Thursday, September 29, 2005

El equipo de Miguel

Un día quedó grabado en mi memoria porque asumí y entendí el papel que ha jugado Miguel Rodríguez en el América ( se dice que el equipo es de “los Rodríguez”, cuando en realidad —hasta donde sé, y no es mucho— el de los intereses en el fútbol era Miguel, no su hermano). Fue justo antes del partido de vuelta de la final de 1997, en diciembre, en el Pascual. América enfrentaba a Bucaramanga con un resultado amplio en la ida (0 por 2, o me corrigen) que prácticamente aseguraba el título. Fui con mi parche a oriental, una tarde de sol bravo y de mucha gente en el estadio. Así somos los americanos, apenas nos traman las finales.

Antes de que empezara el cotejo, un minuto de silencio. La madre de los capos recién había fallecido por esos días, si no estoy mal. Los jugadores llevaban una cinta fúnebre en sus brazos, el sistema de altavoces del estadio (el mismo, imagino, que fue utilizado durante los Panamericanos) emitía el célebre toque de diana o trompeta que significa la muerte. Y desde sur, el homenaje se encadenó con un coro, primero tímido, y rápidamente general. “Oeoeoeoeoeoe, Miguel, Miguel”.

(bis por mil)

Es fácil imaginar por qué esa imagen me acompaña (me atormenta) desde entonces. La verdad es que los intereses de Miguel Rodríguez han estado presentes en el América desde finales de los setenta, un par de años antes de que los ‘Diablos Rojos’ consiguieran el primer título de su historia. Pero hasta hace relativamente poco, nadie, ni en Cali, ni en el Valle, ni en Colombia, ni mucho menos en Argentina (de dónde vinieron un montón), parecía incómodo con la situación.

Connivencia absoluta. Pero absoluta. Todavía escucho o leo a los periodistas deportivos, nostálgicos de los “años de gloria”. Ellos, primeros en la línea, celebraron el arribo del mecenas. Políticos, cantantes, hinchas, rivales, cada uno a su turno bajó la cabeza o se llenó la boca de flores. Basta con ver las fotos de las celebraciones, consecutivas, inagotables. Abrazados, bebiendo del güiski costoso del patrón, cuesta trabajo encontrarles un lugar ahora, en la mala hora, cuando el viejo capo no es más que un recluso vendido a un país extranjero. Y, sin embargo, ahí están, entre aquellos que acaban de reunir el bagaje moral para juzgar al América.

El Departamento de Estado del imperio tiene a bien publicar una lista de las personas o instituciones que, según su prejuicio, clasifican como ‘narcos’. La famosa Lista Clinton. Desde finales de los noventa, la ‘Mecha’ está en el inventario. “No tengo cuentas de ahorros, no puedo pedir un préstamo. Soy un paria financiero”, le dice al que se lo quiera oír Carlos Puente, presidente de la Corporación Deportiva América de Cali. Él también cayó, porque la amenaza se extiende a cualquiera relacionado con la institución.

(cualquiera no, de hecho. los futbolistas americanos siguen emigrando hacia otros equipos y países, hasta Quatar. no me quiero ni imaginar la triangulación financiera requerida para poder traer esa plata acá. decenas de intermediarios, ‘lavaperros’ locales e internacionales, se llevan buena parte del botín, eso es seguro. y los equipos que compran o prestan, tranquilos. el fútbol es refugio de más de un rufián, están acostumbrados y untados. la corrupción hace parte del ambiente, aquí o allá.)

Cabe preguntarse por qué diablos el Estado colombiano no ha reaccionado. Ocurrió con Millos, estupefacientes embargó la porción del club que pertenecía al ‘Mejicano’. Algo de poder le queda a Miguel Rodríguez, que no se animan a hacer lo mismo con el América. Quizá el entramado legal inventado por el capo hace imposible tomar una medida jurídica. Pero basta el estigma de la Lista Clinton para poner al equipo contra la pared.

¿Una solución? Difícil. No depende del hincha, no depende de la ciudad, ni siquiera del país. Me temo que hay cosas más preocupantes en la cabeza de los responsables (la cárcel, el juicio) como para pedirles que se ocupen del asunto. ¿Los gringos? Más reversa tiene un avión. ¿El Estado? (que dejés el mensaje: está en campaña).

Y yo, como fanático, como seguidor, ¿qué? ¿Me rasgo las vestidura, me sumo a los fariseos? ¿Dejo que me lapiden, según su precaria ley? No, parce. Que se abran. El fenómeno ‘narco’ nos transformó a todos en Cali. Nos tocó a todos. De una forma terrible, macabra, si quieren, hemos sido afectados por sus influjos. Pero de una manera increíble, además. Y obscena. Se nota, se ve. Si ellos son el enemigo, el enemigo está adentro. No hay nada que hacer.

El lado amable de estar en la lista, es que nos cierra a los americanos la alternativa fácil y común de la doble moral. Somos lo que somos. Para bien y para mal. Personalmente, pienso que la historia (reciente y pasada) del América nos engrandece como hinchas. No somos pacatos, ni mucho menos del montón. La irresistible irrupción de la vieja ‘mechita’ en la rosca de campeones colombianos (12 títulos y contando) también fue la primera y única victoria posible para un pueblo desposeído y hambriento, para la gran parte de la sociedad caleña que no pasaba por el ojal de una aristocracia conservadora, racista, clasista, avariciosa y rancia. Obvio que están ofendidos. Obvio que les duele.

Homenaje

Tal vez eso es lo irresistible del América. Tradicionalmente, el equipo pobre de una ciudad no es el que más gana. Bien lo sabía el finado Pedro Sellarés (†), presidente de la institución durante ocho años (1956-1964), quizás el período más crítico de la sinuosa historia americana. “Jugamos como nunca y perdimos como siempre”, era el dicho que identificaba a la afición en la época.

En el campeonato de 1958 América terminó en el fondo de la tabla y raspando los restos de sus estados financieros. El tesón y carácter del presidente fueron claves para sobrellevar aquel momento difícil. De hecho, se sospechaba que el equipo no se presentaría para el torneo del año siguiente.

Todo lo contrario. Sellarés, ‘picado’ por la reaparición del Deportivo Cali (ausente durante los campeonatos de 1956 a 1958) consiguió hacer una alianza con el directivo del Boca Juniors caleño, Aníbal Aguirre, para traer al ‘maestro’ Adolfo Pedernera (incluso se jugó sus picados finales) al banquillo de los ‘Diablos Rojos’. El equipo salió segundo, por primera vez en su historia.

En 1979, cuando ganó su primer título, en el palmarés del América había dos subcampeonatos. Y para los fanáticos, un invicto de 22 fechas. Pero, sobre todo, algo que le reconocían en cualquier parte: la capacidad de despertar en su afición un sentimiento tan grande que lo llamaron ‘la pasión de un pueblo’.

Deportivo Cali ya tenía cinco títulos, dos menos que hoy, y era el único equipo de la ciudad que sabía conjugar el verbo ganar. Desde siempre tuvieron mejores jugadores, más plata, la capacidad de hacer la diferencia. La irresistible ascensión del América fue también un ajuste histórico de cuentas entre los siempre sedientos y los que se quedaron pegados al grifo.

Ahora, ¿la sola presencia de Miguel Rodríguez deslegitima las conquistas del América en lo deportivo? ¿Es Chelsea menos Chelsea porque un advenedizo de las estepas, absurdamente rico, se apoderó de él? Eso es tema para otro blog, pero les dejo la inquietud.

Palomo

(casi como en el blog de Eltiempo.com)

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