Friday, April 15, 2011

¿Póker de clásicos? Ojo con el ruido

Lo primero, antes que nada: ignorar el ruido. Estamos ante un acontecimiento de tal magnitud que sobran, más que nunca, los esfuerzos por insuflar las emociones. El ruido, cabe recordarlo, se inventó para llenar las horas apacibles, para reemplazar la monotonía con artificios engañosos. En definitiva, para vender. La normalidad no le interesa a nadie. No es una primicia, ni una noticia en desarrollo. La normalidad no se reporta. Ni las primeras páginas ni los titulares se alimentan de normalidad. Así, a falta de incendios de carne y hueso, sobran los pirómanos. Agitadores profesionales pendientes de arrojar sustancias inflamables en cuanto adivinan un roce, al primer chispazo que se les atraviesa. ¿Por qué sentarse a esperar que ocurran tragedias si se pueden caldear los ánimos y generar conflagraciones?

De esta manera, lo que comenzó como un recurso para animar los días romos se ha convertido en una tendencia hegemónica. Todos lo hacen, siempre. El Marca y el As desde Madrid, el Sport y el Mundo Deportivo desde Barcelona. Incluso cuando la realidad toma rumbos fascinantes, cuando parecería suficiente con limitarse a reportarla con cierta precisión y destreza para atrapar al público, nos terminamos encontrando con páginas enteras dedicadas al ruido, al humo de incendios prefabricados en nuestro nombre. Como si no supieran hacer nada más.

Es lo que el escritor catalán Sergi Pàmies bautizó ‘industria de la hostilidad’. El 15 de noviembre del año pasado, luego de un partido Barcelona–Villarreal, Pamiès definía esta especie en su columna de La Vanguardia: “Existe una industria de la hostilidad que, a partir de las tradiciones de rivalidad y de los excesos verbales del fútbol, elabora discursos que, en lugar de compensar agravios artificiales y toxicidades reactivas, los fomenta y los aplaude. A partir de argumentaciones racionales (de las que podemos discrepar o no), se construyen avisperos emocionales que se convierten en trampas. Y los que no caen en ellas (Rijkaard, Pellegrini, Guardiola) acaban siendo mal vistos.”

La práctica es tan extendida que existe un blog, La libreta de Van Gaal, dedicado exclusivamente a compilar los ejemplos más patéticos de ‘forofismo’ o agitación periodística. Ahí se pueden encontrar gemas como esta portada (19 de noviembre de 2010) del diario Marca, el periódico deportivo de mayor circulación (real y virtual) en España, en la que José Mourinho, técnico del Real Madrid, es representado como el protagonista del cuadro de Goya, Fusilamientos del 3 de Mayo. ¿El motivo? La determinación de un comité deportivo de reconvenir al entrenador portugués por haber sugerido que su homólogo del Sporting de Gijón había regalado el partido contra el Barcelona. El director editorial del rotativo español estimó adecuado equiparar la heróica resistencia española contra la invasión de los ejércitos napoleónicos con una polémica de despachos burocráticos de tercer orden, a fin de darle oxígeno a la teoría de conspiración según la cual el Real Madrid (¡nada más y nada menos que el Real Madrid!) era víctima de una persecución por parte de los organismos rectores del fútbol español.



La historia viene a cuento porque esa narrativa victimista se ha transformado en el grito de batalla (¡Villarato!) de muchos personajes relevantes del tinglado mediático de la capital del reino. De un tiempo acá –más precisamente, desde que empezó a hacerse evidente la hegemonía deportiva del Barcelona– el Real Madrid ha pasado de ser la referencia obligada, el objeto del deseo, el representante de los poderes establecidos, el albacea del señorío extraviado de la madre España, a transformarse en el aspirante eterno, el segundón con delirios de persecución, el perdedor irredento que en lugar de ganar encuentra excusas.

No pasa una sola fecha sin que los especialistas diseccionen cada una de las decisiones arbitrales en procura de engordar el acervo probatorio que demuestre que hay fuerzas oscuras conspirando contra el club más poderoso del planeta. ¿Fue esta tarjeta amarilla merecida? ¿Hubo falta en aquella acción? ¿Estaba fulanito en fuera de lugar? ¿Cuántos penales le han cobrado a determinado equipo, cuántos al otro, y al de más allá? Poco importa si la realidad se atraviesa en el camino de las sospechas, como ocurrió el 21 de febrero pasado, con una presunta acción en off–side previa a un gol del Barcelona frente el Athletic de Bilbao: el jugador bilbaíno que habilitaba la jugada fue eliminado (photoshop mediante) de la foto que apareció en el diario As del día siguiente, al mejor estilo del revisionismo histórico estalinista.

La paranoia se ha apoderado incluso de una de las voces más valoradas del medio, la de Alfredo Relaño, quien le ha dado forma concreta a las teoría de conspiración, acuñando el término ‘villarato’. La palabreja hace referencia a José María Villar, presidente de la Real Federación Española de Fútbol, y a la supuesta tiranía que ejerce este personaje en el fútbol peninsular, gracias al apoyo del Fútbol Club Barcelona. En su delirio, Relaño ha traslapado al ámbito europeo los patrones de la supuesta confabulación, un injerto que él ha llamado el ‘platinato’ (por Michel Platini, director de la Uefa).

Todo aquello no deja de tener gracia, puesto que durante décadas se tejieron maquinaciones semejantes alrededor del Real Madrid y los favores que recibía por parte de árbitros y autoridades deportivas en su condición de equipo de la capital y agente del ‘régimen’. De ahí viene el clamor ‘¡Así gana el Madrid’, que todavía se escucha en los estadios españoles cuando se percibe que las decisiones de los jueces benefician al club merengue. En su momento, valga recordarlo, los mismos periodistas que hoy se sienten perseguidos hasta por su propia sombra, desacreditaban esas teorías por desesperadas e insensatas.

Los periodistas catalanes, por su parte, no se quedan atrás. Abundan en el gremio regional los agitadores de turno que, aun cuando el Barcelona lleva años mandando la liga española, persisten con sus peroratas ajadas, se prodigan en su verbo ponzoñoso. Medraron tanto tiempo en el inframundo de los perseguidos, trasegando los cadalsos de la derrota, que no se reconocen de otra manera: hasta en la victoria son perdedores. Lo suyo es un discurso de los ‘buenos’ contra los ‘malos’, anclado en las heridas abiertas de la guerra civil. Igual que sus colegas de Madrid, pasan más tiempo reproduciendo su visión del mundo que describiendo las cosas como son. No importa si la mayoría de las veces la realidad contradice lo que pretenden expresar.

Dentro de este contexto, José Mourinho, entrenador del Real Madrid, juega un papel protagónico, que él mismo se ha fabricado: el del villano perfecto. Mientras el técnico del Barcelona apuesta por un discurso respetuoso y se amarra a la prudencia (que algunos tildan de falsa humildad), el portugués es pendenciero y ejerce una honestidad indiscriminada. Como hizo en su paso por Inglaterra e Italia, Mourinho comienza a jugar los partidos desde las ruedas de prensa, y los termina en su comparecencia ante los medios, dejando a su paso una letanía de quejas, acusaciones, críticas, un reguero de titulares que son el deleite de periodistas y aficionados por igual. Para los provocadores, el director técnico merengue ha venido a ser un pivote perfecto. Muchas de las teoría de conspiración que ellos pedalean desde sus trincheras son alimentadas desde la tribuna privilegiada del vocero oficial de la Casa Blanca.

Habrá quienes consideren que, como espectáculo, el fútbol se beneficia de personajes como José Mourinho. El ‘Special One’ es un animal mediático y no cabe duda de que ha exacerbado el interés en el día a día del Madrid, y en el contrapunteo deportivo entre su club y el Barça. Pero en más de una ocasión la pirotecnia verbal del portugués, y la caja de resonancia que facilitan los medios de comunicación, han conseguido eclipsar la verdadera historia detrás de todo. El que no haya podido ver los partidos de esta temporada y se haya tenido que fiar de los medios para estar al tanto de lo que ocurrió, se habrá quedado con la impresión de que lo más rescatable fue el ruido. Que fue una sucesión de rencillas miserables, sucesos extradeportivos y polémicas arbitrales. Peor aún, que entre el ‘villarato’ y la reciente insinuación por parte de un periodista de la COPE en el sentido de que en el Barça se dopaban, la naturaleza misma de la competencia está en entredicho. Como reza el adagio, difama que algo quedará.



Pero el verdadero peligro reside más allá de los campos de juego. Y es que la munición que sirve de combustible para propagar las querellas interminables, las discusiones fuera de tono, los memoriales de agravios, el ruido que llena las páginas de la prensa, proviene de la política. Deporte y política comparten varios genes, pero su combinación suele ser explosiva. Especialmente durante períodos de crisis económica y malestar social, y muy especialmente en un país como España, que todavía lleva a flor de piel las heridas mal curadas de una guerra fratricida. Arrojar pólvora sobre esas heridas quizás sea una estrategia de mercadeo inteligente, pero también puede constituir una empresa criminal.

Así que ya está advertido: ojo con el ruido. Lo que se viene no necesita de hipérboles o aderezos o instigadores. No permita que lo distraigan, que esto no se vuelve a repetir. Sólo importan el rectángulo verde, la pelota y los jugadores. Fútbol en estado puro. Y, téngalo por seguro, no hay nada igual.

1 comment:

Paulina said...

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