Thursday, March 27, 2008

Heysel y ahora

Hace más de veinte años, el 19 de mayo de 1985, Liverpool y Juventus se encontraron en el estadio de Heysel, Bélgica, para definir la Copa de Europa. El partido se había promocionado como un espectáculo de fútbol ofensivo entre las escuadras más poderosas del continente. En el equipo italiano jugaba Michel Platini, el Balón de Oro reinante, mientras que el legendario Ian Rush comandaba el ataque de los Reds. Sin embargo, al día siguiente no eran las jugadas maestras de los cracks las que copaban los titulares de los periódicos, ni retumbaban en la memoria las emociones de la final más apetecida del viejo mundo. En su lugar, la violencia se adueñó del escenario y la noche de gala se trocó en carnicería. El recuerdo de la tragedia de Heysel se convirtió en el símbolo de la era más oscura del fútbol inglés: el ‘hooliganismo’.

En ese entonces, Inglaterra era sinónimo de liberalismo salvaje, recesión económica, huelgas interminables, y hordas de fanáticos buscando pleitos en los estadios. Las hazañas del Liverpool, que dominaba en el continente y en las islas, pasaban a un segundo plano ante la avalancha de relatos sobre sangrientas broncas durante los partidos, extremismos de todos los colores, muertos y malheridos. Las Firms, las barras bravas, llegaron a ser más conocidas que sus clubes. Chelsea no tenía un equipo competitivo pero el National Front, su Firm, estaba entre los más virulentos. Los partidos de la liga inglesa eran sucesos de orden público. El Beautiful Game se estaba quedando con lo peor de sus tiempos.

En Heysel murieron 39 personas, y resultaron heridas más de seiscientas. Todos los muertos eran italianos. La mayoría se fue de este mundo aplastada por una estampida humana. Un error en la organización permitió que en el Bloque Z, una malograda reja separara a un grupo de aficionados incidentales de la Juve, de la barra brava del Liverpool. En ese entonces las tribunas populares no tenían asientos, sino que eran gigantescas terrazas en las que los espectadores observaban los partidos de pie. Noventa minutos antes de que comenzara el partido, era evidente que una catástrofe estaba cociéndose. Los fanáticos del Liverpool habían comenzado lanzando rocas, latas de cerveza e incluso ladrillos hacia los italianos. Para sorpresa de los hooligans, la reja cedió ante sus primerar cargas de infantería. Los hinchas de la Juve huyeron despavoridos pero se entramparon en los cuellos de botella de las salidas. No había policías por ninguna parte. Cuando el partido comenzó, los cuerpos de los muertos estaban apilados en la pista atlética. La orden era jugar.

Los ingleses tendrán que cargar por siempre con el horror de Heysel, y otras matanzas similares producto del hooliganismo. Pero las imágenes dantescas de aquella noche de mayo provocaron una reacción que, después de dos décadas, ha conducido a la recuperación del fútbol inglés, hoy por hoy la liga más poderosa, más seguida, del planeta. Entre las medidas que se tomaron para enderezar el cauce, se han considerado de primera importancia la implementación de estadios con silletería numerada en todas sus tribunas y circuito cerrado de televisión, y, por parte de los que organizan el juego, el endurecimiento de la legislación penal asociada a la violencia en el fútbol, así como de las normas internas de los clubes: cero tolerancia, identificación y penas para los agresores, expulsión vitalicia de los estadios. Dice mucho de ese pueblo que veinte años después hayan encontrado las salidas a su encrucijada. Podría afirmarse con cierta certeza que los ingleses han extirpado el hooliganismo, por lo menos sus expresiones más radicales, de su fútbol.

Ahora es el momento de que la gente en Colombia se le mida a ese mismo desafío, sin necesidad de que lleguemos al extremo de tener que contar centenares de muertos en la mitad de un partido. Ya llegamos al extremo del clásico del otro día, en el que una pelea interna del Barón Rojo se saldó con ochenta heridos. Por lo que sé, Umaña atizó la crispación con su comportamiento temerario y sus salidas en falso. Desde el técnico del América hasta el Pibe, todos los que tienen que ver con la pelota criolla tienen la obligación de ponerle el pecho a la situación, estar a la altura y defender los valores deportivos del fútbol. Muy especialmente los señores de Coldeportes, que han cohonestado el desgobierno de la Federación y la Dimayor. No estoy seguro de si existe un fútbol más pirata en el océano de filibusteros que es la FIFA, pero estamos con los punteros. Desde la época de El Dorado hasta hoy hemos mantenido izada la calavera.

Que el castigo para el América por lo del clásico sea ejemplar, pero que las soluciones del problema de fondo no se queden enredadas por el camino. De otra manera, estamos condenados a seguir azotándonos contra las paredes cuando quiera que tratamos de huir de la realidad que carga en contra nuestra.