Sunday, June 08, 2008

Love Song

El televisor está encendido. Su bocaza escupe imágenes cuya naturaleza, extraordinaria, se me escapa. Corre quien sabe qué día de julio, corre el 86. La pelota la tiene Diego, se saca a dos. Primer cuarto de cancha. Se abre paso por una gramilla hirviendo, es el mediodía («la hora de los raviolis, no la hora del fútbol, viejo»), cruza la raya central. Maradona está de gira con su zurda prodigiosa. Hace unos minutos metió un gol con la mano en las narices del árbitro, del arquero, del mundo. A pesar de la alevosía, evidente en el gesto, nadie la vio, celebramos el primero. Ahora entra en el área, acaba de sacarse al quinto, al sexto, se va a caer. Bajo el estadio Azteca hierve la sangre de los héroes de la gran Tenochtitlán. A los defensas ingleses se les frunce: hay una llama encendida en la espalda del Diez: arrepiéntanse de sus pecados. Qué clase de rockero enorme es Maradona. Engancha al arquero, tira. Cántelo. El mejor gol de la historia. Cuartos de final, México 86, Argentina 2, Inglaterra 1. La magia del uno y el cero se rompió sobre la espalda del pelusa y se derramó. Quedó regada sobre la gramilla del estadio Azteca y temblaba, rendida. Apoyado en mis brazos, la mirada al suelo, me incliné y bebí. Tenía nueve años, fue mi primer amor.

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