Friday, August 25, 2006

Todos contra el ruso

El Chelsea es el América inglés, con algunas diferencias. Roman Abramovich no escogió un equipo popular sino al burgués de Londres para meter su mal habido billete. El taicún ruso, de trentinueve años, es el segundo hombre más rico del Reino Unido, y su fortuna, estimada en cerca de 18.000 millones de dólares, es la onceava más escandalosas del planeta, según el famoso conteo de la revista Forbes correspondiente al año en curso.

De origen judío, Abramovich quedó huérfano muy temprano y fue criado entre necesidades por sus abuelos maternos en la estepa rusa. Pasó por el instituto industrial de la ciudad de Ukhta y por las fuerzas armadas antes de interesarse en el petróleo, comerciando derivados desde la mayor refinería rusa, ubicada en Omsk, al extremo occidental de Siberia, hacia el resto del país.

El pequeño tiburón demostró desde muy temprano sus habilidades. En 1992 se convirtió en el protegido del magnate industrial Boris Berezovsky, quien lo incluyó dentro de la rosca del entonces presidente Boris Yeltsin. Eran los primeros años después de la irrupción del capitalismo y sus salvajadas en Rusia.

Los viejos monopolios estatales de la era del comunismo soviético fueron subastados al mejor postor, con las precarias garantías que podían ofrecer los gobiernos de turno, y la atenta supervisión de los chicos listos de la escuela de Chicago. Se suponía que la propiedad de las empresas se repartiría entre sus trabajadores y los ciudadanos rusos, con porcentajes controlados para los grandes capitales, aunque eventualmente las riquezas del país terminaron concentradas en los bolsillos de los allegados al régimen. Se calcula que el 60% de la economía es propiedad de los 23 empresarios mejor posicionados durante la repartición del pastel.

Las instituciones del estado fueron incapaces de garantizar la observancia de las reglas del juego y, en cambio, fueron utilizadas frecuentemente como herramientas de persecución política o económica. En 2001, Putin se hizo con la presidencia, y una de sus primeras iniciativas fue revisar al detalle las operaciones financieras de las grandes empresas del país, y liderar una arremetida judicial contra sus propietarios a nombre de la evasión, el fraude y demás delitos fiscales.

Berezovsky, a la postre el industrial más poderoso de Rusia, cayó en desgracia por cuenta de la cruzada moral de Putin, y huyó hacia Inglaterra dejando atrás varios cargos criminales pendientes. Abramovich, con 35 años, reconoció una oportunidad de oro, y consolidó su enorme fortuna en los despojos de la de su mentor. En su portafolio se destacaban el 80% de la petrolera rusa Sibneft, la quinta más grande del país; la mitad de Rusal, el monopolio de los aluminios y la segunda empresa del sector en el mundo; y un cuarto de Aeroflot, la aerolínea nacional.

Desde hace unos cuantos años el multimillonario ha trasladado su residencia, y al pequeño ejército que lo protege, a Londres. A él también lo acechan investigaciones y sospechas por los ardides de los que se valió para amasar su riqueza. Se rumora que Roman se ha alejado poco a poco de sus negocios, vendiendo grandes partes de sus paquetes accionarios, para enfocarse en una de sus últimas obsesiones: el fútbol.

En 2003, el ruso pagó algo más de 250 millones de dólares para mandar en el Chelsea, y desde entonces se ha gastado cerca del doble en contratos y transferencias. Las pérdidas del club en los últimos dos ejercicios (2004 y 2005) superan los 410 millones de dólares, el costo que hubo que pagar para que el equipo consiguiera el segundo título de liga de su historia, e inmediatamente después el tercero.

La irrupción de Abramovich en el fútbol inglés ha generado malestares de diversa índole. Desde los trabajadores que se parten el lomo en las heladas refinerías siberianas de Sibneft hace décadas, que de alguna forma sienten como suya la fortuna que Abramovich despilfarra en las islas británicas, hasta los hinchas de los demás equipos de la Premiership, que lo aborrecen por la manera arrogante y ostentosa en la que se ha hecho dueño de los máximos honores, pasando por los clubes grandes pero ‘responsables’ de Europa, indignados por la competencia desequilibrada que supone competir en los escenarios del continente contra un equipo para el cual no aplican las restricciones presupuestales de los demás.

Aunque Abramovich tiene intereses en otro equipos de fútbol, como el CSKA de Moscú o el Corinthians brasilero, con el que se lo asocia frecuentemente, su juguete favorito es el Chelsea. Sólo el club del barrio pupi de la capital inglesa lo puede conducir hasta las instancias finales de la histórica Copa de Europa, que desde hace más de una década se conoce como Liga de Campeones.

Los títulos de la Premier están bien, sobre todo teniendo en cuenta que Chelsea llevaba cincuenta años sin celebrar, pero la verdadera gloria se juega en los estadios de las capitales europeas. Roman quiere ganar una Orejona a como dé lugar. Este verano se involucró personalmente en la transferencia del delantero milanista Andriy Shevchenko, reuniéndose varias veces con el Balón de Oro a bordo de su espléndido yate. Michael Ballack, la estrella del Bayern de Munich, y Salomon Kalou, el joven delantero de Costa de Marfil, también se han sumado al plantel durante un agitado parate.

El bicampeón se perfila como candidato en las cuentas de los especialistas, pero al técnico José Mourinho no le bastará un eventual (e histórico) tercer título en seguidilla para asegurarse su propio paseo veraniego por el Mediterráneo con el magnate y su esposa al finalizar el curso. Abramovich ha puesto un par de cracks mediáticos en el plantel, apostando por que su calidad haga del Chelsea un equipo imbatible.

El círculo personal del ruso ha filtrado a los medios que Abramovich no se toma nada bien que Mourinho recurra a la fórmula, que Gabriel Ochoa Uribe aplicó en la final de la Libertadores de 1987, de poner a un back centro en el área rival y mandar bombazos a la olla para buscar el gol salvador. Se suponía que los fichajes de Ballack y Sheva iban a proporcionarle al portugués los recursos ofensivos como para no tener que recurrir a semejante ramplonería, pero el técnico volvió a intentarlo en el partido por la Charity Shield, el domingo 13 de agosto.

Aquel día ganó Liverpool, tiñendo por un instante el horizonte de su rival. Mourinho enfrenta un año en el que deberá superar sus estándares, desplegando en la cancha un fútbol eficiente y además gustador, y manejar un camerino en el que se conglomeran los grandes jugadores (y sus egos ídem), todo mientras su jefe le respira en la nuca.

The Special One, como ha dado en apodarlo la prensa británica, estrenó la temporada con un nuevo corte de pelo, que él definió como “de ir a la guerra”. Esta semana los cronistas recordaban que el entrenador, campeón de la Copa de Europa con el Porto, nunca ha estado más de cuatro años en un cargo, insinuando que la creciente intervención de su patrón podría conducir a un desenlace abrupto.

La derrota ante el Middlesbrough y el sorteo de la Champions han de tener alborotado el genio del técnico mejor pago de Inglaterra. Chelsea comparte el Grupo A con Barcelona, Werder Bremen y el Leksky Sofía de Bulgaria, y bastarían un par de distracciones para quedarse por fuera. Barsa irá a Stamford Bridge por tercera vez consecutiva, en lo que ya es un clásico de la Champions. En la última edición fueron los de Rijkaard quienes bajaron del bus al campeón inglés, apenas en octavos de final. Werder Bremen no está pintado en la pared –como si lo está el Leksky–, y es de esperarse que el club haya salido fortalecido con el espléndido Mundial del goleador Miroslav Klose y las nada despreciables rentas de su compañero en club y selección, Tim Borowski.

Mourinho tiene el equipo, el conocimiento y la habilidad como para sellar su cuarto año en Londres con una temporada con la que justifique un apodo todavía más rimbombante. Cuenta, además, con los recursos ilimitados de Roman Abramovich, el patrón del fútbol inglés. Si Roman aguanta, Chelsea, qué duda cabe, consolidará su naciente dinastía en la Liga Premier. Pero haría bien el ruso en echarle una ojeadita a la historia de una hegemonía como la suya. La del América en Colombia. Esta temporada sabremos qué moraleja tiene el fútbol para la fábula del Ruso y el Chelsea.



Palomo

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