Monday, August 04, 2008

Manhattan

La escena parece salida de la imaginación de Woody Allen, el retratista neoyorquino por excelencia. En pleno Central Park, en el corazón de Manhattan, entre dos diamantes de béisbol y una indiferencia casi absoluta, se entrena el Fútbol Club Barcelona. Quizá no haya otro lugar donde estos mismos jugadores puedan rozar el anonimato. Los asiduos del santuario natural y deportivo de Nueva York no se dieron por enterados de que uno de los grandes clubes del mundo estuvo de visita. Los gringos siguieron en lo suyo, con su trote, con su afán, con sus vanos intentos de escapar de la obesidad, la epidemia que los asola.

Hay, sí, unos cuantos despistados, observando a la distancia los ejercicios de sus ídolos. Y estamos nosotros, los indeseables, el enjambre de periodistas que nunca desfallece, al acecho siempre de unas palabras que se repiten sin cesar. Que hay que trabajar, que los objetivos, que dos años sin títulos son una eternidad. Nadie dice, por ejemplo, que esta gira está atravesada como una vaca sagrada en medio de la calle. Los carros se estancan, el tráfico revienta, pero la vaca sigue ahí, inmutable, intocable, superior a cualquier necesidad de la carne. En nueve días el Barcelona deberá jugar la previa de la Champions, y lo hará con la resaca de un viaje transoceánico que violenta los principios deportivos, pero que hace parte del sagrado rito mercadotécnico. Maradona estaba equivocado de pe a pa: no es la pelota la que no se mancha; es el oro.

Pero las prevenciones, el cansancio acumulado de las horas en avión, el asqueo que producen las insidiosas sugerencias de la prensa, todo vuela por los aires en una tarde en Central Park. Aquí, las figuras del Barcelona compiten por la atención del público con un partido de una liga infantil de softball y, al parecer, la descarada indiferencia de la gente tiene un efecto sedante en el ánimo de los jugadores del conjunto catalán.

Mientras se retiran, rodeados de un antipático e innecesario despliegue de seguridad, cada uno de ellos se toma el tiempo para atender a los pocos aficionados que aguardan por una firma o una foto. “Eto’o, no te vayas”, grita uno, refiriéndose a la mentada transferencia del delantero camerunés. El ariete riposta con un saludo y una sonrisa. Rafael Márquez estampa su autógrafo en camisetas, balones y banderas del Barcelona. Un niño se acerca a Thierry Henry y le pide, con dulce descaro, que pase un recado. “Say hello to Zidane for me”. “I will”, responde, complacido, el crack, antes de montarse en el autobús.

Finalmente, las estrellas del Barcelona se van, y la pequeña comitiva de entusiastas se dispersa perezosa. Todos se han quedado con cara de tontos, felices con tan poco, estremecidos todavía con la emoción del momento. Pasarán unos minutos antes de que se repongan del todo. Quizá nunca lo hagan. Lo que antes era un sentimiento, ahora se ha vuelto amor.


[una versión editada de este texto fue publicada el 6 de agosto del 2008 en la sección de Cartas al Director del periódico As]

No comments: