Saturday, October 22, 2005

“Quedan dos generaciones en las menores”

Aprovechando que ahora vive en Bogotá —hace dos meses trabaja en Santa Fe—, hablé con Héctor Fabio Báez, un hombre vinculado al América durante casi una década. Ni mencionamos a los cardenales. Primera entrega.

Llegó en junio de 1996, después de que la ‘Mecha’ perdiera su cuarta final de Copa. Miguel Rodríguez llevaba casi un año tras las rejas. Se fue en mayo de este año, después de la eliminación a manos del Libertad paraguayo en el mismo torneo internacional. Para entonces, Miguel Rodríguez cumplía su tercer mes en una cárcel de Miami, donde compartía celda con su hermano mayor.

Héctor Fabio Báez ha pasado una buena parte de su vida (casi la tercera: tiene 34 años) en la gerencia deportiva del América. Cuatro títulos nacionales, uno internacional, y mil historias de victorias y derrotas, humillaciones y gloria, en un período que la historia registrará (a pesar del sonoro palmarés) como el epílogo de la primera, y única, hegemonía futbolística de los ‘Diablos Rojos’.

Con respecto a los mejores años (ochentas, comienzos de los noventa), a él le tocó un período de gastos más moderados y, sobre todo, con diferente intención. Si en el pasado los fichajes se concentraron en jugadores internacionales contrastados, el final del milenio pilló al América comprando prospectos juveniles colombianos, provenientes de muy diversos rincones del territorio nacional.

Precisamente esa fue su primera labor, cuando Álvaro Guerrero Yanci, el gerente general, lo trajo a la casa del diablo, como gerente deportivo de las divisiones inferiores. “Todos los fines de semana iba a fútbol, a los partidos de la liga departamental, a los campeonatos juveniles zonales o nacionales. Teníamos contactos en otras regiones, nos mandaban jugadores o los pedíamos, de Cartago, de Buenaventura, de Barranquilla, para que se probaran con nosotros.”

Uno (o tal vez sólo yo) tiende a pensar que los equipos fichan únicamente jugadores profesionales, cuando en realidad aquellos que tienen un buen sistema de divisiones inferiores (América cuenta con 10 categorías menores, algunas de ellas con varios equipos), deben estar atentos al mercado local para tratar de reunir la mayor cantidad de talento joven posible en cada posición. “Por Otálvaro pagamos doscientos mil pesos. Tenía nueve años”.

Así, Héctor Hurtado, Fabián Vargas, Frankye Oviedo, Arley Dinas, Leonardo Fabio Moreno pasaron algún período de su formación en las divisiones inferiores americanas, pero uno a uno fueron adquiridos a otros equipos, o directamente a sus padres, gracias a las gestiones de la gerencia deportiva. Ya fuera por recomendación de alguno de los técnicos (por ahí pasaron Alberto Suárez, Otoniel Quintana, un tal Jaime de la Pava), ya por iniciativa propia, América consiguió hacerse con un activo invaluable: pelados de calidad.

Pero mantener vigente esa ambición y esa presencia en el mercado local cuesta mucho dinero. En 1997 América ingresó a la Lista Clinton y empezó a escasear más que nunca la plata. “Las inferiores salvan a los equipos, pero los equipos no hacen nada por las inferiores”. Báez piensa que América ha cedido el protagonismo que alguna vez tuvo como acaparador de diamantes sin pulir al Deportivo Cali, simplemente porque los recursos ya no están. “No tienen guayos para entrenar, a los entrenadores no se les paga, hace falta lo más básico”, en su afán por salvar los muebles, el club se ve obligado a sacrificar su futuro.

Para mí la pregunta es esa, ¿por que América no perdió vigencia con la crisis económica? Y para Báez la respuesta es lógica: nos salvó la plata que invertimos en jóvenes. “Se fue Álex y llegó Frankie. Se fue Frankie y apareció Hurtado. Vendimos a Hurtado y vino Ferreira”. Pero la lista termina. Los cracks no se dan en los potreros de Pance. Hay que reunir los pelados, ponerles técnicos que sepan de la vaina, que sepan enseñar, balancearles la dieta, mirar cómo es que van en el colegio. Una cocción a fuego lento, que requiere de paciencia y de una infraestructura enorme. Los gastos operacionales de las divisiones inferiores del América rondan los ochocientos millones de pesos (al año), eso sin contar con la plata que se va en las transferencias. Mucho billete. Y el chorro, seco.

“Quedan dos generaciones”, sentencia en algún momento Báez. Los resquicios de la gloria. Se llaman Armero, González, Riascos, Saa, Chávez, están ahí, a la vuelta de la esquina, o llegando. Campeones en la C, campeones juveniles. Los más calidosos del parche, americanos de formación, los últimos representantes de una manera de jugar, de un sentimiento, de una camiseta con un diablo en el escudo, de una hegemonía que se apaga.

Dejo las demás notas sobre la conversación con Héctor Fabio Báez para otro momento. Como pudieron notar, su percepción de la actualidad escarlata deja muchas preocupaciones suspendidas. Mejor dicho, confirma los peores miedos de los hinchas. Les quedo debiendo el resto.

Palomo

(casi como salió en el blog de Eltiempo.com)

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