar. El entrenador ha construido un equipo que se defiende en bloque, macizo, y que sabe explotar las virtudes de sus mejores jugadores para lanzar contragolpes mortales. Un equipo reactivo, que se encuentra incómodo cuando ha de llevar la iniciativa pero que no se compara con ninguno a la hora de desactivar a su rival, hurgar en sus puntos débiles, pillarlo con la guardia baja y noquearlo. Un equipo que también domina registros extradeportivos, desde el recurso del juego fuerte hasta el manejo mediático, pasando por la presión a los árbitros y los juegos psicológicos con el contrincante.
Y, sí, un equipo capaz de derrotar al Barça, como quedó demostrado el miércoles pasado en la final de la Copa del Rey, uno de los partidos más memorables de los últimos años. Tanto el Madrid como el Barcelona tuvieron la oportunidad de mostrar sus mejores argumentos en un empate a cero que desbordó los noventa minutos reglamentarios y se decidió con un gol ‘vintage’, pleno de potencia, estética y épica: desborde y centro templado desde la izquierda de Di María para que Cristiano Ronaldo definiera con un cabezazo perfecto.
La primera victoria del Madrid en los últimos seis clásicos, el primer título luego de tres años en blanco y, para muchos, el punto de inflexión que, según la ley de los vasos comunicantes, oficializaba el cambio de ciclo. Se cruzaban las trayectorias inversas del Barcelona y del Madrid, para comenzar a alejarse sin remedio.
Según esta visión casi determinista, la suerte está echada. Mourinho se confirma como el antídoto perfecto y las piezas empiezan a encajar en su lugar. Por mucho que se retuerza o pelee el rival, no hay nada que hacer. Algo parecido a lo que describió el periodista Martí Perarnau en su blog antes de que comenzara la serie de clásicos: “existe una situación en el ajedrez denominada 'zugzwang', en la que cualquier movimiento que realice el jugador significará empeorar su situación. Haga lo que haga, su siguiente movimiento equivaldrá a un paso atrás”.

El momento culminante del ‘Zugzwang’ del Madrid llega, por supuesto, con las semifinales que comienzan hoy. Sólo el Barcelona se interpone entre el equipo blanco y una nueva final de la Copa de Europa, que podría ser la anhelada ‘Décima’. La explosiva conferencia de prensa que dio ayer Pep Guardiola parecería confirmar las sospechas de la afición merengue: el pánico cunde en el campamento blaugrana. Por primera vez en tres años, Guardiola se ha quitado el corsé de prudencia y sensatez que se había autoimpuesto cuando asumió como técnico. Finalmente, el santo varón del barcelonismo se bajó de su pedestal para enfangarse y responder a las provocaciones del técnico del Madrid. “José, te regalo la Champions de la sala de prensa. Aquí eres el jefe, el puto amo. Nosotros, a las 20:45, saldremos a intentar ganar jugando al fútbol”.
En una cosa Guardiola tiene toda la razón: las teorías están muy bien, pero la que manda es la realidad. Y la realidad es que apenas estamos a mitad de camino. El fútbol todavía no se ha pronunciado.
Así, aunque Barça y Madrid se han repartido el botín de sus dos primeros encuentros (la liga para el uno*, la Copa para el otro), y por lo tanto ambos tienen razones concretas para darse por bien servidos, la percepción es que el equipo de Mourinho llega a las puertas de las semifinales de la Champions League contra el FC Barcelona –el momento cumbre de la temporada– en estado de gracia, mientras que su contrincante lo hace diezmado, temeroso, inseguro.

Resultados aparte, la confianza que se tienen los merengues está relacionada con una de las mayores virtudes de José Mourinho, quizá la razón por la que se autodenominó ‘The Special One’. Y es que el portugués domina el arte de la sugestión. En menos de un año, ha logrado convencer a sus jugadores, a su otrora todopoderoso presidente y a la ‘masa social’ del Real Madrid, de que se encomienden a él sin hacer preguntas, incluso al costo de sacrificar sus principios.
“Hay que reconocerle un mérito a Mourinho y es que ha conseguido hacer jugar a un equipo grande como uno menor y que además lo haga convencido”, comentaba recientemente Miguel Ángel Lotina, entrenador del Deportivo de La Coruña, en una entrevista para El País. “Yo fui con el Celta al Bernabéu e hice lo mismo que el Madrid contra el Barça en Liga, empatamos y me cayeron palos por todos lados. ¡Y era el Celta!”
Lotina se refería al partido del liga del pasado 16 de abril, el primero del ‘Póker de Clásicos’, en el cual el Real Madrid renunció al balón y a la iniciativa en su propio estadio, ante su público, a pesar de tener la necesidad de ganar so pena de darse de baja en la pelea por el título liguero. La posesión del balón del equipo local fue del 23%, la más baja en las últimas cinco temporadas, y el partido terminó en un empate a un gol. “El Barça hace fútbol, el Madrid va y viene”, se lamentó Aldredo Di Stéfano, presidente honorario del club blanco. Para la Saeta Rubia, legendario ganador de cinco Copas de Europa enfundado en el uniforme blanco, “el Barça era el león y el Madrid el ratón”.
El público del Bernabéu, por su parte, despidió a su equipo al final del partido con un atronador aplauso, aunque el resultado dejaba casi sentenciado el título liguero del Barcelona. “Nunca he visto al Real Madrid jugar así con el consentimiento de su público”, comentó un aturdido Santiago Segurola. Para el periodista deportivo la única explicación era la convicción absoluta de la afición blanca en que Mourinho saldría victorioso de los siguientes lances contra el Barcelona en la final de la Copa y luego en las semifinales de la Champions League.
El estado de ánimo del madridismo también evidenciaba un sentimiento de inferioridad ante el gran enemigo, que con Pep Guardiola ha conocido sus mejores años, ganándolo todo. Este sentimiento se cristalizó en noviembre pasado, cuando el Madrid recibió una goleada por 5 a 0 en su visita al Camp Nou. Aquella fue la quinta derrota consecutiva del equipo ante su rival catalán. Paradójicamente, parte del trabajo de mentalización de Mourinho ha consistido en convencer a sus dirigidos, y a todos los que rodean al equipo, de la superioridad futbolística del Barcelona. Un duro ejercicio, teniendo en cuenta la leyenda triunfal de un club que se precia de haber sido el mejor del siglo XX, el más poderoso del mundo.
Así, la institución que en su momento despidió a Fabio Capello porque ganaba sin encandilar, ahora ha entronizado a José Mourinho, que gana a como dé lugar. El entrenador ha construido un equipo que se defiende en bloque, macizo, y que sabe explotar las virtudes de sus mejores jugadores para lanzar contragolpes mortales. Un equipo reactivo, que se encuentra incómodo cuando ha de llevar la iniciativa pero que no se compara con ninguno a la hora de desactivar a su rival, hurgar en sus puntos débiles, pillarlo con la guardia baja y noquearlo. Un equipo que también domina registros extradeportivos, desde el recurso del juego fuerte hasta el manejo mediático, pasando por la presión a los árbitros y los juegos psicológicos con el contrincante.
Y, sí, un equipo capaz de derrotar al Barça, como quedó demostrado el miércoles pasado en la final de la Copa del Rey, uno de los partidos más memorables de los últimos años. Tanto el Madrid como el Barcelona tuvieron la oportunidad de mostrar sus mejores argumentos en un empate a cero que desbordó los noventa minutos reglamentarios y se decidió con un gol ‘vintage’, pleno de potencia, estética y épica: desborde y centro templado desde la izquierda de Di María para que Cristiano Ronaldo definiera con un cabezazo perfecto.
La primera victoria del Madrid en los últimos seis clásicos, el primer título luego de tres años en blanco y, para muchos, el punto de inflexión que, según la ley de los vasos comunicantes, oficializaba el cambio de ciclo. Se cruzaban las trayectorias inversas del Barcelona y del Madrid, para comenzar a alejarse sin remedio.
Según esta visión casi determinista, la suerte está echada. Mourinho se confirma como el antídoto perfecto y las piezas empiezan a encajar en su lugar. Por mucho que se retuerza o pelee el rival, no hay nada que hacer. Algo parecido a lo que describió el periodista Martí Perarnau en su blog antes de que comenzara la serie de clásicos: “existe una situación en el ajedrez denominada 'zugzwang', en la que cualquier movimiento que realice el jugador significará empeorar su situación. Haga lo que haga, su siguiente movimiento equivaldrá a un paso atrás”.

El momento culminante del ‘Zugzwang’ del Madrid llega, por supuesto, con las semifinales que comienzan hoy. Sólo el Barcelona se interpone entre el equipo blanco y una nueva final de la Copa de Europa, que podría ser la anhelada ‘Décima’. La explosiva conferencia de prensa que dio ayer Pep Guardiola parecería confirmar las sospechas de la afición merengue: el pánico cunde en el campamento blaugrana. Por primera vez en tres años, Guardiola se ha quitado el corsé de prudencia y sensatez que se había autoimpuesto cuando asumió como técnico. Finalmente, el santo varón del barcelonismo se bajó de su pedestal para enfangarse y responder a las provocaciones del técnico del Madrid. “José, te regalo la Champions de la sala de prensa. Aquí eres el jefe, el puto amo. Nosotros, a las 20:45, saldremos a intentar ganar jugando al fútbol”.
En una cosa Guardiola tiene toda la razón: las teorías están muy bien, pero la que manda es la realidad. Y la realidad es que apenas estamos a mitad de camino. El fútbol todavía no se ha pronunciado.
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Saturday, April 16, 2011
El Barça se juega los títulos; el Madrid, la vida
A finales de julio de 2008, el FC Barcelona aterrizaba en Estados Unidos con más dudas que certezas. Se había agotado el ciclo de Ronaldinho, el Crack Feliz, el jugador que lideró al club en la conquista de su segunda Copa de Europa, además de dos títulos de liga consecutivos. Luego de tres temporadas brillantes, inolvidables, el ídolo brasilero se fue marchitando, y el equipo entero junto con él. La saudade parecía instalarse sobre el horizonte blaugrana. En medio de una incertidumbre considerable, y ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo con otros entrenadores (José Mourinho estaba en el sonajero), el presidente del club Joan Laporta –a instancias, según dicen, de su secretario técnico Txiki Begiristain– decidió apostar por un hombre de las entrañas barcelonistas, que venía de sacar al Barça B campeón de la Tercera División, pero que nunca había dirigido en primera. Comenzaba la era Guardiola.
Pep tenía 37 años, menos canas y algo más de pelo. En cuanto se hizo oficial su nombramiento, dejó saber en una rueda de prensa que no contaría con Deco, Ronaldinho, ni Samuel Eto’o, integrantes de la columna vertebral del equipo durante el ciclo anterior. Los jugadores brasileros se buscaron nuevos rumbos, pero mientras el Barça enfilaba la parte final de su pretemporada en tierras americanas, la suerte del delantero camerunés seguía siendo incierta. Aquel verano, tuve la oportunidad de acompañar al club en su periplo estadounidense, y recuerdo vívidamente la anhelante inquietud que se proyectaba sobre el futuro del equipo, el apetito con el que los periodistas desmenuzaban cada detalle de las prácticas, de las comparecencias ante la prensa, de los amistosos. ¿Cómo sería el Barça de Pep? ¿Cuál iba a ser el papel de Eto’o en el equipo, si finalmente se quedaba? ¿Qué iba a hacer con Henry, cuyo primer año en el club había sido lamentable? ¿Cómo encajaría Messi la ausencia de Ronaldinho, hasta entonces la gran figura culé, y quien había sido una especie de tutor del crack argentino?
“Quiero que entiendan que pueden ser mucho mejores como equipo”, explicó Guardiola en Chicago, en la antesala de un amistoso contra las Chivas Rayadas de Guadalajara. Lo que en su momento sonó a frase de cajón resultó ser un dogma de la nueva fe barcelonista. Si existe una posibilidad de que su equipo salga victorioso de la seguidilla de clásicos de los próximos 18 días es porque Guardiola consiguió lo que se proponía. El Barça es como el amor: mucho más que la suma de sus componentes. El equipo ha alcanzado un equilibrio único entre sistema e individuo, talento y disciplina, y entrega y placer. Es el equilibrio de Pep: simbiosis perfecta, nirvana futbolístico. Quizás la prueba irrefutable de ello sea Lionel Messi y la manera como el ecosistema culé amplifica su inmensa calidad, en contraste con lo que le sucede en la selección de su país.
Esto no es todo obra de Guardiola. Lo que ha hecho el catalán es darle otra vuelta de tuerca a un proyecto que se estira en el tiempo más de veinte años y que se materializó en La Masía, semillero de futboleros donde se formaron Messi, Xavi, Iniesta, Puyol, Valdés, Thiago y tantos otros, comenzando por el mismo Pep. El equipo que ha jugado el fútbol más hermoso que se ha visto jamás no sería posible sin la contribución de Cruyff, Van Gaal y los demás participantes de este increíble esfuerzo colectivo. El Barcelona es, en palabras de Santiago Segurola, “la expresión acabada de un genio radical”.
De no ser por esa delicada alquimia, el gran favorito para los duelos que se avecinan sería el Real Madrid. Desde que regresó a la Casa Blanca, hace dos años, el presidente del Real Madrid Florentino Pérez ha invertido más de 400 millones de euros en refuerzos para su equipo. El plantel merengue es, sin lugar a dudas, el más poderoso del mundo. Entre los suplentes de mañana habrá balones de oro como Kaka, campeones del mundo como Albiol y delanteros como Higuaín. Nadie se puede dar ese lujo. Encabezando el proyecto, además, está José Mourinho, un técnico con dos Copas de Europa en su haber, amén de títulos de liga en Italia, Inglaterra y Portugal. Pero, más allá de los títulos, la verdadera razón por la cual Mourinho ha llegado al Madrid es que el entrenador portugués se ha perfilado como el anti–Barça. Hace un año eliminó al equipo catalán en las semifinales de la Champions, y ya lo había hecho antes con el Chelsea, en 2005, en octavos de final. El entrenador que los ingleses llamaron ‘The Special One’ y al que los catalanes se refieren como ‘El Traductor’ llegó a Madrid con la misión de conducir a su equipo precisamente a este lugar: a un choque de poderes en las instancias decisivas de la temporada. En cuatro partidos, Mourinho puede dar un golpe de efecto que contrarreste la percepción de un Barcelona hegemónico.
Pase lo que pase, es importante tener claro que lo que está en juego para el Barça son unos resultados puntuales, unos títulos y unas percepciones, y no las convicciones que lo han conducido hasta donde está. Para el Madrid, en cambio, sí se trata de una cuestión de vida o muerte. Al fin y al cabo, este equipo se construyó para derrotar al Barça. Es su propósito, su razón de ser.
Pep tenía 37 años, menos canas y algo más de pelo. En cuanto se hizo oficial su nombramiento, dejó saber en una rueda de prensa que no contaría con Deco, Ronaldinho, ni Samuel Eto’o, integrantes de la columna vertebral del equipo durante el ciclo anterior. Los jugadores brasileros se buscaron nuevos rumbos, pero mientras el Barça enfilaba la parte final de su pretemporada en tierras americanas, la suerte del delantero camerunés seguía siendo incierta. Aquel verano, tuve la oportunidad de acompañar al club en su periplo estadounidense, y recuerdo vívidamente la anhelante inquietud que se proyectaba sobre el futuro del equipo, el apetito con el que los periodistas desmenuzaban cada detalle de las prácticas, de las comparecencias ante la prensa, de los amistosos. ¿Cómo sería el Barça de Pep? ¿Cuál iba a ser el papel de Eto’o en el equipo, si finalmente se quedaba? ¿Qué iba a hacer con Henry, cuyo primer año en el club había sido lamentable? ¿Cómo encajaría Messi la ausencia de Ronaldinho, hasta entonces la gran figura culé, y quien había sido una especie de tutor del crack argentino?
“Quiero que entiendan que pueden ser mucho mejores como equipo”, explicó Guardiola en Chicago, en la antesala de un amistoso contra las Chivas Rayadas de Guadalajara. Lo que en su momento sonó a frase de cajón resultó ser un dogma de la nueva fe barcelonista. Si existe una posibilidad de que su equipo salga victorioso de la seguidilla de clásicos de los próximos 18 días es porque Guardiola consiguió lo que se proponía. El Barça es como el amor: mucho más que la suma de sus componentes. El equipo ha alcanzado un equilibrio único entre sistema e individuo, talento y disciplina, y entrega y placer. Es el equilibrio de Pep: simbiosis perfecta, nirvana futbolístico. Quizás la prueba irrefutable de ello sea Lionel Messi y la manera como el ecosistema culé amplifica su inmensa calidad, en contraste con lo que le sucede en la selección de su país.
Esto no es todo obra de Guardiola. Lo que ha hecho el catalán es darle otra vuelta de tuerca a un proyecto que se estira en el tiempo más de veinte años y que se materializó en La Masía, semillero de futboleros donde se formaron Messi, Xavi, Iniesta, Puyol, Valdés, Thiago y tantos otros, comenzando por el mismo Pep. El equipo que ha jugado el fútbol más hermoso que se ha visto jamás no sería posible sin la contribución de Cruyff, Van Gaal y los demás participantes de este increíble esfuerzo colectivo. El Barcelona es, en palabras de Santiago Segurola, “la expresión acabada de un genio radical”.
De no ser por esa delicada alquimia, el gran favorito para los duelos que se avecinan sería el Real Madrid. Desde que regresó a la Casa Blanca, hace dos años, el presidente del Real Madrid Florentino Pérez ha invertido más de 400 millones de euros en refuerzos para su equipo. El plantel merengue es, sin lugar a dudas, el más poderoso del mundo. Entre los suplentes de mañana habrá balones de oro como Kaka, campeones del mundo como Albiol y delanteros como Higuaín. Nadie se puede dar ese lujo. Encabezando el proyecto, además, está José Mourinho, un técnico con dos Copas de Europa en su haber, amén de títulos de liga en Italia, Inglaterra y Portugal. Pero, más allá de los títulos, la verdadera razón por la cual Mourinho ha llegado al Madrid es que el entrenador portugués se ha perfilado como el anti–Barça. Hace un año eliminó al equipo catalán en las semifinales de la Champions, y ya lo había hecho antes con el Chelsea, en 2005, en octavos de final. El entrenador que los ingleses llamaron ‘The Special One’ y al que los catalanes se refieren como ‘El Traductor’ llegó a Madrid con la misión de conducir a su equipo precisamente a este lugar: a un choque de poderes en las instancias decisivas de la temporada. En cuatro partidos, Mourinho puede dar un golpe de efecto que contrarreste la percepción de un Barcelona hegemónico.
Pase lo que pase, es importante tener claro que lo que está en juego para el Barça son unos resultados puntuales, unos títulos y unas percepciones, y no las convicciones que lo han conducido hasta donde está. Para el Madrid, en cambio, sí se trata de una cuestión de vida o muerte. Al fin y al cabo, este equipo se construyó para derrotar al Barça. Es su propósito, su razón de ser.
Friday, April 15, 2011
¿Póker de clásicos? Ojo con el ruido
Lo primero, antes que nada: ignorar el ruido. Estamos ante un acontecimiento de tal magnitud que sobran, más que nunca, los esfuerzos por insuflar las emociones. El ruido, cabe recordarlo, se inventó para llenar las horas apacibles, para reemplazar la monotonía con artificios engañosos. En definitiva, para vender. La normalidad no le interesa a nadie. No es una primicia, ni una noticia en desarrollo. La normalidad no se reporta. Ni las primeras páginas ni los titulares se alimentan de normalidad. Así, a falta de incendios de carne y hueso, sobran los pirómanos. Agitadores profesionales pendientes de arrojar sustancias inflamables en cuanto adivinan un roce, al primer chispazo que se les atraviesa. ¿Por qué sentarse a esperar que ocurran tragedias si se pueden caldear los ánimos y generar conflagraciones?
De esta manera, lo que comenzó como un recurso para animar los días romos se ha convertido en una tendencia hegemónica. Todos lo hacen, siempre. El Marca y el As desde Madrid, el Sport y el Mundo Deportivo desde Barcelona. Incluso cuando la realidad toma rumbos fascinantes, cuando parecería suficiente con limitarse a reportarla con cierta precisión y destreza para atrapar al público, nos terminamos encontrando con páginas enteras dedicadas al ruido, al humo de incendios prefabricados en nuestro nombre. Como si no supieran hacer nada más.
Es lo que el escritor catalán Sergi Pàmies bautizó ‘industria de la hostilidad’. El 15 de noviembre del año pasado, luego de un partido Barcelona–Villarreal, Pamiès definía esta especie en su columna de La Vanguardia: “Existe una industria de la hostilidad que, a partir de las tradiciones de rivalidad y de los excesos verbales del fútbol, elabora discursos que, en lugar de compensar agravios artificiales y toxicidades reactivas, los fomenta y los aplaude. A partir de argumentaciones racionales (de las que podemos discrepar o no), se construyen avisperos emocionales que se convierten en trampas. Y los que no caen en ellas (Rijkaard, Pellegrini, Guardiola) acaban siendo mal vistos.”
La práctica es tan extendida que existe un blog, La libreta de Van Gaal, dedicado exclusivamente a compilar los ejemplos más patéticos de ‘forofismo’ o agitación periodística. Ahí se pueden encontrar gemas como esta portada (19 de noviembre de 2010) del diario Marca, el periódico deportivo de mayor circulación (real y virtual) en España, en la que José Mourinho, técnico del Real Madrid, es representado como el protagonista del cuadro de Goya, Fusilamientos del 3 de Mayo. ¿El motivo? La determinación de un comité deportivo de reconvenir al entrenador portugués por haber sugerido que su homólogo del Sporting de Gijón había regalado el partido contra el Barcelona. El director editorial del rotativo español estimó adecuado equiparar la heróica resistencia española contra la invasión de los ejércitos napoleónicos con una polémica de despachos burocráticos de tercer orden, a fin de darle oxígeno a la teoría de conspiración según la cual el Real Madrid (¡nada más y nada menos que el Real Madrid!) era víctima de una persecución por parte de los organismos rectores del fútbol español.

La historia viene a cuento porque esa narrativa victimista se ha transformado en el grito de batalla (¡Villarato!) de muchos personajes relevantes del tinglado mediático de la capital del reino. De un tiempo acá –más precisamente, desde que empezó a hacerse evidente la hegemonía deportiva del Barcelona– el Real Madrid ha pasado de ser la referencia obligada, el objeto del deseo, el representante de los poderes establecidos, el albacea del señorío extraviado de la madre España, a transformarse en el aspirante eterno, el segundón con delirios de persecución, el perdedor irredento que en lugar de ganar encuentra excusas.
No pasa una sola fecha sin que los especialistas diseccionen cada una de las decisiones arbitrales en procura de engordar el acervo probatorio que demuestre que hay fuerzas oscuras conspirando contra el club más poderoso del planeta. ¿Fue esta tarjeta amarilla merecida? ¿Hubo falta en aquella acción? ¿Estaba fulanito en fuera de lugar? ¿Cuántos penales le han cobrado a determinado equipo, cuántos al otro, y al de más allá? Poco importa si la realidad se atraviesa en el camino de las sospechas, como ocurrió el 21 de febrero pasado, con una presunta acción en off–side previa a un gol del Barcelona frente el Athletic de Bilbao: el jugador bilbaíno que habilitaba la jugada fue eliminado (photoshop mediante) de la foto que apareció en el diario As del día siguiente, al mejor estilo del revisionismo histórico estalinista.
La paranoia se ha apoderado incluso de una de las voces más valoradas del medio, la de Alfredo Relaño, quien le ha dado forma concreta a las teoría de conspiración, acuñando el término ‘villarato’. La palabreja hace referencia a José María Villar, presidente de la Real Federación Española de Fútbol, y a la supuesta tiranía que ejerce este personaje en el fútbol peninsular, gracias al apoyo del Fútbol Club Barcelona. En su delirio, Relaño ha traslapado al ámbito europeo los patrones de la supuesta confabulación, un injerto que él ha llamado el ‘platinato’ (por Michel Platini, director de la Uefa).
Todo aquello no deja de tener gracia, puesto que durante décadas se tejieron maquinaciones semejantes alrededor del Real Madrid y los favores que recibía por parte de árbitros y autoridades deportivas en su condición de equipo de la capital y agente del ‘régimen’. De ahí viene el clamor ‘¡Así gana el Madrid’, que todavía se escucha en los estadios españoles cuando se percibe que las decisiones de los jueces benefician al club merengue. En su momento, valga recordarlo, los mismos periodistas que hoy se sienten perseguidos hasta por su propia sombra, desacreditaban esas teorías por desesperadas e insensatas.
Los periodistas catalanes, por su parte, no se quedan atrás. Abundan en el gremio regional los agitadores de turno que, aun cuando el Barcelona lleva años mandando la liga española, persisten con sus peroratas ajadas, se prodigan en su verbo ponzoñoso. Medraron tanto tiempo en el inframundo de los perseguidos, trasegando los cadalsos de la derrota, que no se reconocen de otra manera: hasta en la victoria son perdedores. Lo suyo es un discurso de los ‘buenos’ contra los ‘malos’, anclado en las heridas abiertas de la guerra civil. Igual que sus colegas de Madrid, pasan más tiempo reproduciendo su visión del mundo que describiendo las cosas como son. No importa si la mayoría de las veces la realidad contradice lo que pretenden expresar.
Dentro de este contexto, José Mourinho, entrenador del Real Madrid, juega un papel protagónico, que él mismo se ha fabricado: el del villano perfecto. Mientras el técnico del Barcelona apuesta por un discurso respetuoso y se amarra a la prudencia (que algunos tildan de falsa humildad), el portugués es pendenciero y ejerce una honestidad indiscriminada. Como hizo en su paso por Inglaterra e Italia, Mourinho comienza a jugar los partidos desde las ruedas de prensa, y los termina en su comparecencia ante los medios, dejando a su paso una letanía de quejas, acusaciones, críticas, un reguero de titulares que son el deleite de periodistas y aficionados por igual. Para los provocadores, el director técnico merengue ha venido a ser un pivote perfecto. Muchas de las teoría de conspiración que ellos pedalean desde sus trincheras son alimentadas desde la tribuna privilegiada del vocero oficial de la Casa Blanca.
Habrá quienes consideren que, como espectáculo, el fútbol se beneficia de personajes como José Mourinho. El ‘Special One’ es un animal mediático y no cabe duda de que ha exacerbado el interés en el día a día del Madrid, y en el contrapunteo deportivo entre su club y el Barça. Pero en más de una ocasión la pirotecnia verbal del portugués, y la caja de resonancia que facilitan los medios de comunicación, han conseguido eclipsar la verdadera historia detrás de todo. El que no haya podido ver los partidos de esta temporada y se haya tenido que fiar de los medios para estar al tanto de lo que ocurrió, se habrá quedado con la impresión de que lo más rescatable fue el ruido. Que fue una sucesión de rencillas miserables, sucesos extradeportivos y polémicas arbitrales. Peor aún, que entre el ‘villarato’ y la reciente insinuación por parte de un periodista de la COPE en el sentido de que en el Barça se dopaban, la naturaleza misma de la competencia está en entredicho. Como reza el adagio, difama que algo quedará.

Pero el verdadero peligro reside más allá de los campos de juego. Y es que la munición que sirve de combustible para propagar las querellas interminables, las discusiones fuera de tono, los memoriales de agravios, el ruido que llena las páginas de la prensa, proviene de la política. Deporte y política comparten varios genes, pero su combinación suele ser explosiva. Especialmente durante períodos de crisis económica y malestar social, y muy especialmente en un país como España, que todavía lleva a flor de piel las heridas mal curadas de una guerra fratricida. Arrojar pólvora sobre esas heridas quizás sea una estrategia de mercadeo inteligente, pero también puede constituir una empresa criminal.
Así que ya está advertido: ojo con el ruido. Lo que se viene no necesita de hipérboles o aderezos o instigadores. No permita que lo distraigan, que esto no se vuelve a repetir. Sólo importan el rectángulo verde, la pelota y los jugadores. Fútbol en estado puro. Y, téngalo por seguro, no hay nada igual.
De esta manera, lo que comenzó como un recurso para animar los días romos se ha convertido en una tendencia hegemónica. Todos lo hacen, siempre. El Marca y el As desde Madrid, el Sport y el Mundo Deportivo desde Barcelona. Incluso cuando la realidad toma rumbos fascinantes, cuando parecería suficiente con limitarse a reportarla con cierta precisión y destreza para atrapar al público, nos terminamos encontrando con páginas enteras dedicadas al ruido, al humo de incendios prefabricados en nuestro nombre. Como si no supieran hacer nada más.
Es lo que el escritor catalán Sergi Pàmies bautizó ‘industria de la hostilidad’. El 15 de noviembre del año pasado, luego de un partido Barcelona–Villarreal, Pamiès definía esta especie en su columna de La Vanguardia: “Existe una industria de la hostilidad que, a partir de las tradiciones de rivalidad y de los excesos verbales del fútbol, elabora discursos que, en lugar de compensar agravios artificiales y toxicidades reactivas, los fomenta y los aplaude. A partir de argumentaciones racionales (de las que podemos discrepar o no), se construyen avisperos emocionales que se convierten en trampas. Y los que no caen en ellas (Rijkaard, Pellegrini, Guardiola) acaban siendo mal vistos.”
La práctica es tan extendida que existe un blog, La libreta de Van Gaal, dedicado exclusivamente a compilar los ejemplos más patéticos de ‘forofismo’ o agitación periodística. Ahí se pueden encontrar gemas como esta portada (19 de noviembre de 2010) del diario Marca, el periódico deportivo de mayor circulación (real y virtual) en España, en la que José Mourinho, técnico del Real Madrid, es representado como el protagonista del cuadro de Goya, Fusilamientos del 3 de Mayo. ¿El motivo? La determinación de un comité deportivo de reconvenir al entrenador portugués por haber sugerido que su homólogo del Sporting de Gijón había regalado el partido contra el Barcelona. El director editorial del rotativo español estimó adecuado equiparar la heróica resistencia española contra la invasión de los ejércitos napoleónicos con una polémica de despachos burocráticos de tercer orden, a fin de darle oxígeno a la teoría de conspiración según la cual el Real Madrid (¡nada más y nada menos que el Real Madrid!) era víctima de una persecución por parte de los organismos rectores del fútbol español.

La historia viene a cuento porque esa narrativa victimista se ha transformado en el grito de batalla (¡Villarato!) de muchos personajes relevantes del tinglado mediático de la capital del reino. De un tiempo acá –más precisamente, desde que empezó a hacerse evidente la hegemonía deportiva del Barcelona– el Real Madrid ha pasado de ser la referencia obligada, el objeto del deseo, el representante de los poderes establecidos, el albacea del señorío extraviado de la madre España, a transformarse en el aspirante eterno, el segundón con delirios de persecución, el perdedor irredento que en lugar de ganar encuentra excusas.
No pasa una sola fecha sin que los especialistas diseccionen cada una de las decisiones arbitrales en procura de engordar el acervo probatorio que demuestre que hay fuerzas oscuras conspirando contra el club más poderoso del planeta. ¿Fue esta tarjeta amarilla merecida? ¿Hubo falta en aquella acción? ¿Estaba fulanito en fuera de lugar? ¿Cuántos penales le han cobrado a determinado equipo, cuántos al otro, y al de más allá? Poco importa si la realidad se atraviesa en el camino de las sospechas, como ocurrió el 21 de febrero pasado, con una presunta acción en off–side previa a un gol del Barcelona frente el Athletic de Bilbao: el jugador bilbaíno que habilitaba la jugada fue eliminado (photoshop mediante) de la foto que apareció en el diario As del día siguiente, al mejor estilo del revisionismo histórico estalinista.
La paranoia se ha apoderado incluso de una de las voces más valoradas del medio, la de Alfredo Relaño, quien le ha dado forma concreta a las teoría de conspiración, acuñando el término ‘villarato’. La palabreja hace referencia a José María Villar, presidente de la Real Federación Española de Fútbol, y a la supuesta tiranía que ejerce este personaje en el fútbol peninsular, gracias al apoyo del Fútbol Club Barcelona. En su delirio, Relaño ha traslapado al ámbito europeo los patrones de la supuesta confabulación, un injerto que él ha llamado el ‘platinato’ (por Michel Platini, director de la Uefa).
Todo aquello no deja de tener gracia, puesto que durante décadas se tejieron maquinaciones semejantes alrededor del Real Madrid y los favores que recibía por parte de árbitros y autoridades deportivas en su condición de equipo de la capital y agente del ‘régimen’. De ahí viene el clamor ‘¡Así gana el Madrid’, que todavía se escucha en los estadios españoles cuando se percibe que las decisiones de los jueces benefician al club merengue. En su momento, valga recordarlo, los mismos periodistas que hoy se sienten perseguidos hasta por su propia sombra, desacreditaban esas teorías por desesperadas e insensatas.
Los periodistas catalanes, por su parte, no se quedan atrás. Abundan en el gremio regional los agitadores de turno que, aun cuando el Barcelona lleva años mandando la liga española, persisten con sus peroratas ajadas, se prodigan en su verbo ponzoñoso. Medraron tanto tiempo en el inframundo de los perseguidos, trasegando los cadalsos de la derrota, que no se reconocen de otra manera: hasta en la victoria son perdedores. Lo suyo es un discurso de los ‘buenos’ contra los ‘malos’, anclado en las heridas abiertas de la guerra civil. Igual que sus colegas de Madrid, pasan más tiempo reproduciendo su visión del mundo que describiendo las cosas como son. No importa si la mayoría de las veces la realidad contradice lo que pretenden expresar.
Dentro de este contexto, José Mourinho, entrenador del Real Madrid, juega un papel protagónico, que él mismo se ha fabricado: el del villano perfecto. Mientras el técnico del Barcelona apuesta por un discurso respetuoso y se amarra a la prudencia (que algunos tildan de falsa humildad), el portugués es pendenciero y ejerce una honestidad indiscriminada. Como hizo en su paso por Inglaterra e Italia, Mourinho comienza a jugar los partidos desde las ruedas de prensa, y los termina en su comparecencia ante los medios, dejando a su paso una letanía de quejas, acusaciones, críticas, un reguero de titulares que son el deleite de periodistas y aficionados por igual. Para los provocadores, el director técnico merengue ha venido a ser un pivote perfecto. Muchas de las teoría de conspiración que ellos pedalean desde sus trincheras son alimentadas desde la tribuna privilegiada del vocero oficial de la Casa Blanca.
Habrá quienes consideren que, como espectáculo, el fútbol se beneficia de personajes como José Mourinho. El ‘Special One’ es un animal mediático y no cabe duda de que ha exacerbado el interés en el día a día del Madrid, y en el contrapunteo deportivo entre su club y el Barça. Pero en más de una ocasión la pirotecnia verbal del portugués, y la caja de resonancia que facilitan los medios de comunicación, han conseguido eclipsar la verdadera historia detrás de todo. El que no haya podido ver los partidos de esta temporada y se haya tenido que fiar de los medios para estar al tanto de lo que ocurrió, se habrá quedado con la impresión de que lo más rescatable fue el ruido. Que fue una sucesión de rencillas miserables, sucesos extradeportivos y polémicas arbitrales. Peor aún, que entre el ‘villarato’ y la reciente insinuación por parte de un periodista de la COPE en el sentido de que en el Barça se dopaban, la naturaleza misma de la competencia está en entredicho. Como reza el adagio, difama que algo quedará.

Pero el verdadero peligro reside más allá de los campos de juego. Y es que la munición que sirve de combustible para propagar las querellas interminables, las discusiones fuera de tono, los memoriales de agravios, el ruido que llena las páginas de la prensa, proviene de la política. Deporte y política comparten varios genes, pero su combinación suele ser explosiva. Especialmente durante períodos de crisis económica y malestar social, y muy especialmente en un país como España, que todavía lleva a flor de piel las heridas mal curadas de una guerra fratricida. Arrojar pólvora sobre esas heridas quizás sea una estrategia de mercadeo inteligente, pero también puede constituir una empresa criminal.
Así que ya está advertido: ojo con el ruido. Lo que se viene no necesita de hipérboles o aderezos o instigadores. No permita que lo distraigan, que esto no se vuelve a repetir. Sólo importan el rectángulo verde, la pelota y los jugadores. Fútbol en estado puro. Y, téngalo por seguro, no hay nada igual.
Wednesday, February 16, 2011
Adiós, Fenómeno
Para Ronaldo Luís Nazário de Lima, el Fenómeno, no existían cosas imposibles. Su talento y su potencia física sólo eran comparables a su voluntad inquebrantable, mejor dicho su fe, de esas que mueven montañas o resucitan a los muertos. Por eso lo vimos caer tantas veces, morder el pasto, roto su cuerpo, colapsado ante las exigencias brutales de su fútbol sideral, para volver a levantarse después, y seguir metiendo goles, inclinando la balanza una y otra vez, batalla tras batalla, como si fuera un héroe griego y, la victoria, el único final posible. Pero la vida, a diferencia del fútbol, es una tragedia. Incluso para el Fenómeno. Al final siempre se pierde, y ayer le tocó al carioca. “Es muy duro abandonar algo que me hizo tan feliz”, confesó entre sollozos en su despedida oficial; “podría seguir porque mentalmente estoy preparado, pero tengo que asumir una derrota. He perdido por mi cuerpo”.
Ni siquiera en aquel momento de capitulación definitiva dejó de centellear el espíritu indomable del guerrero. Quería dejar claro que si fuera por él, seguía. Pero, a los 34 años, el cuerpo lo había abandonado definitivamente, sin lugar a dudas, de una vez por todas. “En los dos últimos años mis lesiones se reproducen de una pierna a otra, no soporto los dolores”, dijo el delantero centro del Corinthians. Las palabras casi no le podían salir de la boca. Sólo había lugar para la tristeza. “Siento que muero por primera vez”, sentenció.
Ronaldo nació en Bento Riveiro, un suburbio miserable de Río de Janeiro. Como muchos de sus compatriotas, aprendió a jugar fútbol en las calles de su barrio. La leyenda cuenta que su amor por el juego era tal que dormía abrazado a su pelota. Y que el fútbol también lo quería a él. Apenas tenía 14 años cuando empezó a jugar para el Sao Cristovao, un club de segunda división entrenado por Jairzinho, integrante del legendario seleccionado de Brasil, campeón mundial en México 70. Su fama se propagó tan rápido como entraban sus goles, y dos años después, el Cruzeiro de Belo Horizonte le ofrecía su primer contrato profesional. Ronaldó jugó una temporada con el equipo brasilero, suficiente para demostrar que su voracidad frente al arco contrario era material de exportación. Marcó 54 goles en 54 partidos, un promedio endemoniado que habría de ser el sello distintivo en sus estadísticas.
En 1994, Ronaldo se convertía en el integrante más joven de una selección brasilera, después de Pelé. El delantero de 17 años pasó el verano sentado en la banca de suplentes mientras la ‘Seleçao’ conseguía su cuarto título mundial en Estados Unidos. Al finalizar el torneo, el chico cruzaba el océano rumbo a Holanda, para integrarse al PSV Eindhoven. 50 partidos y 45 goles después, el Barcelona pagaría una suma inédita en la época, 20 millones de dólares, para hacerse con los servicios de la joven promesa. Al finalizar 1996, con 20 años, había sido goleador de las ligas brasilera y holandesa, tenía una copa holandesa y una copa de Brasil bajo el brazo, había sido nombrado FIFA World Player, y era la estrella del Barcelona español.
Aunque sólo jugó una temporada en el equipo catalán, existe la percepción de que aquel fue el cenit futbolístico del Fenómeno. Más allá de los 47 goles que convirtió (en 49 partidos), la mención de ese año fulgurante en la carrera de Ronaldo de inmediato trae a la mente el recuerdo de su gol ante el Compostela, en octubre de 1996: una embestida desde la mitad del campo, arrollando rivales (uno, dos, tres, cuatro, cinco) y finalmente embocándola en el arco contrario, once segundos que contienen la improbable combinación de técnica, potencia y precisión, el aire de inevitabilidad, que caracterizó el juego del astro brasilero.
En palabras del tótem del periodismo deportivo español, Santiago Segurola: “Que se sepa, Ronaldo ha sido el único delantero centro capaz de generar una tangible sensación de peligro allá donde tuviera el balón. En el área, en sus proximidades, en las bandas, de espaldas a la portería, en su propio campo, existía la posibilidad de la proeza. Es decir, del gol. Goles tremendos que requerían de esfuerzos intensísimos, de unas piernas de velocista capaces de esquivar patadas, de ganar un metro, de girar violentamente, de dirigirle a la portería frente a cualquier obstáculo. Goles que exigían rodillas de acero.”
Mientras su cuerpo fue capaz de soportarlo, el derroche futbolístico del delantero carioca encandiló al mundo. En el verano de 1998, sin embargo, llegaría la primera señal de alarma. En el hotel de la concentración de la selección brasilera, a pocas horas de la final de la Copa del Mundo ante el anfitrión, Francia, el crack de 21 años sufría una convulsión inexplicable. En uno de los episodios más confusos en la historia de los mundiales, Ronaldo fue llevado a un hospital para que se le hicieran revisiones médicas y luego participó en el partido que Brasil terminaría perdiendo por 3 a 0. Se supone que la presión combinada de la multinacional Nike, que ya lo tenía en la nómina, y de la Confederación Brasilera de Fútbol, que se jugaba nada menos que un título orbital, fue determinante en la presencia del goleador en el césped del Stade de France.
Para entonces, Ronaldo ya militaba en las filas del Inter de Milán, que lo había comprado al Barcelona por una cifra estratosférica, cercana a los 40 millones de dólares. Aunque fue en este club donde estuvo el mayor número de temporadas, cinco en total (de 1997 a 2002), su paso por Italia quedó signado por las gravísimas lesiones que sufrió en las rodillas. El 21 de noviembre de 1999, ante el Lecce, se destrozaría la rodilla izquierda, y 17 meses después, recién recuperado de aquella lesión, se rompería el tendón de su rodilla derecha. En total, el delantero pasó cerca de dos años fuera de las canchas. Se llegó a pensar, incluso, que su carrera como futbolista había terminado.
Pero ahí donde la realidad ponía límites, el carioca se empeñaba en superarlos, haciendo gala de una tozudez a prueba de todo. Aunque sus mejores años habían quedado atrás, el Fenómeno consiguió recuperarse y liderar a Brasil a la consecución de su quinto título mundial en el campeonato de Corea y Japón celebrado en 2002. En aquel verano pasaría del Inter al Real Madrid, donde hizo parte de un equipo inolvidable, junto con Zinedine Zidane, Luis Figo y Raúl, entre otros. Jugó cuatro temporadas de blanco, ganando dos ligas y convirtiendo 104 goles en 177 partidos. También se hizo merecedor de su segundo Balón de Oro y su tercer Fifa World Player.
A medida que su rendimiento fue sufriendo las consecuencias del paso de los años, y las limitaciones de sus averiadas rodillas se hacían más evidentes, la vida personal de Ronaldo empezó a cobrar un protagonismo desmedido. Sus aventuras amorosas, sus salidas nocturnas, su evidente sobrepeso. En 2006, luego de participar en su último mundial, Alemania 2006, y habiéndose convertido en el máximo artillero en la historia esta competición (15 anotaciones), Ronaldo regresó a Italia, esta vez para unirse al AC Milán. Vestido de ‘rossonero’ sólo disputó 20 partidos, marcando 9 goles. El 13 de febrero de 2008, su rodilla izquierda le volvía a decir no más.
Ronaldo luchó para regresar a las canchas, y lo consiguió a finales de ese año, integrándose a las filas del Corinthians de Sao Paulo. Aspiraba a conseguir uno de los dos títulos que le hacían falta a su palmarés, la Copa Libertadores de América (el otro es la Champions League europea), pero el torneo más antiguo del mundo se le siguió resistiendo.
Finalmente, ayer, el Fenómeno se daba por vencido. Habiendo resucitado cuatro veces, volvía a sentirse morir. Otro astro legendario de la ‘Seleçao’, Zico, resumía de la siguiente manera su desafío: “Tiene que ser consciente de que ya ha conseguido todo. Ahora tendrá que pensar en algo con lo que ocupar el tiempo”. Para el mejor centro delantero de la historia, queda atrás una época intensa, de plenitud absoluta. 423 goles en 624 partidos (vía @2010misterchip). Le espera el resto de la vida.
Palmarés (fuente: El País)
Clubes
Con el Cruzeiro: 1 Campeonato Mineiro (1993) y 1 Copa de Brasil (1993)
Con el PSV: 1 Copa de los Países Bajos (1996)
Con el Barcelona: 1Supercopa de España (1996), 1 Copa del Rey (1997) y 1 Recopa (1997)
Con el Inter: 1 Copa de la UEFA (1998)
Con el Madrid: 2 Ligas (2003 y 2007), 1 Supercopa de España (2003), 1 Supercopa de Europa (2002) y 1 Copa Intercontinental (2002)
Con el Milan: 1 Supercopa de Europa (2007) y 1 Mundialito de Clubes (2007)
Con el Corinthians: 1 Campeonato Paulista (2009) y 1 Copa de Brasil (2009)
Selección
2 Copas del Mundo (1994 y 2002)
2 Copas de América (1997 y 1999)
Trofeos individuales
2 Balones de Oro (1997 y 2002)
3 FIFA World Player (1996, 1997 y 2002)
1 Bota de Oro (1997)
(* Una versión editada de este texto fue publicada originalmente en KyenyKe)
Ni siquiera en aquel momento de capitulación definitiva dejó de centellear el espíritu indomable del guerrero. Quería dejar claro que si fuera por él, seguía. Pero, a los 34 años, el cuerpo lo había abandonado definitivamente, sin lugar a dudas, de una vez por todas. “En los dos últimos años mis lesiones se reproducen de una pierna a otra, no soporto los dolores”, dijo el delantero centro del Corinthians. Las palabras casi no le podían salir de la boca. Sólo había lugar para la tristeza. “Siento que muero por primera vez”, sentenció.
Ronaldo nació en Bento Riveiro, un suburbio miserable de Río de Janeiro. Como muchos de sus compatriotas, aprendió a jugar fútbol en las calles de su barrio. La leyenda cuenta que su amor por el juego era tal que dormía abrazado a su pelota. Y que el fútbol también lo quería a él. Apenas tenía 14 años cuando empezó a jugar para el Sao Cristovao, un club de segunda división entrenado por Jairzinho, integrante del legendario seleccionado de Brasil, campeón mundial en México 70. Su fama se propagó tan rápido como entraban sus goles, y dos años después, el Cruzeiro de Belo Horizonte le ofrecía su primer contrato profesional. Ronaldó jugó una temporada con el equipo brasilero, suficiente para demostrar que su voracidad frente al arco contrario era material de exportación. Marcó 54 goles en 54 partidos, un promedio endemoniado que habría de ser el sello distintivo en sus estadísticas.
En 1994, Ronaldo se convertía en el integrante más joven de una selección brasilera, después de Pelé. El delantero de 17 años pasó el verano sentado en la banca de suplentes mientras la ‘Seleçao’ conseguía su cuarto título mundial en Estados Unidos. Al finalizar el torneo, el chico cruzaba el océano rumbo a Holanda, para integrarse al PSV Eindhoven. 50 partidos y 45 goles después, el Barcelona pagaría una suma inédita en la época, 20 millones de dólares, para hacerse con los servicios de la joven promesa. Al finalizar 1996, con 20 años, había sido goleador de las ligas brasilera y holandesa, tenía una copa holandesa y una copa de Brasil bajo el brazo, había sido nombrado FIFA World Player, y era la estrella del Barcelona español.
Aunque sólo jugó una temporada en el equipo catalán, existe la percepción de que aquel fue el cenit futbolístico del Fenómeno. Más allá de los 47 goles que convirtió (en 49 partidos), la mención de ese año fulgurante en la carrera de Ronaldo de inmediato trae a la mente el recuerdo de su gol ante el Compostela, en octubre de 1996: una embestida desde la mitad del campo, arrollando rivales (uno, dos, tres, cuatro, cinco) y finalmente embocándola en el arco contrario, once segundos que contienen la improbable combinación de técnica, potencia y precisión, el aire de inevitabilidad, que caracterizó el juego del astro brasilero.
En palabras del tótem del periodismo deportivo español, Santiago Segurola: “Que se sepa, Ronaldo ha sido el único delantero centro capaz de generar una tangible sensación de peligro allá donde tuviera el balón. En el área, en sus proximidades, en las bandas, de espaldas a la portería, en su propio campo, existía la posibilidad de la proeza. Es decir, del gol. Goles tremendos que requerían de esfuerzos intensísimos, de unas piernas de velocista capaces de esquivar patadas, de ganar un metro, de girar violentamente, de dirigirle a la portería frente a cualquier obstáculo. Goles que exigían rodillas de acero.”
Mientras su cuerpo fue capaz de soportarlo, el derroche futbolístico del delantero carioca encandiló al mundo. En el verano de 1998, sin embargo, llegaría la primera señal de alarma. En el hotel de la concentración de la selección brasilera, a pocas horas de la final de la Copa del Mundo ante el anfitrión, Francia, el crack de 21 años sufría una convulsión inexplicable. En uno de los episodios más confusos en la historia de los mundiales, Ronaldo fue llevado a un hospital para que se le hicieran revisiones médicas y luego participó en el partido que Brasil terminaría perdiendo por 3 a 0. Se supone que la presión combinada de la multinacional Nike, que ya lo tenía en la nómina, y de la Confederación Brasilera de Fútbol, que se jugaba nada menos que un título orbital, fue determinante en la presencia del goleador en el césped del Stade de France.
Para entonces, Ronaldo ya militaba en las filas del Inter de Milán, que lo había comprado al Barcelona por una cifra estratosférica, cercana a los 40 millones de dólares. Aunque fue en este club donde estuvo el mayor número de temporadas, cinco en total (de 1997 a 2002), su paso por Italia quedó signado por las gravísimas lesiones que sufrió en las rodillas. El 21 de noviembre de 1999, ante el Lecce, se destrozaría la rodilla izquierda, y 17 meses después, recién recuperado de aquella lesión, se rompería el tendón de su rodilla derecha. En total, el delantero pasó cerca de dos años fuera de las canchas. Se llegó a pensar, incluso, que su carrera como futbolista había terminado.
Pero ahí donde la realidad ponía límites, el carioca se empeñaba en superarlos, haciendo gala de una tozudez a prueba de todo. Aunque sus mejores años habían quedado atrás, el Fenómeno consiguió recuperarse y liderar a Brasil a la consecución de su quinto título mundial en el campeonato de Corea y Japón celebrado en 2002. En aquel verano pasaría del Inter al Real Madrid, donde hizo parte de un equipo inolvidable, junto con Zinedine Zidane, Luis Figo y Raúl, entre otros. Jugó cuatro temporadas de blanco, ganando dos ligas y convirtiendo 104 goles en 177 partidos. También se hizo merecedor de su segundo Balón de Oro y su tercer Fifa World Player.
A medida que su rendimiento fue sufriendo las consecuencias del paso de los años, y las limitaciones de sus averiadas rodillas se hacían más evidentes, la vida personal de Ronaldo empezó a cobrar un protagonismo desmedido. Sus aventuras amorosas, sus salidas nocturnas, su evidente sobrepeso. En 2006, luego de participar en su último mundial, Alemania 2006, y habiéndose convertido en el máximo artillero en la historia esta competición (15 anotaciones), Ronaldo regresó a Italia, esta vez para unirse al AC Milán. Vestido de ‘rossonero’ sólo disputó 20 partidos, marcando 9 goles. El 13 de febrero de 2008, su rodilla izquierda le volvía a decir no más.
Ronaldo luchó para regresar a las canchas, y lo consiguió a finales de ese año, integrándose a las filas del Corinthians de Sao Paulo. Aspiraba a conseguir uno de los dos títulos que le hacían falta a su palmarés, la Copa Libertadores de América (el otro es la Champions League europea), pero el torneo más antiguo del mundo se le siguió resistiendo.
Finalmente, ayer, el Fenómeno se daba por vencido. Habiendo resucitado cuatro veces, volvía a sentirse morir. Otro astro legendario de la ‘Seleçao’, Zico, resumía de la siguiente manera su desafío: “Tiene que ser consciente de que ya ha conseguido todo. Ahora tendrá que pensar en algo con lo que ocupar el tiempo”. Para el mejor centro delantero de la historia, queda atrás una época intensa, de plenitud absoluta. 423 goles en 624 partidos (vía @2010misterchip). Le espera el resto de la vida.
Palmarés (fuente: El País)
Clubes
Con el Cruzeiro: 1 Campeonato Mineiro (1993) y 1 Copa de Brasil (1993)
Con el PSV: 1 Copa de los Países Bajos (1996)
Con el Barcelona: 1Supercopa de España (1996), 1 Copa del Rey (1997) y 1 Recopa (1997)
Con el Inter: 1 Copa de la UEFA (1998)
Con el Madrid: 2 Ligas (2003 y 2007), 1 Supercopa de España (2003), 1 Supercopa de Europa (2002) y 1 Copa Intercontinental (2002)
Con el Milan: 1 Supercopa de Europa (2007) y 1 Mundialito de Clubes (2007)
Con el Corinthians: 1 Campeonato Paulista (2009) y 1 Copa de Brasil (2009)
Selección
2 Copas del Mundo (1994 y 2002)
2 Copas de América (1997 y 1999)
Trofeos individuales
2 Balones de Oro (1997 y 2002)
3 FIFA World Player (1996, 1997 y 2002)
1 Bota de Oro (1997)
(* Una versión editada de este texto fue publicada originalmente en KyenyKe)
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Monday, July 12, 2010
Iniesta de mi vida
El gran momento de este Mundial, de este gran Mundial que todavía refulge en la inmensidad, fue la celebración del gol de la final. Casi dos horas después de que comenzara a rodar la “jabonosa” pelota de Adidas (via @EduardoGaleano), Andrés Iniesta acudió a su cita con la eternidad. El hijo de Fuentealbilla, amigo fiel del segundo plano, diríase incluso persona aburridora, conecta un centro de Cesc Fábregas, compañero de escuela futbolística, ADN Barça, y convierte a España en campeona del mundo por primera vez. Acto seguido, se descubre la camisilla interior, en la que ha escrito un mensaje para Dani Jarque, amigo entrañable, fallecido un año atrás, en la habitación de un hotel turinés, durante el stage de pretemporada de su equipo, el Espanyol. Español y Barça son los clásicos rivales de patio, con el añadido de que su enfrentamiento se ha cargado con tintes políticos, síntomas del malestar social catalán. El último partido entre los dos, el último derby, celebrado en el nuevo estadio del Español, fue la puesta en escena de una animosidad exacerbada, que trascendía las esferas del deporte. Las crónicas deportivas transmitieron un ambiente caldeado, efervescente, inquietante.
Justo el sábado, un día antes de la final en Johannesburgo, se congregaron más de cuatrocientas mil personas en las calles de Barcelona para protestar los recortes al estatuto normativo de la entidad autonómica catalana. “La marcha deriva en un acto independentista”, reza el subtítulo de la nota @El_País.com. Mientras vibran enardecidas las heridas de tantos años, en Sudáfrica un jugador del Barcelona, el único que no es catalán de los canteranos culés que juegan en la selección, le daba a España una plaza en el olimpo futbolístico. Y al hacerlo, recordó a su amigo fallecido, capitán del equipo rival. Con este puente tendido entre trincheras sociales, se terminó un mundial que huyó de las estrellas, coqueteó con suramérica, amó a Uruguay y representó a Sudáfrica. Con una manera de ganar que hasta el final tuvo que ver con una manera de jugar, de vivir, la vida misma, la propia. “Iniesta de mi vida”, gritaba José Antonio Camacho, ex técnico nacional, mientras su colega en la transmisión radial narraba lo que acontecía. Andrés Iniesta, España. Los héroes perfectos de la historia.
“Yo pediría un aplauso fuerte para un equipo que no solo ha sabido ganar, sino que lo han hecho muy bien”, dijo Vicente del Bosque durante la ceremonia de bienvenida de los campeones a Madrid. “Y no sólo es ganar, sino también cómo se gana. Y ellos han sido un ejemplor para todos nosotros. Un aplauso para ellos.” Pues eso, don Vicente. Un aplauso. De pie.
Justo el sábado, un día antes de la final en Johannesburgo, se congregaron más de cuatrocientas mil personas en las calles de Barcelona para protestar los recortes al estatuto normativo de la entidad autonómica catalana. “La marcha deriva en un acto independentista”, reza el subtítulo de la nota @El_País.com. Mientras vibran enardecidas las heridas de tantos años, en Sudáfrica un jugador del Barcelona, el único que no es catalán de los canteranos culés que juegan en la selección, le daba a España una plaza en el olimpo futbolístico. Y al hacerlo, recordó a su amigo fallecido, capitán del equipo rival. Con este puente tendido entre trincheras sociales, se terminó un mundial que huyó de las estrellas, coqueteó con suramérica, amó a Uruguay y representó a Sudáfrica. Con una manera de ganar que hasta el final tuvo que ver con una manera de jugar, de vivir, la vida misma, la propia. “Iniesta de mi vida”, gritaba José Antonio Camacho, ex técnico nacional, mientras su colega en la transmisión radial narraba lo que acontecía. Andrés Iniesta, España. Los héroes perfectos de la historia.
“Yo pediría un aplauso fuerte para un equipo que no solo ha sabido ganar, sino que lo han hecho muy bien”, dijo Vicente del Bosque durante la ceremonia de bienvenida de los campeones a Madrid. “Y no sólo es ganar, sino también cómo se gana. Y ellos han sido un ejemplor para todos nosotros. Un aplauso para ellos.” Pues eso, don Vicente. Un aplauso. De pie.
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Saturday, July 10, 2010
Del toque–toque al tiqui–taca
Ya se está acabando el mundial, ya se va acercando la hora en la que todos nos recibimos de técnicos infalibles: cuando la pelota deja de rodar.
En el camino, por supuesto, se quedaron tantas predicciones erróneas, tantos juicios baldíos, tantas descalificaciones apresuradas. Suficientes como para que reinara el silencio. Cuando el fútbol cuadra caja, somos todos unos cretinos. Pero también somos necios incorregibles, presumidos impenitentes. Pase lo que pase, siempre tendremos algo que decir, apuntándole a una verdad esquiva, quimérica, completamente ajena a nuestra naturaleza humana.
Hecha la advertencia de rigor, procedo.
Para mí, éste fue un Mundial marcado por las efemérides de la inolvidable participación de Colombia en Estados Unidos 94. Se cumplieron dieciséis años de aquello, una verdadera hecatombe a la colombiana: del absurdo favoritismo al que nos lanzamos con ansioso desespero al salvaje desenlace que terminó costándole la vida a Andrés Escobar. “Todo el mundo dice que a Andrés lo mató el fútbol”, se le oye decir a Francisco Maturana en el excelente documental sobre el tema, The Two Escobars, que transmitió hace poco ESPN. “Yo digo que no. Andrés era del fútbol, pero lo mató la sociedad”.
Comparto plenamente el análisis de Maturana. En su momento, participé tanto de la ridícula euforia como de la indignación homicida con la que asediamos a esa selección Colombia. No había lugar ni a lo primero ni muchísimo menos a lo segundo. Tuvieron que pasar dieciséis años y un documental de unos hermanos gringos –los Zimbalist– para que yo me enterara de esa puñetera verdad.
En lugar de disfrutar a pleno con una extraordinaria generación de jugadores, en lugar de valorar en su justa medida los inobjetables aportes de la inefable ‘rosca paisa’ que nos condujo hasta la gloria y que nosotros a cambio vilipendiamos hasta la náusea, nos pudo ese apetito insaciable, ese arribismo aniquilador que terminó convirtiéndose en nuestro sello de identidad nacional. Despreciamos el fútbol de toque, la lentitud del Pibe Valderrama, la fácil sabiduría de Maturana. Nadie nos había dado lo que ellos consiguieron, pero nosotros de inmediato quisimos más, siempre más.
“Que no nos confunda el pasado: el fútbol es muy cruel con los que se confunden”, advertía recientemente Vicente del Bosque, técnico del seleccionado español, a propósito del favoritismo que rondaba a su equipo. Obnubilados por el episodio irrepetible del Monumental, el 5 por 0 a Argentina que le hizo tragar sus palabras a Diego Armando Maradona, creímos que estaba todo hecho. Confundimos una hazaña con la normalidad, nos instalamos en la victoria, siendo una nación de perdedores. Esa tendencia esquizofrénica, lo tengo claro, hace parte de nuestra herencia española. No conocemos de puntos medios, solo nos apuntamos a la épica o a la tragedia, nunca a la novela.
Así era España también: lo demostró en muchas competencias internacionales. Llegaba haciendo ruido y se desinflaba en cuanto la presión aumentaba. Hasta este mundial, de hecho, no había alcanzado nunca una semifinal. Mientras se acercaba el verano, la pregunta que nos hacíamos todos en el planeta fútbol era si la selección española iba a refrendar su favoritismo o si se iba a dejar llevar por esa tendencia histórica, por su gen perdedor. Dos años atrás, de la mano de Luis Aragonés, había dado un paso de gigante para superar esa tara histórica al llevarse el título de la Eurocopa con un fútbol exquisito y categórico. En el siglo subsiguiente, bajo la conducción de Del Bosque, la selección apenas perdió un partido.
Como era de esperarse luego de semejantes antecedentes, los aficionados y periodistas españoles encararon el mundial de Sudáfrica absolutamente instalados en su papel de favoritos, haciendo cuentas alegres sobre cómo sería su paseo triunfal hasta la final, subestimando rivales 'menores' como Suiza o Chile. Repetían mansa, estúpidamente, los errores del pasado. Como era de esperarse, también, la derrota ante Suiza, en el primer partido del torneo, tuvo un fuerte sabor a dejà-vu: se dispararon todas las alarmas. Pero algo había cambiado en el ‘ethos’ español, especialmente al interior de ese grupo de jugadores. A pesar del ruidoso entorno, de alguna manera el núcleo de la selección supo mantener la calma y la confianza necesarias para no dejarse descentrar. Es un proceso que habrán de desmenuzar los sociólogos y eruditos de similares pelambres, pero del cual Vicente del Bosque tiene una muy definida intuición. De ahí su palabras: “que no nos confunda el pasado: el fútbol es muy cruel con los que se confunden”.
La nueva identidad del fútbol español, cosas de la vida, tiene mucho que ver con la señales distintivas de la selección de Maturana. Un estilo definido por las combinaciones al infinito, una cuidadosa e intrincada sucesión de pases en búsqueda del camino hacia el gol. Xavi Hernández en el papel del Pibe Valderrama. Su tiqui–taca viene a ser algo así como nuestro toque–toque remasterizado. En ese sentido, hay una estadística reveladora, que me encontré ayer en la cuenta de twitter de @optajean: el promedio de pases por partido de la selección española en Sudáfrica es 617. Un montón, por supuesto. Más que los demás equipos del Mundial. De hecho, en ese registro sólo la supera un equipo en la historia: la selección Colombia de Estados Unidos, con 653.
En el camino, por supuesto, se quedaron tantas predicciones erróneas, tantos juicios baldíos, tantas descalificaciones apresuradas. Suficientes como para que reinara el silencio. Cuando el fútbol cuadra caja, somos todos unos cretinos. Pero también somos necios incorregibles, presumidos impenitentes. Pase lo que pase, siempre tendremos algo que decir, apuntándole a una verdad esquiva, quimérica, completamente ajena a nuestra naturaleza humana.
Hecha la advertencia de rigor, procedo.
Para mí, éste fue un Mundial marcado por las efemérides de la inolvidable participación de Colombia en Estados Unidos 94. Se cumplieron dieciséis años de aquello, una verdadera hecatombe a la colombiana: del absurdo favoritismo al que nos lanzamos con ansioso desespero al salvaje desenlace que terminó costándole la vida a Andrés Escobar. “Todo el mundo dice que a Andrés lo mató el fútbol”, se le oye decir a Francisco Maturana en el excelente documental sobre el tema, The Two Escobars, que transmitió hace poco ESPN. “Yo digo que no. Andrés era del fútbol, pero lo mató la sociedad”.
Comparto plenamente el análisis de Maturana. En su momento, participé tanto de la ridícula euforia como de la indignación homicida con la que asediamos a esa selección Colombia. No había lugar ni a lo primero ni muchísimo menos a lo segundo. Tuvieron que pasar dieciséis años y un documental de unos hermanos gringos –los Zimbalist– para que yo me enterara de esa puñetera verdad.
En lugar de disfrutar a pleno con una extraordinaria generación de jugadores, en lugar de valorar en su justa medida los inobjetables aportes de la inefable ‘rosca paisa’ que nos condujo hasta la gloria y que nosotros a cambio vilipendiamos hasta la náusea, nos pudo ese apetito insaciable, ese arribismo aniquilador que terminó convirtiéndose en nuestro sello de identidad nacional. Despreciamos el fútbol de toque, la lentitud del Pibe Valderrama, la fácil sabiduría de Maturana. Nadie nos había dado lo que ellos consiguieron, pero nosotros de inmediato quisimos más, siempre más.
“Que no nos confunda el pasado: el fútbol es muy cruel con los que se confunden”, advertía recientemente Vicente del Bosque, técnico del seleccionado español, a propósito del favoritismo que rondaba a su equipo. Obnubilados por el episodio irrepetible del Monumental, el 5 por 0 a Argentina que le hizo tragar sus palabras a Diego Armando Maradona, creímos que estaba todo hecho. Confundimos una hazaña con la normalidad, nos instalamos en la victoria, siendo una nación de perdedores. Esa tendencia esquizofrénica, lo tengo claro, hace parte de nuestra herencia española. No conocemos de puntos medios, solo nos apuntamos a la épica o a la tragedia, nunca a la novela.
Así era España también: lo demostró en muchas competencias internacionales. Llegaba haciendo ruido y se desinflaba en cuanto la presión aumentaba. Hasta este mundial, de hecho, no había alcanzado nunca una semifinal. Mientras se acercaba el verano, la pregunta que nos hacíamos todos en el planeta fútbol era si la selección española iba a refrendar su favoritismo o si se iba a dejar llevar por esa tendencia histórica, por su gen perdedor. Dos años atrás, de la mano de Luis Aragonés, había dado un paso de gigante para superar esa tara histórica al llevarse el título de la Eurocopa con un fútbol exquisito y categórico. En el siglo subsiguiente, bajo la conducción de Del Bosque, la selección apenas perdió un partido.
Como era de esperarse luego de semejantes antecedentes, los aficionados y periodistas españoles encararon el mundial de Sudáfrica absolutamente instalados en su papel de favoritos, haciendo cuentas alegres sobre cómo sería su paseo triunfal hasta la final, subestimando rivales 'menores' como Suiza o Chile. Repetían mansa, estúpidamente, los errores del pasado. Como era de esperarse, también, la derrota ante Suiza, en el primer partido del torneo, tuvo un fuerte sabor a dejà-vu: se dispararon todas las alarmas. Pero algo había cambiado en el ‘ethos’ español, especialmente al interior de ese grupo de jugadores. A pesar del ruidoso entorno, de alguna manera el núcleo de la selección supo mantener la calma y la confianza necesarias para no dejarse descentrar. Es un proceso que habrán de desmenuzar los sociólogos y eruditos de similares pelambres, pero del cual Vicente del Bosque tiene una muy definida intuición. De ahí su palabras: “que no nos confunda el pasado: el fútbol es muy cruel con los que se confunden”.
La nueva identidad del fútbol español, cosas de la vida, tiene mucho que ver con la señales distintivas de la selección de Maturana. Un estilo definido por las combinaciones al infinito, una cuidadosa e intrincada sucesión de pases en búsqueda del camino hacia el gol. Xavi Hernández en el papel del Pibe Valderrama. Su tiqui–taca viene a ser algo así como nuestro toque–toque remasterizado. En ese sentido, hay una estadística reveladora, que me encontré ayer en la cuenta de twitter de @optajean: el promedio de pases por partido de la selección española en Sudáfrica es 617. Un montón, por supuesto. Más que los demás equipos del Mundial. De hecho, en ese registro sólo la supera un equipo en la historia: la selección Colombia de Estados Unidos, con 653.
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Tuesday, April 27, 2010
Remuntada
Que sí, que se percibe desde acá un tufillo raro en el ambiente que se ha generado con este asunto de la remuntada mañana ante el Inter. También se siente adentro, en el cuerpo del mundo culé. Más allá del resultado, uno desearía que no se reeditara un episodio similar al del regreso de Figo al Camp Nou con la camiseta del Real Madrid. Hasta se ha desestabilizado ese delicioso equilibrio con el que Guardiola ha dirigido el rumbo de su equipo y, cómo no, del club. Se sabe que Laporta está más interesado en su cuento independentista, en afianzar sus pretensiones políticas, algo para lo que la institución ha servido de coartada perfecta. Y ha sido el seny de Pep el mejor rompeolas contra los aluviones alimentados por el verbo irresponsable del presidente, por el inefable entorno, resguardando a sus jugadores de las marejadas. Allende lo futbolístico, quizá esa es su contribución más definitiva para que se haya instalado, incluso en la meseta, la percepción de que estamos ante un cambio de ciclo importante. De que llevamos seis años inmersos en lo que quizá termine siendo una de las grandes hegemonías futbolísticas de la historia, pero que además le ha cambiado el alma al club, acechado desde hace tiempos por una especie de esquizofrenia colectiva que condenaba al fracaso sus sucesivas remisiones. Un carácter rockero, si se quiere, pero puede uno terminar como Sid Vicious o como Bob Dylan (con perdón). Y se iba pareciendo el Barcelona a Bob Dylan, rebelde con causa, estética y eficiencia, ganador y sabio, equilibrio perfecto. Ni siquiera el Madrid le sacaba de casillas. Pero ha llegado Mourinho, el traductor, ‘the special one’, como él mismo se puso cuando desembarcó su calculada, descarada amargura en Inglaterra, y no reconozco al Barça. Pep haciendo demagogia, Piqué atizando el fuego enemigo, todos a una cayendo en la trampas del portugués. No vaya a ser que mañana, mañana, nos topemos de nuevo con esa furia mala, que también perdió a España hasta la llegada de Aragonés y el tiquitaca de sus jugones. El estado más puro de este Barcelona es el fútbol. El ruido lo manejan mejor otros equipos. Es como si hubieran vuelto a aparecerse unos fantasmas que se creían superados. Que no se vaya a dejar engatusar el equipo con sus cantinelas de ultratumba. Remuntada o no, que sea fiel a si mismo, a ese estado de nirvana futbolístico que ha alcanzado, que lo ha traído aquí. El lugar en la historia ya se lo ha ganado.
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Wednesday, January 20, 2010
El equilibrio de Pep
Para entender mejor el concepto de equilibrio perfecto, las futuras generaciones de economistas deberían repasar los videos del Barcelona de Pep Guardiola. Pocas veces –acaso ninguna– la realidad hace eco de los modelos teóricos de una manera tan integral: lo impiden las flaquezas humanas: demasiadas sinuosidades, egoísmo, avaricia, todo al mismo tiempo. Cuando no impera el sistema, sacrificando libertades personales que son sagradas, las normas se relajan al punto que se desmadra el individuo. Para rematar, nuestra modernidad se caracteriza por una aversión al riesgo expansiva, que permite que la funcionalidad prevalezca siempre sobre la estética. Existen, por supuesto, caso más o menos exitosos, en los que los ideales deportivos: resultado y estilo, conviven con cierta armonía. Pero nunca en un equilibrio tan perfecto como este Barcelona.
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Wednesday, September 16, 2009
América, o la letra escarlata
En diciembre se cumplirán 30 años de ‘Aquel 19’, la noche en la que la historia del América se partió en dos. Hasta ese momento había sido ‘La Mechita’, un club agobiado por las afugias económicas, que se limitaba a conmemorar las ocasiones (dos: 1960, 1969) en las que había alcanzado un subcampeonato, pero que tenía una fanaticada numerosa que lo seguía con fervor. “La pasión huracanada de un pueblo”, lo bautizó Alfonso Bonilla Aragón, uno de sus más connotados seguidores. Acostumbrado a vivir a la sombra del Deportivo Cali, plagado de ‘cracks’, próspero y ganador, el América terminaba 1979 en un papel desconocido: campeón del rentado nacional.
Eran los años dorados de la Sultana, aquellos de las añoranzas bucólicas de los caleños cando se ponen a pensar en los Juegos Panamericanos del 77 [corrección: fueron en el 71] . La gente hacía filas para montarse al bus, explican. La ciudad era ordenada, ejemplar en su apego a los valores y el civismo. Los Panamericanos, con sus obras civiles y mejoras de infraestructura, se quedaron para siempre en la memoria colectiva como el hito que representaba la transformación de Cali en una capital moderna y ambiciosa, plena de expectativas por los años venideros.
Claro que eran, también, los primeros años de bonanza sistemática de la familia Rodríguez Orejuela, Gilberto y Miguel. Los años en que Cali se enamoró de la cocaína. No se ha hecho una averiguación periodística propiamente dicha de la sucesión de los acontecimientos, pero fue en esa época cuando Miguel Rodríguez comenzó a ejercer de patrón en el América. A falta de hechos ciertos, abundan los rumores y las historias. Que Miguel era hincha del Cali, pero que la gente del club, que es divinamente, la más rancia aristocracia local, no le había recibido sus dólares. Que en el América hacían falta, y que el club escarlata, hay que reconocerlo, nunca tuvo la solidez institucional del ‘Superdépor’.
De repente, llegaban a Cali jugadores de cartel, como Aurelio José Pascuttini u Óscar ‘Pinino’ Más, y no para vestirse de verde. Para comienzos de 1979, Miguel Rodríguez consigue persuadir al médico Gabriel Ocha Uribe, el técnico que más títulos había ganado en Colombia, de que regresara al fútbol, y se hiciera cargo del América. Su equipo, comandado por jugadores como el goleador Ramón ‘La Fiera’ Cáceres y el arquero Carlos Alfredo Gay, peleó la punta durante todo el año y se impuso al cabo de un cuadrangular final contra Júnior, Magdalena y Santa Fe.
Según el libro publicado en conmemoración del septuagésimo aniversario (1997) de la institución, el domingo 17 de diciembre, al finalizar el penúltimo partido del cuadrangular, contra Santa Fe en el Campín, Ochoa Uribe sentenció: “ Seremos campeones”. El héroe de la final, ante el Unión en el Pascual, fue Alfonso Cañón, la apuesta personal del técnico. El ‘Maestro’, ídolo santafereño, pasaba de los treinta y ya había colgado los guayos, pero regresó a las canchas a pedido expreso de Ochoa, y demostró que conservaba su clase intacta.
Luego del pitazo final, dicen, una marea roja se adueñó de las calles caleñas. En los barrios populares, como El Obrero o Siloé, la celebración fue hasta el amanecer.
Durante buena parte de los treinta años siguientes, América ejercería un dominio casi absoluto sobre el fútbol profesional colombiano. La estrella que consiguió el equipo dirigido por Diego Édison Umaña en diciembre pasado fue la número trece, sumándose así a Millonarios como los clubes más ganadores del país. Se podría afirmar que los primeros cuarenta años del fútbol profesional (que comenzó en 1948) fueron de ‘Millos’, y los treinta siguientes del equipo de Miguel.
Como hincha, me he cuestionado insistentemente este asunto de que América fue de Miguel Rodríguez (por cierto, ahora es de ‘Comba’ o ‘Combatiente’). Es nuestra letra escarlata. También me ha tocado aguantarme las teorías de conspiración sobre sobornos a los árbitro y los jugadores del equipo contrario (la más popular apunta al ‘Gato’ Fernández, arquero y figura del Cali, como culpable de una derrota mortal a finales de los ochenta). Alguna verdad habrá escondida entre tanto rumor, pero este es otro asunto del que nuestro periodismo se ha desentendido por completo.
Y no es que no sea relevante o pertinente, porque todavía Cali sigue bajo el yugo del narco. Han pasado capos de todos los pelambres, seguidos de cerca por sus herederos. Desde Miguel Rodríguez, preso en Estados Unidos junto a su hermano y su hijo mayor, hasta el tal ‘Comba’, sindicado de haber asesinado a su patrón Wílber Varela, alias ‘Jabón’. Cambian los reyezuelos, pero el imperio permanece en pie.
Sin embargo, aunque considero que no se puede negar el influjo de Miguel Rodríguez en mi equipo del alma, y soy el primero en reclamarle a la ciudad donde nací que se mire al espejo, tampoco dejo de emocionarme con los recuerdos ‘pixelados’ de Willington Ortíz, el gol de Freddy Rincón al Cali en el clásico de la final del 92, la regia severidad de Ochoa Uribe, ganador de siete títulos con América y seis con Millonarios, y, cómo no, las cuatro finales de la Copa Libertadores que se perdieron (1985, 1986, 1987, 1996).
Tampoco me cuesta conmoverme, por ejemplo, con el reciente regreso de Ánthony de Ávila a las canchas. Con 174 goles en 485 partidos , el ‘Pitufo’ tiene un crédito ilimitado. Incluso para su explícito agradecimiento con Miguel Rodríguez por su apoyo durante una encrucijada personal.

La historia de Cali de los últimos treinta años es, de cierta manera, la historia del América. Ninguna otra institución simboliza tan claramente los pecados capitales de la sociedad vallecaucana, que permitió que los mafiosos se apoderaran de la ciudad y del departamento. De esa misma manera, para mi, los hinchas del Cali, representan la hipocresía del ‘establecimiento’ departamental, que está presta a rasgarse las vestiduras ante cualquier asomo de ‘inmoralidad’, mientras hace parte de ese concubinato que formó con los narcotraficantes a finales de los setenta y que hoy está más vigente que nunca.
(para Semana, edición del 20 al 26 de septiembre, 2009)
Eran los años dorados de la Sultana, aquellos de las añoranzas bucólicas de los caleños cando se ponen a pensar en los Juegos Panamericanos del 77 [corrección: fueron en el 71] . La gente hacía filas para montarse al bus, explican. La ciudad era ordenada, ejemplar en su apego a los valores y el civismo. Los Panamericanos, con sus obras civiles y mejoras de infraestructura, se quedaron para siempre en la memoria colectiva como el hito que representaba la transformación de Cali en una capital moderna y ambiciosa, plena de expectativas por los años venideros.
Claro que eran, también, los primeros años de bonanza sistemática de la familia Rodríguez Orejuela, Gilberto y Miguel. Los años en que Cali se enamoró de la cocaína. No se ha hecho una averiguación periodística propiamente dicha de la sucesión de los acontecimientos, pero fue en esa época cuando Miguel Rodríguez comenzó a ejercer de patrón en el América. A falta de hechos ciertos, abundan los rumores y las historias. Que Miguel era hincha del Cali, pero que la gente del club, que es divinamente, la más rancia aristocracia local, no le había recibido sus dólares. Que en el América hacían falta, y que el club escarlata, hay que reconocerlo, nunca tuvo la solidez institucional del ‘Superdépor’.
De repente, llegaban a Cali jugadores de cartel, como Aurelio José Pascuttini u Óscar ‘Pinino’ Más, y no para vestirse de verde. Para comienzos de 1979, Miguel Rodríguez consigue persuadir al médico Gabriel Ocha Uribe, el técnico que más títulos había ganado en Colombia, de que regresara al fútbol, y se hiciera cargo del América. Su equipo, comandado por jugadores como el goleador Ramón ‘La Fiera’ Cáceres y el arquero Carlos Alfredo Gay, peleó la punta durante todo el año y se impuso al cabo de un cuadrangular final contra Júnior, Magdalena y Santa Fe.
Según el libro publicado en conmemoración del septuagésimo aniversario (1997) de la institución, el domingo 17 de diciembre, al finalizar el penúltimo partido del cuadrangular, contra Santa Fe en el Campín, Ochoa Uribe sentenció: “ Seremos campeones”. El héroe de la final, ante el Unión en el Pascual, fue Alfonso Cañón, la apuesta personal del técnico. El ‘Maestro’, ídolo santafereño, pasaba de los treinta y ya había colgado los guayos, pero regresó a las canchas a pedido expreso de Ochoa, y demostró que conservaba su clase intacta.
Luego del pitazo final, dicen, una marea roja se adueñó de las calles caleñas. En los barrios populares, como El Obrero o Siloé, la celebración fue hasta el amanecer.
Durante buena parte de los treinta años siguientes, América ejercería un dominio casi absoluto sobre el fútbol profesional colombiano. La estrella que consiguió el equipo dirigido por Diego Édison Umaña en diciembre pasado fue la número trece, sumándose así a Millonarios como los clubes más ganadores del país. Se podría afirmar que los primeros cuarenta años del fútbol profesional (que comenzó en 1948) fueron de ‘Millos’, y los treinta siguientes del equipo de Miguel.
Como hincha, me he cuestionado insistentemente este asunto de que América fue de Miguel Rodríguez (por cierto, ahora es de ‘Comba’ o ‘Combatiente’). Es nuestra letra escarlata. También me ha tocado aguantarme las teorías de conspiración sobre sobornos a los árbitro y los jugadores del equipo contrario (la más popular apunta al ‘Gato’ Fernández, arquero y figura del Cali, como culpable de una derrota mortal a finales de los ochenta). Alguna verdad habrá escondida entre tanto rumor, pero este es otro asunto del que nuestro periodismo se ha desentendido por completo.
Y no es que no sea relevante o pertinente, porque todavía Cali sigue bajo el yugo del narco. Han pasado capos de todos los pelambres, seguidos de cerca por sus herederos. Desde Miguel Rodríguez, preso en Estados Unidos junto a su hermano y su hijo mayor, hasta el tal ‘Comba’, sindicado de haber asesinado a su patrón Wílber Varela, alias ‘Jabón’. Cambian los reyezuelos, pero el imperio permanece en pie.
Sin embargo, aunque considero que no se puede negar el influjo de Miguel Rodríguez en mi equipo del alma, y soy el primero en reclamarle a la ciudad donde nací que se mire al espejo, tampoco dejo de emocionarme con los recuerdos ‘pixelados’ de Willington Ortíz, el gol de Freddy Rincón al Cali en el clásico de la final del 92, la regia severidad de Ochoa Uribe, ganador de siete títulos con América y seis con Millonarios, y, cómo no, las cuatro finales de la Copa Libertadores que se perdieron (1985, 1986, 1987, 1996).
Tampoco me cuesta conmoverme, por ejemplo, con el reciente regreso de Ánthony de Ávila a las canchas. Con 174 goles en 485 partidos , el ‘Pitufo’ tiene un crédito ilimitado. Incluso para su explícito agradecimiento con Miguel Rodríguez por su apoyo durante una encrucijada personal.

La historia de Cali de los últimos treinta años es, de cierta manera, la historia del América. Ninguna otra institución simboliza tan claramente los pecados capitales de la sociedad vallecaucana, que permitió que los mafiosos se apoderaran de la ciudad y del departamento. De esa misma manera, para mi, los hinchas del Cali, representan la hipocresía del ‘establecimiento’ departamental, que está presta a rasgarse las vestiduras ante cualquier asomo de ‘inmoralidad’, mientras hace parte de ese concubinato que formó con los narcotraficantes a finales de los setenta y que hoy está más vigente que nunca.
(para Semana, edición del 20 al 26 de septiembre, 2009)
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Saturday, August 08, 2009
Friday, July 24, 2009
El rey león
“Lo mejor para el Barça es que Eto’o se vaya”, dijo Pep. Brutales palabras, en las que el entrenador del Barça invierte buena parte de su crédito. Pep Sabrá. Al fin y al cabo este club estaba en la mala hace un año. Derrotado, hastiado de sí mismo, al borde de la crisis institucional. Y Guardiola nos ha regalado el equipo perfecto.
El verano pasado, tuve la oportunidad de seguir al Barcelona en su gira estadounidense, en plan ‘reportero’. Era más un hincha disfrazado de periodista que cualquier otra cosa. Vi cómo Guardiola se llevaba a Tití Henry a un costado, al final de los entrenamientos, para hablar de fútbol. Para mostrarle el camino de regreso a la gloria. Eto’o no musitó palabra, porque desde entonces se está dando lora con eso de que había que salir de él. Todo el mundo quería saber si se quedaba o se iba, y mientras tanto Samuel hacía lo de siempre: meter goles. Uno detrás del otro. Una fiera.

El momento más grande de Samuel, el tercer goleador histórico del Fútbol Club Barcelona, con 130 goles en poco más de 200 partidos (un promedio espectacular), fue a los diez minutos de la final de Roma, cuando liquidó al Manchester en la primera pelota que tocó. Se va el Rey León con tres Ligas y dos Copas de Europa, por “una cuestión de ‘feeling’, de nariz”, explica Pep, tan arbitrario como irreprochable. “No hay razones futbolísticas” prosigue, “porque Samuel es un jugador maravilloso. Cuando él ha estado bien el equipo ha ganado y cuando no, el equipo no ha llegado.”

Se supone que Guardiola cree que el vestuario necesita un revolcón para evitar la autocomplacencia y el divismo que se devoraron al equipo de Rijkaard y Ronaldinho tres años atrás, y el tratamiento sugerido comienza por encontrarle un nuevo equipo a Eto’o, cuyo contrato se vence en el 2010. A lo mejor tiene razón. Ibrahimovic era su primera opción para comandar el ataque del campeón en la próxima temporada, la segunda de ‘Pep’ en el banquillo ‘culé’. Johan Kruyff, su mentor como jugador y la conciencia crítica del Barcelona, suele decir que el segundo año es el más difícil, y probablemente eso es lo que Guardiola tiene presente de cara a la defensa de los títulos conseguidos (Liga, Copa, Champions).
En el camino, termina mal una historia de amor, y nos quedamos tristes los súbditos de Samuel. Todas las cosas que ya no serán. Solo espero que el Rey León no se deje arrastrar por esta despedida impropia de su estatura, ese desprecio tan típico del Barça con sus ídolos. Ojalá que Samuel Eto’o Fils se quede con sus cinco años en la capital de Cataluña. Para algunos, para siempre, será el más grande.
El verano pasado, tuve la oportunidad de seguir al Barcelona en su gira estadounidense, en plan ‘reportero’. Era más un hincha disfrazado de periodista que cualquier otra cosa. Vi cómo Guardiola se llevaba a Tití Henry a un costado, al final de los entrenamientos, para hablar de fútbol. Para mostrarle el camino de regreso a la gloria. Eto’o no musitó palabra, porque desde entonces se está dando lora con eso de que había que salir de él. Todo el mundo quería saber si se quedaba o se iba, y mientras tanto Samuel hacía lo de siempre: meter goles. Uno detrás del otro. Una fiera.

El momento más grande de Samuel, el tercer goleador histórico del Fútbol Club Barcelona, con 130 goles en poco más de 200 partidos (un promedio espectacular), fue a los diez minutos de la final de Roma, cuando liquidó al Manchester en la primera pelota que tocó. Se va el Rey León con tres Ligas y dos Copas de Europa, por “una cuestión de ‘feeling’, de nariz”, explica Pep, tan arbitrario como irreprochable. “No hay razones futbolísticas” prosigue, “porque Samuel es un jugador maravilloso. Cuando él ha estado bien el equipo ha ganado y cuando no, el equipo no ha llegado.”

Se supone que Guardiola cree que el vestuario necesita un revolcón para evitar la autocomplacencia y el divismo que se devoraron al equipo de Rijkaard y Ronaldinho tres años atrás, y el tratamiento sugerido comienza por encontrarle un nuevo equipo a Eto’o, cuyo contrato se vence en el 2010. A lo mejor tiene razón. Ibrahimovic era su primera opción para comandar el ataque del campeón en la próxima temporada, la segunda de ‘Pep’ en el banquillo ‘culé’. Johan Kruyff, su mentor como jugador y la conciencia crítica del Barcelona, suele decir que el segundo año es el más difícil, y probablemente eso es lo que Guardiola tiene presente de cara a la defensa de los títulos conseguidos (Liga, Copa, Champions).
En el camino, termina mal una historia de amor, y nos quedamos tristes los súbditos de Samuel. Todas las cosas que ya no serán. Solo espero que el Rey León no se deje arrastrar por esta despedida impropia de su estatura, ese desprecio tan típico del Barça con sus ídolos. Ojalá que Samuel Eto’o Fils se quede con sus cinco años en la capital de Cataluña. Para algunos, para siempre, será el más grande.

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Thursday, July 23, 2009
Ramón Besa, 'Feeling'
(...)
A fin de cuentas, Eto'o y Laporta han compartido muchas cosas además de su gusto por la zamarra del 9. Ambos son valientes y populistas, y actúan con el egoísmo que se exige a los arietes. El éxito del club y del equipo se explica en buena parte por el carácter del ariete y la determinación del mandatario, cuya vinculación con el club acababa hasta ayer el mismo año 2010. Funcionan excelentemente como autónomos y no encajan fácilmente en cualquier equipo o directiva colectiva. Hiperactivos, les pueden las actitudes personales y generan situaciones de cansancio y tensión.
(...)
A Laporta le cuesta hacerse entender y no siempre merece comprensión, aunque sea porque lleva en el club desde junio de 2003. A Guardiola, en cambio, le ha sido relativamente fácil contar que no tiene feeling con Eto'o, por más que pueda parecer una frivolidad, porque es un entrenador creíble y su obra es transparente. El técnico ha gestionado excelentemente y en silencio el triplete ganado con la palabra y a Eto'o no le ha quedado otra que irse a jugar con su parchís al Inter. Eto'o no juega con las fichas azules, grana, amarillas o verdes, sino con las que llevan su propia cara. Juega sin truco ni posibilidad de hacer trampa.
En El País. Un crack.
A fin de cuentas, Eto'o y Laporta han compartido muchas cosas además de su gusto por la zamarra del 9. Ambos son valientes y populistas, y actúan con el egoísmo que se exige a los arietes. El éxito del club y del equipo se explica en buena parte por el carácter del ariete y la determinación del mandatario, cuya vinculación con el club acababa hasta ayer el mismo año 2010. Funcionan excelentemente como autónomos y no encajan fácilmente en cualquier equipo o directiva colectiva. Hiperactivos, les pueden las actitudes personales y generan situaciones de cansancio y tensión.
(...)
A Laporta le cuesta hacerse entender y no siempre merece comprensión, aunque sea porque lleva en el club desde junio de 2003. A Guardiola, en cambio, le ha sido relativamente fácil contar que no tiene feeling con Eto'o, por más que pueda parecer una frivolidad, porque es un entrenador creíble y su obra es transparente. El técnico ha gestionado excelentemente y en silencio el triplete ganado con la palabra y a Eto'o no le ha quedado otra que irse a jugar con su parchís al Inter. Eto'o no juega con las fichas azules, grana, amarillas o verdes, sino con las que llevan su propia cara. Juega sin truco ni posibilidad de hacer trampa.
En El País. Un crack.
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Tuesday, April 28, 2009
Estimado señor director:
Lo que vimos ayer en el Camp Nou fue un espectáculo vergonzoso, que sólo se justifica cuando los equipos se enfrentan a rivales objetivamente superiores. ¿No se supone que los clubes ingleses son los mejores del mundo? El Chelsea, como el Madrid, como el Manchester, fue a Barcelona a emparapetarse, a pegar, a perder el tiempo, a especular. Justificar a grandes equipos que han pasado por el Camp Nou interesados más en darle caza a las estrellas del Barcelona que en el balón, en función únicamente de los resultados obtenidos, es una formulación tan engañosa como la de los neoconservadores que defienden las prácticas de los años Bush porque redundaron en la seguridad de la república. ¿Acaso los principios son un lujo que se debe abandonar en los momentos difíciles? ¿Para qué quieres la gloria, si obtenerla significa renunciar a tu grandeza?
Si el Barcelona cae (digo, es un decir), ¿cuál será la moraleja de la historia? ¿Qué lo más importante es ganar, o que vale la pena estar dispuesto a morir en tu ley, y la de nadie más?
Por lo pronto, y en lo que a mi respecta, no podría sentirme más orgulloso del Pep Team. Porque en un mundo en donde se vale todo, el Barcelona representa la integridad, incluso en las puertas de la gloria, incluso si el precio es caer.
Salud.
(al director de As, sin ningún éxito)
Si el Barcelona cae (digo, es un decir), ¿cuál será la moraleja de la historia? ¿Qué lo más importante es ganar, o que vale la pena estar dispuesto a morir en tu ley, y la de nadie más?
Por lo pronto, y en lo que a mi respecta, no podría sentirme más orgulloso del Pep Team. Porque en un mundo en donde se vale todo, el Barcelona representa la integridad, incluso en las puertas de la gloria, incluso si el precio es caer.
Salud.
(al director de As, sin ningún éxito)
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Saturday, April 25, 2009
Samuel Etoo, al pie de la letra
"Algunos jugadores del ataque del Barcelona pasarán a la historia del fútbol y a veces necesitas tomarte un minuto para pensar sobre lo especial que es este equipo"
(en el Mundo Deportivo)
(en el Mundo Deportivo)
Thursday, April 02, 2009
Añoramos a Miguel
Será fanatismo mío, pero me da la impresión de que la encrucijada del América representa perfectamente la precaria y urgente situación de Cali. El equipo, en manos de los Rodríguez desde finales de los setentas, ha caído en desgracia junto con ellos (junto con Cali). El patrón ya no se hace cargo, y de su delfín (Juan Miguel Rodríguez) no se sabe nada desde que se pisó, a mediados de febrero [¿?]. Las malas lenguas sugieren que le hicieron una propuesta imposible de rechazar: que se fuera a las buenas o lo sacaban a las malas.
¿Quién se tiene la fe como para amenazar a un Rodríguez? Luis Enrique Calle Serna, se llama la belleza. Alias ‘Combatiente’ o simplemente ‘Comba’. El prontuario del susodicho eriza. Una nota de El Tiempo del 3 de febrero del 2008 lo sindica de ser el cabecilla de la banda Los Rastrojos, antiguo jefe de finanzas de la organización de Wílber Varela, alias ‘Jabón’, y principal sospechoso de su muerte, ocurrida el año anterior en un centro vacacional de Mérida, Venezuela. Mejor dicho, el último ‘lavaperro’ que ha intentado ocupar el vacío de poder que dejó el desmantelamiento del Cartel de Cali.
Al parecer, uno de los esbirros del señor Calle Serna acompaña al plantel americano en todos sus desplazamientos, y tanto técnico como jugadores como directivos le prodigan un respeto considerable. Se supone que ‘Comba’ ha invertido unos recursos, presumiblemente en la forma de contratos de jugadores, que han redundado en su creciente poder al interior del club. Se sucedió una tensa puja por el control absoluto del América con Juan Miguel Rodríguez, quien seguía fungiendo de cabecilla escarlata hasta enero, cuando se reunió con el alcalde de Cali para discutir la situación institucional del club.
¿Es ‘Combatiente’ el nuevo patrón del América? La versión oficial es que no. De hecho, la semana pasada se reunieron el alcalde, el gobernador, el fiscal general, entre otras personalidades políticas, para avalar el proceso de democratización que se intenta llevar a cabo con el trece veces campeón. A la tal reunión no asistió, sin embargo, ningún representante de la actual administración escarlata. La revista Semana, en su nota del evento, hace una de las primeras menciones en prensa de lo que en radio bemba hace rato se sabe. Que sí, que sí es.
O pretende serlo, al menos. Se le opone, valientemente y con fortuna incierta aún, el alcalde de Cali Jorge Iván Ospina (el gobernador del Valle del Cauca, se sabe, es un recontra espía). El alcalde adivina que está en juego algo más que la suerte de un equipo de fútbol. Lo que hay es una oportunidad para mirar a nuestros fantasmas a los ojos, por una vez, sin excusas. De alguna manera, la Cali ‘viable’ se las ha arreglado para ignorar a la que no lo es. Pero la miseria se ha multiplicado, y hace un tiempo largo que la viabilidad de la ciudad entera, de la sociedad como tal, es la que está en cuestión.
Cualquier intento por resolver el entuerto debe incluir una sincerada muy brava sobre la verdadera dimensión del influjo narco. Coger la letra escarlata, colgárnosla al cuello. El problema no es Apolinar, ni los Rodríguez, ni siquiera el gobernador. No se resuelve matando, encarcelando o destituyendo a nadie en particular. No admite chivos expiatorios. El problema es más profundo, más complejo. Y ha crecido en medio de la distante indiferencia de un conjunto de personas que podríamos representar como los hinchas del Deportivo Cali. Por mucho que se esfuercen, pretender que el rey no está desnudo no significa que esté vestido. Resulta llamativo que los años que se recuerdan en Cali como ‘dorados’ son precisamente los que duró la paz mafiosa del Cartel. Es que, enfrentados a la realidad de ‘Comba’, añoramos a Miguel.
(en Soho.com)
¿Quién se tiene la fe como para amenazar a un Rodríguez? Luis Enrique Calle Serna, se llama la belleza. Alias ‘Combatiente’ o simplemente ‘Comba’. El prontuario del susodicho eriza. Una nota de El Tiempo del 3 de febrero del 2008 lo sindica de ser el cabecilla de la banda Los Rastrojos, antiguo jefe de finanzas de la organización de Wílber Varela, alias ‘Jabón’, y principal sospechoso de su muerte, ocurrida el año anterior en un centro vacacional de Mérida, Venezuela. Mejor dicho, el último ‘lavaperro’ que ha intentado ocupar el vacío de poder que dejó el desmantelamiento del Cartel de Cali.
Al parecer, uno de los esbirros del señor Calle Serna acompaña al plantel americano en todos sus desplazamientos, y tanto técnico como jugadores como directivos le prodigan un respeto considerable. Se supone que ‘Comba’ ha invertido unos recursos, presumiblemente en la forma de contratos de jugadores, que han redundado en su creciente poder al interior del club. Se sucedió una tensa puja por el control absoluto del América con Juan Miguel Rodríguez, quien seguía fungiendo de cabecilla escarlata hasta enero, cuando se reunió con el alcalde de Cali para discutir la situación institucional del club.
¿Es ‘Combatiente’ el nuevo patrón del América? La versión oficial es que no. De hecho, la semana pasada se reunieron el alcalde, el gobernador, el fiscal general, entre otras personalidades políticas, para avalar el proceso de democratización que se intenta llevar a cabo con el trece veces campeón. A la tal reunión no asistió, sin embargo, ningún representante de la actual administración escarlata. La revista Semana, en su nota del evento, hace una de las primeras menciones en prensa de lo que en radio bemba hace rato se sabe. Que sí, que sí es.
O pretende serlo, al menos. Se le opone, valientemente y con fortuna incierta aún, el alcalde de Cali Jorge Iván Ospina (el gobernador del Valle del Cauca, se sabe, es un recontra espía). El alcalde adivina que está en juego algo más que la suerte de un equipo de fútbol. Lo que hay es una oportunidad para mirar a nuestros fantasmas a los ojos, por una vez, sin excusas. De alguna manera, la Cali ‘viable’ se las ha arreglado para ignorar a la que no lo es. Pero la miseria se ha multiplicado, y hace un tiempo largo que la viabilidad de la ciudad entera, de la sociedad como tal, es la que está en cuestión.
Cualquier intento por resolver el entuerto debe incluir una sincerada muy brava sobre la verdadera dimensión del influjo narco. Coger la letra escarlata, colgárnosla al cuello. El problema no es Apolinar, ni los Rodríguez, ni siquiera el gobernador. No se resuelve matando, encarcelando o destituyendo a nadie en particular. No admite chivos expiatorios. El problema es más profundo, más complejo. Y ha crecido en medio de la distante indiferencia de un conjunto de personas que podríamos representar como los hinchas del Deportivo Cali. Por mucho que se esfuercen, pretender que el rey no está desnudo no significa que esté vestido. Resulta llamativo que los años que se recuerdan en Cali como ‘dorados’ son precisamente los que duró la paz mafiosa del Cartel. Es que, enfrentados a la realidad de ‘Comba’, añoramos a Miguel.
(en Soho.com)
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Sunday, February 22, 2009
El socialismo según Xavi
Como ha ocurrido con casi todas las actividades humanas de trascendencia, hace rato que el mercadeo se ha apoderado del fútbol. Ya no basta con jugar bien, esforzarse, ser solidario, cumplir en los entrenamientos y en la cancha, ganar. Ahora es fundamental meterle glamour a la vaina, o resignarse a no valer. Puede decirse, incluso, que si uno viene bien empaquetado, si tiene cómo vender, no es tan importante tener calidad. El paradigma del nuevo modelo, por supuesto, sería David Beckham, cuyos atributos ‘marketineros’ están fuera de toda discusión (es el único ser humano que puede llenar un estadio de fútbol en Estados Unidos), pero cuya valía futbolística no genera unanimidad, por decir lo menos.
Tal es el mundo en el que Xavi Hernández (Terraza, 1980) ha venido a nacer. Ni la demagogia, ni el mercadeo, ni la vanidad del estrellato son cosas que vayan con él. “Es cierto que no vendo y que, a lo mejor, no he calado como otros, pero tampoco es lo que quiero”, declaró hace poco el jugador del Barcelona. “Nunca me he sentido cómodo con todo eso. Huyo de ello. En la gala del FIFA World Player estaba como un flan”.
Y es que, aunque el reconocimiento no sea algo por lo que se desviva, Xavi se ha convertido en una referencia obligada del ‘beautiful game’. A sus 29 años, es el segundo jugador que más partidos ha disputado en su club (453), y cuenta con un palmarés que incluye tres títulos de liga y una Copa de Europa, aunque quizás su consagración definitiva le llegó el verano pasado, cuando lideró a la selección española en la consecución de la Eurocopa, torneo en el cual fue considerado el jugador más valioso.
El pequeño jugador catalán es una de las joyas forjadas en La Massia, la escuela de formación del FC Barcelona, a donde llegó con escasos once años. Durante mucho tiempo se lo comparó con Josep ‘Pep’ Guardiola, quien todavía operaba la sala de máquinas del equipo cuando Xavi debutó en primera, el 18 de agosto de 1998. En su momento, el de Terraza apuró la jubilación de Pep, fue su relevo natural (“hay uno en las inferiores que nos va a retirar a los dos”, cuenta la leyenda que le advirtió Pep a Xavi, refiriéndose a Andrés Iniesta). Y es que ambos venían de la misma cantera, por lo que su interpretación del juego acusaba características similares, denominación de origen: posesión del balón, criterio para repartirlo, combinación exquisita de visión y técnica, aguzado sentido de la oportunidad.
Diez años después de su debut, Xavi es el estandarte futbolístico del Barcelona, uno de los capitanes del equipo, y Pep su director técnico. “Tengo pasión por él”, confiesa el crack, “ha sido mi referencia en todo. Siempre dice: ‘Si piensas en el club no te vas a equivocar’, y tiene toda la razón”. Juntos han obrado un milagro en el equipo, desahuciado tras caer en una versión ‘Culé’ de la galactización que dio al traste con el Madrid de Zidane y Ronaldo y Figo (y Beckham). Lo han liberado de la complacencia, han apagado la hoguera de las vanidades, han restituido el orden que antecede al arte.
Una vieja verdad que ha terminado sepultada bajo la parafernalia modernizante de nuestros tiempos. A estas alturas, quizás sea el secreto mejor guardado del fútbol. Independientemente de qué tan bueno seas, solo serás efectivo en la medida en que tus cualidades estén en función del colectivo. Huidizo equilibrio que solo han alcanzado pocos maestros, porque por lo general son los talentoso las primeras víctimas de sus propios encantos. Xavi no. “Soy una víctima del colectivo”, dice; “socio de todos”. Sin pretensiones, sin peinaditos o aretes, comiendo callado en la derrota y en la victoria, a puro fútbol, Xavi Hernández está en pie de lucha contra una modernidad apabullante. Si algo hemos aprendido de la historia, lo más probable es que termine sucumbiendo, pero eso sí, convertido en un héroe.
(para la revista Slided)
Tal es el mundo en el que Xavi Hernández (Terraza, 1980) ha venido a nacer. Ni la demagogia, ni el mercadeo, ni la vanidad del estrellato son cosas que vayan con él. “Es cierto que no vendo y que, a lo mejor, no he calado como otros, pero tampoco es lo que quiero”, declaró hace poco el jugador del Barcelona. “Nunca me he sentido cómodo con todo eso. Huyo de ello. En la gala del FIFA World Player estaba como un flan”.
Y es que, aunque el reconocimiento no sea algo por lo que se desviva, Xavi se ha convertido en una referencia obligada del ‘beautiful game’. A sus 29 años, es el segundo jugador que más partidos ha disputado en su club (453), y cuenta con un palmarés que incluye tres títulos de liga y una Copa de Europa, aunque quizás su consagración definitiva le llegó el verano pasado, cuando lideró a la selección española en la consecución de la Eurocopa, torneo en el cual fue considerado el jugador más valioso.
El pequeño jugador catalán es una de las joyas forjadas en La Massia, la escuela de formación del FC Barcelona, a donde llegó con escasos once años. Durante mucho tiempo se lo comparó con Josep ‘Pep’ Guardiola, quien todavía operaba la sala de máquinas del equipo cuando Xavi debutó en primera, el 18 de agosto de 1998. En su momento, el de Terraza apuró la jubilación de Pep, fue su relevo natural (“hay uno en las inferiores que nos va a retirar a los dos”, cuenta la leyenda que le advirtió Pep a Xavi, refiriéndose a Andrés Iniesta). Y es que ambos venían de la misma cantera, por lo que su interpretación del juego acusaba características similares, denominación de origen: posesión del balón, criterio para repartirlo, combinación exquisita de visión y técnica, aguzado sentido de la oportunidad.
Diez años después de su debut, Xavi es el estandarte futbolístico del Barcelona, uno de los capitanes del equipo, y Pep su director técnico. “Tengo pasión por él”, confiesa el crack, “ha sido mi referencia en todo. Siempre dice: ‘Si piensas en el club no te vas a equivocar’, y tiene toda la razón”. Juntos han obrado un milagro en el equipo, desahuciado tras caer en una versión ‘Culé’ de la galactización que dio al traste con el Madrid de Zidane y Ronaldo y Figo (y Beckham). Lo han liberado de la complacencia, han apagado la hoguera de las vanidades, han restituido el orden que antecede al arte.
Una vieja verdad que ha terminado sepultada bajo la parafernalia modernizante de nuestros tiempos. A estas alturas, quizás sea el secreto mejor guardado del fútbol. Independientemente de qué tan bueno seas, solo serás efectivo en la medida en que tus cualidades estén en función del colectivo. Huidizo equilibrio que solo han alcanzado pocos maestros, porque por lo general son los talentoso las primeras víctimas de sus propios encantos. Xavi no. “Soy una víctima del colectivo”, dice; “socio de todos”. Sin pretensiones, sin peinaditos o aretes, comiendo callado en la derrota y en la victoria, a puro fútbol, Xavi Hernández está en pie de lucha contra una modernidad apabullante. Si algo hemos aprendido de la historia, lo más probable es que termine sucumbiendo, pero eso sí, convertido en un héroe.
(para la revista Slided)
Sunday, January 11, 2009
Entre todos, Maturana
Saturday, January 10, 2009
Palestina

* AP
Manolo Jiménez, técnico del Sevilla, volvió a salir ayer en apoyo a su jugador. "En la polémica de Kanouté hay que respetar todos los puntos de vista. Hay que respetar todas las religiones y todos los sentimientos, siempre que el mensaje no sea para provocar violencia", opinó el técnico. Precisamente ahí, en las posibles consecuencias de la acción de Kanouté, es donde estriba la razón de que la multa haya sido de 3.000 euros, y no de una cantidad superior. "Hemos entendido mayoritariamente, no por unanimidad, que sólo la palabra Palestina no incita a la violencia", matizó Flórez; "por eso se ha aplicado el artículo 120.bis".
* El País, Deportes. El alto precio de una palabra, de Héctor Iglesias
Sunday, December 21, 2008
aspirantes legítimos
Del partido del campeonato, que me tocó en Cali y en el Pascual, me quedan algunas cosas. Primero que todo, el grito del gorila. Me impactó, porque no lo sabía, que las hinchadas colombianas (supe que pasó también en Medellín) anduvieran replicando los gritos racistas de las ligas europeas. En cuanto uno de los dos jugadores negros en la alineación del DIM tocaba un balón, la gente de Oriental empezaba a hacer el uh-uh-uh, mímica del simio. No sé si en Sur o Norte, si en Occidental, hicieran lo mismo. En donde yo estaba, en el primer piso de Oriental, la mayoría lo hacía. Cada vez fue igual. Desde el principio hasta el final. Digamos que se me amargó una fiesta redonda. No puede ser que en Cali, en las graderías del templo americano que es el Pascual Guerrero, donde los sacerdotes han sido de todos los colores, la hinchada de la Mechita se vuelva en contra de sus propias raíces. Si de alguna manera el espíritu de la ciudad se manifiesta en este tipo de actitudes, el diagnóstico es incluso más horripilante de lo que se supone. Dentro de poco empezarán a tirar cáscaras de banano, y habremos sucumbido por completo. Apague y vámonos.
Y es que estamos al borde. Como dijo el hijo de Hernán Peláez en los prolegómenos del cotejo decisivo, la final del Torneo Finalización enfrentaba al equipo de la Lista Clinton contra el equipo de los Paras –concretamente Don Berna, o el esbirro que haya aprovechado su ausencia para coronarse Patrón de Aburrá. Al lado del DIM, América parecía de buena familia, de traer a la casa. La cosa era tan paila que en El Tiempo se disfrazaron de americanos. Mereció ganar. Fue el mejor equipo. Se sobrepuso a las dificultades. Un equipo donde mandaba Rodríguez. Yo digo, ¿mandaba, tiempo pasado? ¿Quién manda en el América? Juan Miguel Rodríguez, el hijo de Miguel. Manda mucho peor que su padre, que lo utilizó como espejo de su gloria. Ahora son otros tiempos. El heredero se queda con los recursos que genera su equipo, de repente vencedor, asfixiándolo al tiempo que se alimenta de su cuerpo desfalleciente.
Nuestro gobernador, elegido el mejor de Colombia, o algo así, aguarda en la lejanía, dando vueltas alrededor del cadáver. En radio bemba se comenta que el presunto proceso de democratización del América no es más que un ardid de Abadía para hacerse con el control del equipo, y utilizarlo él como vehículo de influencia. El rumor tiene visos de legitimidad, a juzgar por el impresionante despliegue publicitario que se hizo el dirigente a costa de los últimos Juegos Nacionales, celebrados en el Valle del Cauca y San Andrés. En todo el país había vallas con la foto del imberbe funcionario, posando con pinta de maloso. Lo único bueno de haber perdido unas justas que nosotros mismos organizamos, es que Abadía se quedó con las ganas de facturar.
El gobernador, por supuesto, estuvo en el Pascual, el primero en montarse en el camión de los bomberos. Pero esta victoria no le pertenece, como tampoco al delfín de capo.
El título es, primero que todo, de Diego Édison Umaña. Los coros en el estadio fueron sobre todo para él, el gran artífice de este viaje epopéyico de La Mechita hacia su treceava estrella. Me da la impresión de que el técnico, y su asistente, Álex Escobar, se tomaron su trabajo con mística, algo infrecuente, y para lo que no existen estímulos, en el fútbol colombiano. Luego del partido en el Atanasio Girardot, Álex le dijo a la prensa que Umaña se había echado un discurso legendario en el entretiempo. El técnico le recordó a sus jugadores la final malograda del primer semestre, ante chico, la extraordinaria oportunidad ante la que se enfrentaban, las ilusiones del pueblo que representaban.
Lo de América este año ha sido milagroso, ya lo decía antes. Y creo que Umaña encendió una luz en el horizonte vallecaucano, algo de lo que han sido incapaces nuestros dirigentes, patricios, intelectuales, o como se quieran llamar. El técnico demostró que, incluso en las peores circunstancias, vale la pena empeñarse obsesivamente en esfuerzos colectivos, virtuosos y solidarios. Más aún, nos recordó que somos candidatos, aspirantes legítimos a la grandeza.
Y es que estamos al borde. Como dijo el hijo de Hernán Peláez en los prolegómenos del cotejo decisivo, la final del Torneo Finalización enfrentaba al equipo de la Lista Clinton contra el equipo de los Paras –concretamente Don Berna, o el esbirro que haya aprovechado su ausencia para coronarse Patrón de Aburrá. Al lado del DIM, América parecía de buena familia, de traer a la casa. La cosa era tan paila que en El Tiempo se disfrazaron de americanos. Mereció ganar. Fue el mejor equipo. Se sobrepuso a las dificultades. Un equipo donde mandaba Rodríguez. Yo digo, ¿mandaba, tiempo pasado? ¿Quién manda en el América? Juan Miguel Rodríguez, el hijo de Miguel. Manda mucho peor que su padre, que lo utilizó como espejo de su gloria. Ahora son otros tiempos. El heredero se queda con los recursos que genera su equipo, de repente vencedor, asfixiándolo al tiempo que se alimenta de su cuerpo desfalleciente.
Nuestro gobernador, elegido el mejor de Colombia, o algo así, aguarda en la lejanía, dando vueltas alrededor del cadáver. En radio bemba se comenta que el presunto proceso de democratización del América no es más que un ardid de Abadía para hacerse con el control del equipo, y utilizarlo él como vehículo de influencia. El rumor tiene visos de legitimidad, a juzgar por el impresionante despliegue publicitario que se hizo el dirigente a costa de los últimos Juegos Nacionales, celebrados en el Valle del Cauca y San Andrés. En todo el país había vallas con la foto del imberbe funcionario, posando con pinta de maloso. Lo único bueno de haber perdido unas justas que nosotros mismos organizamos, es que Abadía se quedó con las ganas de facturar.
El gobernador, por supuesto, estuvo en el Pascual, el primero en montarse en el camión de los bomberos. Pero esta victoria no le pertenece, como tampoco al delfín de capo.
El título es, primero que todo, de Diego Édison Umaña. Los coros en el estadio fueron sobre todo para él, el gran artífice de este viaje epopéyico de La Mechita hacia su treceava estrella. Me da la impresión de que el técnico, y su asistente, Álex Escobar, se tomaron su trabajo con mística, algo infrecuente, y para lo que no existen estímulos, en el fútbol colombiano. Luego del partido en el Atanasio Girardot, Álex le dijo a la prensa que Umaña se había echado un discurso legendario en el entretiempo. El técnico le recordó a sus jugadores la final malograda del primer semestre, ante chico, la extraordinaria oportunidad ante la que se enfrentaban, las ilusiones del pueblo que representaban.
Lo de América este año ha sido milagroso, ya lo decía antes. Y creo que Umaña encendió una luz en el horizonte vallecaucano, algo de lo que han sido incapaces nuestros dirigentes, patricios, intelectuales, o como se quieran llamar. El técnico demostró que, incluso en las peores circunstancias, vale la pena empeñarse obsesivamente en esfuerzos colectivos, virtuosos y solidarios. Más aún, nos recordó que somos candidatos, aspirantes legítimos a la grandeza.
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