Thursday, March 13, 2008

Íker, el único

Del Madrid no me gusta nada. Ni su pasado franquista, ni su presunción de superioridad, ni la autocomplacencia de sus hinchas, ni su obsesión con las apariencias. Cuentan que Kaka' jugó un amistoso en el Bernabeu cuando era jugador del Sao Paulo, y se lo ofrecieron a Florentino Pérez, a la postre presidente merengue. El mandamás no lo quiso porque su nombre podía prestarse para confusiones. "Si en verdad es tan bueno, lo fichamos después por sesenta kilos", le aconsejaron al presidente. Comprar estrellas a golpe de talonario no tiene ninguna gracia, eso lo puede hacer el Chelsea. La gracia es forjarlas en tus propios hornos.

En la Casa Blanca dieron tanta lora con el tema de los Galácticos que terminaron ahogándose en el discurso. El despiste llegó al punto de que echaron como un perro al único técnico que los hacía ganar, Vicente del Bosque, dizque porque le faltaba clase: el Bigotón a duras penas hablaba español, y no usaba corbatas de diseñador. Su reemplazo, Queiroz, era fluido en varios idiomas pero ignoraba el único lenguaje importante: el de la pelota.

Se supone que en el Madrid jugar bien es fundamental y sin embargo llevan más de cinco años dando tumbos, aferrados a una idea que hace rato dejó de ser verdad. El club cambia de entrenador por lo menos una vez al año, y cada verano revienta el mercado comprando figuras. En Europa, el Real es un fantasma que solo asusta a los niños pequeños, se ha convertido en un equipo perdedor. Si ganó la última liga fue por gracia divina (dios todavía está de su lado), y con la invaluable colaboración del Barcelona.

Quizá lo más desconcertante de la decadencia merengue es la manera como se la han tomado al interior del club. En lugar de rectificar, disfrazarse de humildad y comer callados, siguen dele que dele con la cantinela habitual. En diciembre, a mitad de temporada, embalado por el triunfo de su equipo en Barcelona, el presidente Ramón Calderón ensilló sin traer las bestias, prometiendo prima extra por ganar el triplete (Liga, Copa del Rey y Champions). Tres meses después, el Madrid solo aspira al título de liga, mientras que Bernd Schuster, su técnico, califica de ridícula la aspiración al trébol. Pero el alemán también mete la pata. El otro día sugirió que el origen catalán del árbitro explicaba la derrota de su equipo. Varias fechas después, cuando los errores del central le dieron una victoria inmerecida, los periodistas le preguntaron dónde creía que había nacido el juez. Schuster encontró intolerable el atrevimiento, se levantó y se fue. Lo que se dice un patán.

La figura más prometedora del club, el heredero de las llaves de la Casa Blanca, es Sergio Ramos, un defensa que pega como el Chaka Palacios (17 tarjetas amarillas y 2 rojas en la temporada) pero que pretende ser el sucesor de Paolo Maldini. ¡Maldini! No se puede negar que Ramos tiene sus virtudes, pero si de verdad aspira a emular al gran Paolo, le recomendaría que comenzara por cambiar de actitud. Los tabloides de Madrid suelen hacerle fotos saliendo de las discos a la madrugada, meando en las paredes, botando a la calle los sobrados de las hamburguesas que se traga para pasar la peda. Maldini es un señor. Ramos se parece cada vez más a un niño malcriado.

¿Y dónde me dejan a Raúl? ¿Cuál es su raye, señalándose el número de la camiseta cada vez que marca? ¿Está tratando de demostrar algo? ¿Le da rabia el sueldazo que le pagan? ¿Lo bien que lo tratan? Aparte de sus números –impresionantes, qué duda cabe–, basta verlo jugar para saber que el delantero ya no tiene nivel. Es un sofá, el símbolo de lo mal que anda el Madrid. Hasta el seleccionador nacional le cerró la puerta. Los únicos que lo piden son los hinchas merengues, atrapados como están en una realidad paralela.

Del Madrid no me gusta nada, o casi. Se salva Casillas. Es uno de los mejores arqueros del mundo, pero no necesita restregárselo a nadie en la cara. Íker es una persona cabal, un tipo sensato, con los pies en el piso. Nunca le van a oír declaraciones para la galería, cegado por su propia vanidad, o atizando los fuegos de las guerra tribales que dividen al fútbol ibérico. Y eso que lleva toda la vida en el Madrid. Esa es su mayor virtud: ha crecido en un medio malsano, donde todos andan de pipí cogido, excusándose en los demás, tan contentos siendo ellos y, contra todo pronóstico, ha salido normal. Ayer, por ejemplo, dijo, ante el estupor de la prensa oficialista, que cambiaría su situación por la del Barcelona. Cierren la boca señores, ¿cuál es la sorpresa? A estas alturas, los culés están vivos en todas las competiciones, mientras que al Madrid solo le queda La Liga. Solo un idiota preferiría fracasar a aspirar a la gloria.