Sunday, December 21, 2008

aspirantes legítimos

Del partido del campeonato, que me tocó en Cali y en el Pascual, me quedan algunas cosas. Primero que todo, el grito del gorila. Me impactó, porque no lo sabía, que las hinchadas colombianas (supe que pasó también en Medellín) anduvieran replicando los gritos racistas de las ligas europeas. En cuanto uno de los dos jugadores negros en la alineación del DIM tocaba un balón, la gente de Oriental empezaba a hacer el uh-uh-uh, mímica del simio. No sé si en Sur o Norte, si en Occidental, hicieran lo mismo. En donde yo estaba, en el primer piso de Oriental, la mayoría lo hacía. Cada vez fue igual. Desde el principio hasta el final. Digamos que se me amargó una fiesta redonda. No puede ser que en Cali, en las graderías del templo americano que es el Pascual Guerrero, donde los sacerdotes han sido de todos los colores, la hinchada de la Mechita se vuelva en contra de sus propias raíces. Si de alguna manera el espíritu de la ciudad se manifiesta en este tipo de actitudes, el diagnóstico es incluso más horripilante de lo que se supone. Dentro de poco empezarán a tirar cáscaras de banano, y habremos sucumbido por completo. Apague y vámonos.

Y es que estamos al borde. Como dijo el hijo de Hernán Peláez en los prolegómenos del cotejo decisivo, la final del Torneo Finalización enfrentaba al equipo de la Lista Clinton contra el equipo de los Paras –concretamente Don Berna, o el esbirro que haya aprovechado su ausencia para coronarse Patrón de Aburrá. Al lado del DIM, América parecía de buena familia, de traer a la casa. La cosa era tan paila que en El Tiempo se disfrazaron de americanos. Mereció ganar. Fue el mejor equipo. Se sobrepuso a las dificultades. Un equipo donde mandaba Rodríguez. Yo digo, ¿mandaba, tiempo pasado? ¿Quién manda en el América? Juan Miguel Rodríguez, el hijo de Miguel. Manda mucho peor que su padre, que lo utilizó como espejo de su gloria. Ahora son otros tiempos. El heredero se queda con los recursos que genera su equipo, de repente vencedor, asfixiándolo al tiempo que se alimenta de su cuerpo desfalleciente.

Nuestro gobernador, elegido el mejor de Colombia, o algo así, aguarda en la lejanía, dando vueltas alrededor del cadáver. En radio bemba se comenta que el presunto proceso de democratización del América no es más que un ardid de Abadía para hacerse con el control del equipo, y utilizarlo él como vehículo de influencia. El rumor tiene visos de legitimidad, a juzgar por el impresionante despliegue publicitario que se hizo el dirigente a costa de los últimos Juegos Nacionales, celebrados en el Valle del Cauca y San Andrés. En todo el país había vallas con la foto del imberbe funcionario, posando con pinta de maloso. Lo único bueno de haber perdido unas justas que nosotros mismos organizamos, es que Abadía se quedó con las ganas de facturar.

El gobernador, por supuesto, estuvo en el Pascual, el primero en montarse en el camión de los bomberos. Pero esta victoria no le pertenece, como tampoco al delfín de capo.

El título es, primero que todo, de Diego Édison Umaña. Los coros en el estadio fueron sobre todo para él, el gran artífice de este viaje epopéyico de La Mechita hacia su treceava estrella. Me da la impresión de que el técnico, y su asistente, Álex Escobar, se tomaron su trabajo con mística, algo infrecuente, y para lo que no existen estímulos, en el fútbol colombiano. Luego del partido en el Atanasio Girardot, Álex le dijo a la prensa que Umaña se había echado un discurso legendario en el entretiempo. El técnico le recordó a sus jugadores la final malograda del primer semestre, ante chico, la extraordinaria oportunidad ante la que se enfrentaban, las ilusiones del pueblo que representaban.

Lo de América este año ha sido milagroso, ya lo decía antes. Y creo que Umaña encendió una luz en el horizonte vallecaucano, algo de lo que han sido incapaces nuestros dirigentes, patricios, intelectuales, o como se quieran llamar. El técnico demostró que, incluso en las peores circunstancias, vale la pena empeñarse obsesivamente en esfuerzos colectivos, virtuosos y solidarios. Más aún, nos recordó que somos candidatos, aspirantes legítimos a la grandeza.

No comments: