Saturday, April 16, 2011

El Barça se juega los títulos; el Madrid, la vida

A finales de julio de 2008, el FC Barcelona aterrizaba en Estados Unidos con más dudas que certezas. Se había agotado el ciclo de Ronaldinho, el Crack Feliz, el jugador que lideró al club en la conquista de su segunda Copa de Europa, además de dos títulos de liga consecutivos. Luego de tres temporadas brillantes, inolvidables, el ídolo brasilero se fue marchitando, y el equipo entero junto con él. La saudade parecía instalarse sobre el horizonte blaugrana. En medio de una incertidumbre considerable, y ante la imposibilidad de llegar a un acuerdo con otros entrenadores (José Mourinho estaba en el sonajero), el presidente del club Joan Laporta –a instancias, según dicen, de su secretario técnico Txiki Begiristain– decidió apostar por un hombre de las entrañas barcelonistas, que venía de sacar al Barça B campeón de la Tercera División, pero que nunca había dirigido en primera. Comenzaba la era Guardiola.



Pep tenía 37 años, menos canas y algo más de pelo. En cuanto se hizo oficial su nombramiento, dejó saber en una rueda de prensa que no contaría con Deco, Ronaldinho, ni Samuel Eto’o, integrantes de la columna vertebral del equipo durante el ciclo anterior. Los jugadores brasileros se buscaron nuevos rumbos, pero mientras el Barça enfilaba la parte final de su pretemporada en tierras americanas, la suerte del delantero camerunés seguía siendo incierta. Aquel verano, tuve la oportunidad de acompañar al club en su periplo estadounidense, y recuerdo vívidamente la anhelante inquietud que se proyectaba sobre el futuro del equipo, el apetito con el que los periodistas desmenuzaban cada detalle de las prácticas, de las comparecencias ante la prensa, de los amistosos. ¿Cómo sería el Barça de Pep? ¿Cuál iba a ser el papel de Eto’o en el equipo, si finalmente se quedaba? ¿Qué iba a hacer con Henry, cuyo primer año en el club había sido lamentable? ¿Cómo encajaría Messi la ausencia de Ronaldinho, hasta entonces la gran figura culé, y quien había sido una especie de tutor del crack argentino?

“Quiero que entiendan que pueden ser mucho mejores como equipo”, explicó Guardiola en Chicago, en la antesala de un amistoso contra las Chivas Rayadas de Guadalajara. Lo que en su momento sonó a frase de cajón resultó ser un dogma de la nueva fe barcelonista. Si existe una posibilidad de que su equipo salga victorioso de la seguidilla de clásicos de los próximos 18 días es porque Guardiola consiguió lo que se proponía. El Barça es como el amor: mucho más que la suma de sus componentes. El equipo ha alcanzado un equilibrio único entre sistema e individuo, talento y disciplina, y entrega y placer. Es el equilibrio de Pep: simbiosis perfecta, nirvana futbolístico. Quizás la prueba irrefutable de ello sea Lionel Messi y la manera como el ecosistema culé amplifica su inmensa calidad, en contraste con lo que le sucede en la selección de su país.

Esto no es todo obra de Guardiola. Lo que ha hecho el catalán es darle otra vuelta de tuerca a un proyecto que se estira en el tiempo más de veinte años y que se materializó en La Masía, semillero de futboleros donde se formaron Messi, Xavi, Iniesta, Puyol, Valdés, Thiago y tantos otros, comenzando por el mismo Pep. El equipo que ha jugado el fútbol más hermoso que se ha visto jamás no sería posible sin la contribución de Cruyff, Van Gaal y los demás participantes de este increíble esfuerzo colectivo. El Barcelona es, en palabras de Santiago Segurola, “la expresión acabada de un genio radical”.

De no ser por esa delicada alquimia, el gran favorito para los duelos que se avecinan sería el Real Madrid. Desde que regresó a la Casa Blanca, hace dos años, el presidente del Real Madrid Florentino Pérez ha invertido más de 400 millones de euros en refuerzos para su equipo. El plantel merengue es, sin lugar a dudas, el más poderoso del mundo. Entre los suplentes de mañana habrá balones de oro como Kaka, campeones del mundo como Albiol y delanteros como Higuaín. Nadie se puede dar ese lujo. Encabezando el proyecto, además, está José Mourinho, un técnico con dos Copas de Europa en su haber, amén de títulos de liga en Italia, Inglaterra y Portugal. Pero, más allá de los títulos, la verdadera razón por la cual Mourinho ha llegado al Madrid es que el entrenador portugués se ha perfilado como el anti–Barça. Hace un año eliminó al equipo catalán en las semifinales de la Champions, y ya lo había hecho antes con el Chelsea, en 2005, en octavos de final. El entrenador que los ingleses llamaron ‘The Special One’ y al que los catalanes se refieren como ‘El Traductor’ llegó a Madrid con la misión de conducir a su equipo precisamente a este lugar: a un choque de poderes en las instancias decisivas de la temporada. En cuatro partidos, Mourinho puede dar un golpe de efecto que contrarreste la percepción de un Barcelona hegemónico.

Pase lo que pase, es importante tener claro que lo que está en juego para el Barça son unos resultados puntuales, unos títulos y unas percepciones, y no las convicciones que lo han conducido hasta donde está. Para el Madrid, en cambio, sí se trata de una cuestión de vida o muerte. Al fin y al cabo, este equipo se construyó para derrotar al Barça. Es su propósito, su razón de ser.

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